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Estar sin estar
Columna
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12,5 millas a Ciudad Gótica

Se comprende que la ilusión intacta duerme sobre las alas de la noche

Jorge F.
Jorge F. Hernández

La linterna verde suspira un vapor de alga y carcajada hueca. La coloqué en el pretil de la madrugada abierta para ver si venía al rescate el hombre del antifaz verde, abriéndole camino el karateca al volante. Quizá se perdieron en su limusina negra.

La vecina de abajo intentó inundar la cocina para atraer a Aquaman, pero Neptuno tenía otros planes y el héroe de las profundidades ha optado por huir sobre el lomo de una ballena blanca. Lo mismo con la necia portera que insiste en enamorarse a diario del periodista Kent del 4 izquierda, sin ligar que es él mismo quien se disfraza de Superman en el armario de la intendencia. Su único disfraz son los lentes que incluso la señorita Lane podría confirmar como frágil distracción visual. Dicen que el joven Olson tomó una fotografía donde se asoma el cairel de Superman en la frente amplia del Mr. Kent y, por ende, poco puede ayudar a los delirios y urgencias que ha provocado la pandemia.

Encerrados y semiencerrados del mundo entero buscan la llegada instantánea del Flash, el rojo meteoro con un rayo amarillo arrugado sobre el pecho acelerado o la contundente flatulencia inquebrantable del inmenso Hulk enfurecido, puño de piedra de Guapo Ben o a la dama invisible que va de la mano de Llamas a Mí. Es como si las caricaturas de todos mis superhéroes de la infancia anduvieran en el anhelo de todas las voluntades que parecen quebrantarse con el delirio de mentiras y desgracias que inundan el verano ardiente y en la mirada de los ancianos se asoma el antojo de un vaquero justiciero o la pupila con lupa de un investigador privado capaz de resolver el enorme enigma, envuelto en tautología en medio de un misterio donde un siniestro acertijo parece acecharnos a cada minuto. Sea la duda metódica sobre la duración de la desgracias o la sospecha infalible sobre la debilidad de todas los remedios o el esencial escepticismo en torno a la formulación milagrosa de una vacuna que nos libre del mal del murciélago.

Dicho lo anterior, se comprende que la ilusión intacta duerme sobre las alas de la noche. Hablo de quienes apelamos al batmánico poder del albedrío –ya no en el etílico engaño destilado por la familia Bacardi—sino en el sagrado santuario de una cueva que se ubica exactamente a 12.5 millas de Ciudad Gótica, según consta en las imágenes filmadas desde hace más de medio siglo en las que el Batimóvil sale disparado de entre la maleza que cubre el portal de la cueva, resguardada por un inmenso panel de publicidad que indica que estamos a 12.5 millas de Ciudad Gótica.

Sueño que llego a la Baticueva entre nubes de fake-news y delirios, acompañado por el fiel Alfred que informa del precio del cobre, la temperatura ambiente en la isla de Malta y las más recientes fechorías de Dos Caras o el Tutankamón de pacotilla que pretenden asediar a mis afectos y a la sociedad entera con estertores de coronavirus y fiebres irremediables. En el nicho enfangado de la oscuridad entrañable el joven maravilla, Robin se alista producir en pantalla los sonidos de los golpes: santa solapa, Batman, estamos ante el inmenso reto de aliviar el miedo y salvarle la vida a todos los niños que son niños, ahogados en las arenas movedizas que los alejan de la calma, con las yemas de los dedos de Batichica a muy pocos centímetros de la rama que agita Gatúbela, ambas jugando el engañoso juego del placebo con el que intentamos librar un día más en este marasmo somnoliento de lánguida e interminable espera impaciente donde lo único que nos alivia la noche es la Luna que tatúa sobre su cara la marca del Caballero de la Noche y las alas de su batmánico poder de sosiego y esperanza, tras la sonrisa de mascarilla sin cubrebocas, pero capa de enfermero negro y alas de camillera en andas y la voz inconfundible de cada uno de los médicos que salvan a los niños de todas las edades en las unidades hospitalarias del mundo entero donde se confirma que los verdaderos héroes llevan cubierto el cuerpo entero de la higiénica coraza que los diferencia de los políticos apolillados, poderosos de pacotilla, potentados postergados que se creen inmunes a todo el mal que hemos respirado sin saberlo y del cual nos libra el hombre disfrazado de murciélago que no vampiro en mayas de un gris morado y ancho cinturón amarillo que le permite subir casi hincado la fachada de los edificios hasta poder entrar por la ventana que se abre todas las noches en espera de los cuentos que siempre nos han ayudado a sobrevivir.

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