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Las pacientes de Marilyn Cote: “Cuando no me quise tomar su medicación me dijo que era una necia y que iba a suicidarme”

La abogada diagnosticó con esquizofrenia y “trastorno de personalidad narcisista” a dos jóvenes que llegaron con ansiedad a su consulta. Las presionó para tomarse antipsicóticos que recetaba con cédulas falsas

Beatriz Guillén
Marilyn Cote, en imágenes compartidas en sus redes sociales.
Marilyn Cote, en imágenes compartidas en sus redes sociales.

Marilyn Cote se ha convertido en un meme. Sus videos inventándose idiomas y sus imágenes photoshopeadas haciéndose pasar por agente del FBI o taekwondista han llenado las redes sociales de México. Pero detrás de las bromas está la historia de una abogada que recetaba medicamentos como si fuera psiquiatra y que tuvo en sus manos la salud de cientos de pacientes desde su consultorio de Puebla. Alitzel García tenía 26 años y una tristeza que hacía meses que no la dejaba dormir cuando encontró a Cote, con sus buenos comentarios en Doctoralia. También por esta página web se fió Regina, de entonces 19 años, a quien la ansiedad la tenía desesperada. La primera fue diagnosticada con “un trastorno de personalidad narcisista” y la segunda, con esquizofrenia. A ambas les recetó antidepresivos y antipsicóticos, que prescribía con una cédula falsa. Ambas cuentan serias a EL PAÍS los riesgos de ser paciente de Marilyn Cote.

Su primer consultorio estaba en el centro de Puebla. En una calle pequeña de la colonia Azcarate, Cote recibía en un edificio deteriorado y con grandes ventanales, donde también trabajaban otros doctores. La psicóloga atendía en su oficina, pintada de azul y puertas de madera, con el estetoscopio colgado al cuello. Al empezar era siempre “amable”, describen sus pacientes. “Se esforzaba mucho por agradar”, relata Alitzel García. “Hablaba con mucha seguridad en sí misma”, refiere Regina, “me decía que había sacado casos muy difíciles adelante. Yo llegué desesperada, confundida, tenía ataques de pánico diarios, era algo que no había sufrido antes y me encontraba muy preocupada, ella parecía tener mucha experiencia, muchas credenciales, y pensé: tal vez ella me puede ayudar”.

Era septiembre 2019 y Regina había escrito en Google “terapia cognitiva conductual en puebla” y “psicóloga especializada en ansiedad”. Los primeros resultados del buscador la llevaron a Cote. Ahí checó las reseñas —todas positivas, todavía— y la página de Doctoralia, donde había ganado un premio como especialista en 2017. Alitzel buscó directamente en esta web: “Yo estaba en un momento muy complicado. Muy triste, muy ansiosa. Me sentía perdida, no dormía. Y ella fue el primer resultado que apareció”. Entonces, cuentan las jóvenes, no estaban los inverosímiles collages que se han popularizado ahora, tampoco los avisos. “Cuando la conocías, ella no se comportaba de esta manera desquiciada”, resume Regina.

Las sesiones costaban entonces unos 1.000 pesos (alrededor de 50 dólares) y eran variables en tiempo. A veces 20 minutos, otras una hora. “Si le preguntaba me decía: ‘Mi trabajo como experta vale lo mismo, yo decido cuánto duran las terapias”, explica Regina, que recuerda que siempre la hacía esperar antes de atenderla, para llegar con el pretexto de que acababa de llegar de una diligencia con la Fiscalía, de un congreso en Estados Unidos o atendiendo a un paciente en crisis.

Un funcionario clausura el consultorio de Marilyn Cote.
Un funcionario clausura el consultorio de Marilyn Cote.RR SS

Los casos de estas dos mujeres difieren en velocidad, aunque ambas llegaron en la misma época al consultorio de Cote. A Regina, que estaba en sus primeros semestres de Mercadotecnia en la Universidad de Puebla, tardó cuatro sesiones en proponerle una medicación. La joven estaba en una relación de pareja “muy estresante” y tenía tanta ansiedad que estaba “muy asustada”. “Al principio me dijo que me quería conocer más a fondo antes de recetarme nada”, cuenta, “sí me sugirió la idea de que yo tenía rasgos narcisistas. No me lo tomé a mal, porque yo estaba muy abierta a mejorar, a que me dijeran verdades, y pensé que ella era la experta”.

A la cuarta sesión, Cote le expuso que después de “un análisis exhaustivo” de su perfil y su lenguaje corporal, Regina tenía esquizofrenia. Aunque la joven nunca hubiera tenido alucinaciones ni algún signo previo, la psicóloga le explicó que “era cuestión de tiempo”, por lo que tenía que empezar a medicarse de forma urgente si no quería que se agravara. “Yo estaba impactada. Le dije: ‘Es algo grave, ¿estás segura?’. Me dijo que mi desconfianza hacia mi pareja eran delirios paranoides y que el movimiento de mis ojos era un signo delator de la esquizofrenia, que ella había trabajado como perito y en hospitales psiquiátricos de renombre y que estaba segura”.

