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NACHO CANO
Columna
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¿Somos hijos del mezcal, de la espada y del flamenco? Mëjknëëj

El musical de Nacho Cano ‘Malinche’ no es más que la propaganda anti-leyenda negra de siempre, pero con mucha parafernalia y gran producción; la necesidad de cierto sector de España de justificar la opresión colonial

Hernán Cortés llega a México precedido por la Malinche en un documento del siglo XVI.
Hernán Cortés llega a México precedido por la Malinche en un documento del siglo XVI.Universal Images
Yásnaya Elena A. Gil

En esta primera entrega planteé algunas reflexiones sobre Malinche, la obra musical de Nacho Cano a la que tuve la oportunidad de asistir hace algunos unos meses. Quedaron en el tintero las impresiones que me causaron otros elementos ideológicos que sostienen esta puesta en escena y que se adscriben a esa línea discursiva que pretende contrarrestar la llamada Leyenda negra que pesa sobre la historia de España. Esta obra no plantea ningún acercamiento novedoso ni plantea nuevos argumentos, son las mismas ideas que una y otra vez ha defendido sobre todo la derecha española: la Conquista de México trajo civilización, universidades y hospitales, además de terminar con la tiranía de Tenochtitlán sobre los demás pueblos mesoamericanos; también sostienen que, a diferencia de los colonizadores ingleses, la conquista española fue una buena conquista porque permitió el mestizaje. Malinche podría resumirse con la historia de amor entre Hernán Cortés y su intérprete que permite la creación del glorioso mestizaje del que ahora podemos disfrutar en México. Una de las canciones, Hijo de la guerra, resume esta postura con la frase “hijos del mezcal, de la espada y del flamenco”.

Detrás de esta manida defensa del establecimiento del orden colonial, yacen ideas erróneas y varias de ellas francamente racistas. Ni la historia entre Malintzin y Cortés fue una historia de amor ni la colonización es un mal necesario para la mezcla genética y cultural que pudo haberse dado en otros términos. Por otro lado, se ignora que antes de 1519, en estos territorios existían sistemas educativos, atención a la salud y una serie de espacios para la reproducción del conocimiento de los pueblos mesoamericanos. Por otra parte, se invisibiliza que en el norte del actual México pueblos indígenas completos fueron borrados de la faz de la tierra; si no lo hicieron en el sur fue por otras circunstancias y no por una vocación bondadosa por alentar el mestizaje.

Uno de los actores grita que aquello que veremos en escena es la creación de “una nueva raza grande, libre y mágica” con todo el despropósito que esta frase conlleva. Es importante no confundir mezcla genética y cultural con mestizaje. La mezcla genética se ha dado a través de la historia de la humanidad, lo que prueba la existencia de razas como categorías biológicas; aunque Nacho Cano aluda a la mezcla y al encuentro entre dos razas, en realidad, la población nativa de este continente tenía una población muy diversa genéticamente como también la población colonizadora que venía de una península ibérica por la que habían pasado poblaciones romanas, visigodas, celtas, árabes y judías. Sobre todo, no fue un encuentro y tampoco entre únicamente dos mundos. En cuanto a la mezcla cultural, las masacres y las violencias derivadas del colonialismo no son condición necesaria para la mezcla cultural que se había dado previo a la llegada de los españoles en ambos lados del océano dado que no existían, ni existen, culturas puras. La opresión colonial, la espada, no es el precio que debíamos pagar para poder mezclar el mezcal y el flamenco.

El mestizaje ha sido más bien un proyecto del Estado mexicano del siglo XIX y no una herencia de la conquista española. Para 1820, la mayor parte de los historiadores coinciden en que aproximadamente el 70% de la población del territorio que ahora califica como mexicano era indígena. Los estudiosos de los Censos de Población en México, como Moisés González Navarro, reportan que, en la segunda mitad del siglo XIX, los matrimonios y las uniones informales entre hombres blancos criollos y mujeres indígenas o afrodescendientes casi no existieron. La idea de Nacho Cano de que la relación entre Malintzin y Cortés inauguró uniones masivas entres españoles e indígenas está desmentida por los datos.

Otro aspecto lamentable es el papel contrapuesto de dos personajes en esta obra musical: mientras que Malinztin es reducida a Malinche, una mujer enamorada del conquistador sin mayores complejidades ni evolución, el personaje más cruento y sanguinario de la Conquista española, Pedro de Alvarado, está representado por una mujer, la artista del flamenco Olga Llorente, en un intento, tal vez, de embellecer con su magnífica danza las inefables acciones de Alvarado.

La representación de Moctezuma es tal vez uno de los más lamentables de toda la obra. Siguiendo la línea tradicional se presenta a un tlatoani que cree ingenuamente y con mucho temor que Cortés es la deidad mesoamericana Quetzalcóatl. Aun con todos los acercamientos históricos recientes y más rigurosos sobre la figura de Moctezuma, en la obra de Nacho Cano, este patético personaje, junto al español Orteguilla, va evolucionando hasta convertirse melodramáticamente en cristiano amante de la cruz y que nos dice, momentos antes de morir, que “la magia es Él (Dios)”.

Malinche no es, pues, más que la propaganda anti-leyenda negra de siempre, pero con mucha parafernalia y gran producción. Habituados como estamos a la versión mestizofílica del nacionalismo mexicano y la necesidad de justificar la opresión colonial de cierto sector de España, no es de sorprender que tirios y troyanos, españoles y mexicanos, aplaudieran a rabiar al final de esta obra que termina, cómo no, con una canción de Mecano. Ni el pésimo mezcal que compré a las afueras para pasar el mal rato pudieron quitarme el sabor de boca de esta glorificación acrítica de la espada española.

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