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Cartas de Cuévano
Columna
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De Giovanini

De Juan José de Giovanini puedo celebrar muchas caras de buen humor, erudición, serenidad ejemplar y amor por los libros; un querido amigo a quien intento despedir dolorosamente por tantas páginas que quedaron pendientes, tanto párrafo y parranda de pláticas y paisajes

Columna Jorge F. Hernández
Columna Jorge F. HernándezJuan José de Giovanini

De Juan José de Giovanini puedo celebrar muchas caras de buen humor, erudición, serenidad ejemplar y amor por los libros. De Giovanini puedo evocar que estuvo en un colegio jesuita con mi hermano Lito y que dejó un paso notable como estudiante de comunicación en la Universidad La Salle del Bajío, así como discípulo más que alumno del poeta argentino Hugo Gola y contertulio dilecto de Luis Palacios y no pocos fantasmas entrañables de Cuévano (mejor conocida como Guanajuato), entre quienes comparto afecto y adicciones con Paco Aldebarán, Isidro Malagón, Esteban Espinoza, Carlitos Mendieta… y el propio Jorge Ibargüengoitia que los inventó como personajes de su inmensa novela Estas ruinas que ves.

De Giovanini celebro no sin nostalgia su atinado timón al frente de las Ediciones La Rana (en dos rectorías diferentes) de la Universidad de Guanajuato, lúcido y generoso panal de buena prosa y sabiduría donde lectores y no pocos autores abrevamos la deliciosa miel como abejas en contubernio. De Giovanini había empezado su carrera de letras al vuelo o prosa con prisa como periodista en el periódico El Heraldo de León y fue también editor del periódico a.m. de León, Guanajuato, pero soy de la idea que su verdadera vocación fue la de pastor de la palabra ajena como dedicado y delicado editor… o mejor dicho, Editante.

Al dejar su cargo al timón de las Ediciones La Rana, De Giovanini fundó su propia cada editorial al clarear el año 2020 con el nombre de E1Ediciones, apostando arriesgadamente por la edición electrónica, sin obviar la posible impresión en papel bajo demanda de los propios lectores o autores. Su catálogo queda hoy como ejemplo de promoción de lectura y generador cultural (en pantalla y en papel) cubriendo los géneros de cuento, cuentínimo, novela breve, ensayo y poesía guiados todos los títulos por el buen gusto y la savia intelectual de De Giovanini, lector voraz, bibliómano fino, conversador y maestro de esto que llamamos Literatura con mayúscula.

Según se aprende de la lectura del recién publicado Cuentahilos en España (Editorial Trama, 2016) la definición de Editante se aplica a quien interactúa con el autor de un texto original no con el afán de inducirlo a corregir o quitar, añadir o impostar párrafos o páginas que se conviertan en un texto ajeno al propio autor, sino Editante es quien alienta y estimula, en una suerte de amorosa mayéutica el parto propio del autor del texto. Es además importante neologismo que en español nos ayuda a resolver el dilema que existe en inglés entre el perfil de Publisher y la cara del Editor. Los publishers son dueños del changarro y hablan de los libros como producto (sinónimo de litro de leche), mientras que el editor es el pastor cuidadoso de la prosa en todos los géneros, la sigilosa sorpresa de la errata y cuadrícula de la sintáxis… pero sobre todo, el trato en conversación inteligente con el autor, aliento amigable de la tinta misma.

De Giovanini fue precisamente un perfecto Editante y por lo mismo, un querido amigo a quien ahora intento despedir dolorosamente por tantas páginas que quedaron pendientes, tanto párrafo y parranda de pláticas y paisajes. Desde Hace más de una década De Giovanini me leyó con lupa (más bien cuentahílos) y tuvo la atrevida generosidad de publicarme cinco libros en pantalla y en papel. Admiro además la elegante discreción con la que nunca reveló el martirio con el que se prolongaba su agonía ni la etimología exacta de la enfermedad que se lo llevó finalmente y abrazo con mi quebrantado corazón a su familia y amigos, pero sobre todo a los muchos lectores que deambulan por un mundo leído mucho mejor que este gracias a la generosa y pedagógica labor de un Editante que no merece silencio ni amnesia.

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