En el diagnóstico que le entregó, y al que ha tenido acceso este periódico, se lee: “Cuenta con muy pobre aceptación de sí misma que le puede llevar a ser manipulada por los demás o por lo establecido sistémicamente. Esto nos refiere a una pobreza de fuerza interior. Su sentido de proporción para ver lo relevante dentro de lo complejo es muy bajo. Al fallar su sentido de realidad, se vive en la fantasía. Maneja altos niveles de angustia que con ayuda psicológica se pueden reducir o bien incrementarse para tensar el campo de acción y moverla hacia una conducta más proactiva. Conclusión: Trastorno Esquizotípico de la Personalidad con rasgos Obsesivo-Compulsivos. Rasgos también: paranoides, esquizoides, y narcisistas. Trastorno de la vida afectiva que reduce la expresión y la calidad de las relaciones sociales, casi autista”.

Le recetó el antidepresivo venlafaxina, y dos antipsicóticos: risperidona y quetiapina. Regina los pudo comprar sin problema en la farmacia, pero no se atrevía a tomarlos. Ante la confusión fue a pedir una segunda opinión a un psiquiatra en el hospital Los Ángeles, que ni le confirmó ni negó el diagnóstico de esquizofrenia. Con las dudas, Regina siguió yendo a las citas en el consultorio de Cote. “Como no me estaba tomando su medicación, me trató de asustar: me dijo que yo era una persona necia, que no entendía razones, que ella había visto cómo los pacientes que se negaban a medicarse llegaban al suicidio, y me dijo que ese iba a ser mi caso. ‘Vas a tener alucinaciones visuales, auditivas, vas a perder el contacto con la realidad, y vas a atentar contra tu vida”.

La joven estaba “aterrada”. “Yo pensaba ‘no me quiero morir, no quiero perder el control de mi voluntad y de mis acciones’. Y sabía que yo no quería atentar contra mi vida, pero ella me lo decía como algo definitivo”, explica. “Se volvió agresiva, decía que ella era una experta eminente, que cómo me atrevía a cuestionarla a ella, que ella podía perfilar a criminales peligrosos, que yo era una niña inmadura y que mi narcisismo no me dejaba ver la realidad”. Después de seis sesiones y gracias al consejo de una amiga, Regina dejó de ver a Marilyn Cote. Nunca tomó los medicamentos. Por el miedo a que ella la persiguiera —”me decía que trabajaba con la Fiscalía de Puebla y que tenía contactos influyentes”— llegó a cambiarse el número de celular para que la dejaran de llamar de su clínica. Sí se atrevió a presentar su caso en 2020 en la Casa de Justicia de Puebla, donde lo desestimaron: “Me dijeron que yo iba ahí por voluntad propia, que me cambiara de psicóloga y ya”.

Los efectos secundarios de la medicación

El caso de Alitzel García fue mucho más rápido. Cote le dijo que tenía “una depresión detonada por una personalidad narcisista” y desde la primera sesión le recetó un antidepresivo, duloxetina, alprazolam para la ansiedad y quetiapina, un antipsicótico. “Ella me dio las muestras médicas para el tratamiento inicial y luego me recomendó ir a la farmacia que estaba precisamente a la vuelta de su consultorio, donde me surtieron de todo sin problema”, cuenta la paciente. “Me dijo que estuviera tranquila, que ella era neuropsicóloga y lo podía recetar”.

Marilyn Cote
Marilyn Cote y uno de sus diplomas.

Tenía que tomar los medicamentos cada día. “Nunca tuve mejoría. Lo único que relativamente mejoró fue el insomnio”, recuerda García, “el antipsicótico me lo estuvo cambiando por otros, porque yo no estaba mejorando sino que aumentaba mi ansiedad. Tenía muchos efectos secundarios: temblores, más ansiedad, no me podía estar quieta”. Estuvo casi ocho meses en la consulta de Cote y el final lo marcó el miedo: “Como no mejoraba, me dijo ‘si no se te quita la ansiedad te voy a mandar un antipsicótico inyectable’. Le dije que no y dejé de ir”.

Ambas mujeres encontraron psicólogos y psiquiatras que refutaron los diagnósticos de Cote y que las ayudaron con la ansiedad. Ambas también indagaron y encontraron rastro de sus mentiras, como sus cédulas falsas y sus montajes. Hace dos años que a Alitzel le apareció de vuelta una publicidad de la falsa psiquiatra y fue cuando se decidió a escribir una reseña sobre ella en Google: “Me mantuvo con altas dosis de antipsicóticos sin presentar mejoría. Tuve muchísimos efectos adversos. La doctora podrá quizás tener muchos estudios, pero está usurpando las funciones de un psiquiatra. Yo creí en ella y gasté lo indecible entre consultas y medicamentos”.

La respuesta agresiva de la abogada la retrata hasta hoy:. “Tuvieras los ovarios para pararte frente a mí Marilyn Cote y hacerme ver la sarta de difamaciones que estás diciendo, pero no tienes el valor. Tu herida narcisista es tan grande que después de dos años casi tres sigues fregando”. Ahora, cuando su consultorio está clausurado por la Comisión de Riesgos Sanitarios y la Secretaría de Puebla le ha dado un ultimátum para demostrar que es médica, antes de imponer más sanciones o arrestarla, tanto Regina como Alitzel reconocen: “Qué bueno que esto está saliendo a la luz”.

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Sobre la firma

Beatriz Guillén
Reportera de EL PAÍS en México. Cubre temas sociales, con especial atención en derechos humanos, justicia, migración y violencia contra las mujeres. Graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS.
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