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SINALOA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La muerte en Culiacán no se acaba donde creemos

Si no hablamos nosotros de lo que nos pasa, si no somos imprudentes y cuidamos a nuestros vivos y a nuestros muertos, nadie más lo va a hacer

Cadaver violencia narcotráfico
Un hombre asesinado a balazos en Culiacán, en 2010.Gladys Serrano
Gladys Serrano

A los de Culiacán nos pasan muchas cosas que parecen mentira. El otro día, mi padre me contaba sobre la muerte de un familiar: “Qué triste, esto ya se veía venir”, “pobre de su mamá”, “sufrió mucho”, y otras frases parecidas son las que a uno se le ocurren en estos casos, porque a pesar de todo, nunca hemos aprendido a reaccionar ante la muerte. Pero el asunto es que la muerte en Culiacán a veces no se acaba donde creemos y lo que mi padre realmente quería contarme era que mientras acompañaban al cortejo fúnebre se había desatado una balacera en su ruta y que junto a sus acompañantes decidieron seguir la carroza que nunca se detuvo: “Es que no podíamos dejar al muerto solo”, me dijo tan tranquilo. No, obviamente no se puede hacer eso. Porque ser culichi es ser un poquito valiente y bastante imprudente, tener por lo menos un poquito de miedo todos los días para poder sobrevivir, pero no tanto como para no seguir con tu vida. Pero es muy feo estar sobreviviendo, la gente ya no quiere ser valiente, la gente quiere preocuparse por si ganaron los Tomateros, no porque te mate una bala perdida de camino a enterrar a tus muertos.

“¿Cómo está Culiacán?”, me preguntó una persona en Ciudad de México. “Pues muy feo”, les digo siempre a todos, porque eso me dice mi familia y eso me cuentan mis amigos periodistas de allá. Me preguntó por qué no se iban todos de Culiacán si cada vez era más violento. Yo no puedo responder por todos, sobre todo yo, que soy la persona menos indicada, porque hace bastantes años que me fui cuando pensé que la cosa no iba a cambiar nunca; y ya ven, varias guerras después, seguimos hablando de lo mismo.

También me fui porque pensaba que hacer periodismo allí era estar yendo a tomar fotos de muertos todos los días, y yo, más ingenua que mi interlocutora, dije que ya nunca iba a trabajar en un periódico. Aquella vez me fui temblando de la ciudad, estaba lejos y seguía temblando, cuando volvía a Culiacán temblaba más fuerte. Temblaba porque todo el tiempo pensaba que me iban a matar, no porque yo fuera yo, más bien porque allá, en aquellos años de la “guerra contra el narco”, todo el tiempo corrían los rumores de que “iban a matar periodistas”. Nos quitaron las ganas de seguir haciendo lo que nos gustaba, muchos cambiaron de oficio, otros, seguimos.

Pero volviendo a la pregunta, lo que pude responderle es lo obvio, que no todos tienen las posibilidades económicas de irse y los que las tienen y no se han ido es porque creen en la posibilidad de que algún día las cosas van a cambiar. Porque es más complicado desaparecer una ciudad completa que desaparecer todo eso que la está destruyendo. Y con “todo eso” me refiero a los narcos y su estructura, que ahora tan formalmente llamamos crimen organizado.

En las calles de Culiacán puedes ver lo más primario de esa gran pirámide multimillonaria. Lo ves en los morillos de tu colonia, ahí dando la vuelta en sus motitos y jugando a ser “punteros”, con esos aires de grandeza, tan chiquitos y ya tratando de agarrar malicia, con tantas ganas de salir de la miseria. Los ves y parecería que son una base muy frágil para una estructura que nos han hecho creer que es indestructible. El problema para la sociedad es el abandono en que están esos jóvenes, porque cuando los maten, habrá otros haciendo fila para enlistarse. Y tal vez ahí nos damos cuenta de que sí está organizado el crimen y además son muy buenos para contar historias, porque por generaciones han vendido muy bien la fantasía de que se puede salir de pobre “bien fácil”. Y ahí están cientos de jóvenes buscando esa oportunidad, creyendo que se puede ser rico rápido, que se vale superarse y que no importa todo lo que vayas destruyendo en el camino siempre y cuando lo logres.

Esa fantasía se la creyó muy bien un niño al que le pondremos Ángel. Esta es otra de esas historias de Culiacán que ojalá fueran mentira, pero de las que desafortunadamente tenemos muchas. A Ángel lo conocí cuando él tenía nueve años; yo tenía 22 y llevaba tres trabajando en un periódico. Les daba clases de foto a niños de mi colonia, les entregaba una cámara desechable y nos veíamos después de revelar sus fotos; la mayoría tomaban fotos muy feas y ni les interesaban las clases, pero las mamás los mandaban porque no querían batallar con ellos. A Ángel sí le gustaba la fotografía, aprendió rápido de composición y lograba muy buenas imágenes. A veces tomaba fotos de cosas que pasaban en su casa y que no debían salir de ahí; traté de explicarle por qué era mejor que ya no trajera fotos de eso. Un día los llevé al periódico para que vieran cómo se imprimía y se emocionaron. Yo, como ingenua que era, pensé que tal vez a alguno le interesaría estudiar foto o comunicación. Pero en Culiacán la realidad es muy cabrona y te va quitando lo ingenuo.

Se acabaron las clases de foto y le perdí la pista a todos los niños, menos a Ángel. Aunque yo me fui de Culiacán, él siempre pasaba a visitar a mi padre, lo saludaba y le preguntaba por mí. Así fueron pasando los años. Luego contó que dejó la escuela, una cosa llevó a la otra. “Ángel ya anda mal”, me dijo un día mi papá. Para él no había muchas oportunidades, su familia pensaba que ya estaba en edad de trabajar y en mi colonia (como en muchas otras) el trabajo que se podía conseguir más rápido si no terminaste la secundaria era de “puntero”. A Ángel lo mataron cuando tenía como 15 años, más o menos. Yo le lloré de lejos y mi papá fue a su funeral, tal vez también le lloró.

Da mucho coraje, porque estas historias pasan todos los días en Culiacán, se vienen repitiendo desde hace generaciones y ojalá que todo esto que nos contamos entre amigos y reuniones familiares fuera mentira. Porque podemos pasar días o semanas hablando de historias viejas y nuevas y parece que la violencia nunca se acaba. Parece que no sabemos hablar de otra cosa, pero como dijo muy acertadamente mi paisana, la fotógrafa Teresa Margolles, allá en 2009: ¿De qué otra cosa podríamos hablar? Porque si no hablamos nosotros de lo que nos pasa, si no somos imprudentes y cuidamos a nuestros vivos y a nuestros muertos, nadie más lo va a hacer. Desde hace tiempo estamos por nuestra cuenta. Esta nueva guerra que no ha parado desde hace meses quiere acabar poco a poco con la idea de que Culiacán sí tiene solución, de que los niños merecen vivir sin tener que saber qué hacer en medio de una balacera. Hay que seguir hablando de esto y tal vez un día nos alcance la posibilidad de hablar de otra cosa.

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Sobre la firma

Gladys Serrano
Es periodista visual en EL PAÍS América. Es licenciada en Políticas Públicas y tiene un Diplomado en Filosofía. Fue becaria de la International Women's Media Foundation y el FONCA. Ganó el Premio García Márquez a la mejor cobertura en 2020. Tiene el entrenamiento para ambientes hostiles: Hostile Environment and First Aid Training.
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