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La escritora guerrerense Vanessa Hernández: “Llegué tarde a la literatura porque soy de Acapulco y el contexto no es precisamente literario o cultural”

La autora de la novela ‘Las alumbradas’ cuenta cómo su formación académica y literaria desde el interior del país construyó su visión narrativa y se nutrió de la cultura pop a la que sí tuvo acceso

La escritora y periodista, Vanessa Hernández, el pasado 7 de agosto, en Ciudad de México.
La escritora y periodista, Vanessa Hernández, el pasado 7 de agosto, en Ciudad de México.Rodrigo Oropeza
Erika Rosete

Para Vanessa Hernández (Guerrero, 41 años) todos los escritores y escritoras eran como Gabriel García Márquez: nacían y crecían así, con esa solemnidad de las letras impostada en el rostro, como si toda la vida hubieran estado destinados a escribir palabras bellas y elocuentes. En su mente de niña la idea siempre le resultó deseable, pero cuando quiso comenzar a sumergirse en ese universo de historias, descubrió que las cosas eran más complejas. “Cuando yo quería leer había muy pocos espacios en los que podía conseguir libros en Acapulco”, cuenta. La autora, que ahora presenta su novela Las alumbradas, asegura que pese a que existe un impulso turístico en su Estado natal, el contexto cultural no favorece a quienes desean comenzar un camino profesional en él, y se ve a sí misma como un ejemplo de eso, además, de varias generaciones que crecieron nutridas de la televisión mexicana y la cultura popular que ahí se proyectaba: “Yo llegué relativamente tarde a la literatura mexicana, porque soy de Acapulco, y porque el contexto no es precisamente literario o cultural”, dice.

Hernández —que estudió diseño de modas— ha sido reportera de varios periódicos de la ciudad de Acapulco, incluyendo uno que desapareció hace solo unos años. Ha escrito siete novelas (dos de ellas publicadas) y un libro de cuentos. Se siente “cómoda” al decir que parte de su formación literaria tuvo un origen en la televisión, cuando veía las telenovelas mexicanas y descubría que la forma en la que se construían los personajes era muy similar a lo que ella hacía cuando jugaba. Escribió su primer libro cuando tenía 16 años, Las alumbradas es su tercera novela, la comenzó a los 22, es una historia que había permanecido en su casa de la infancia, en el Estado de Guerrero, hasta que la pandemia le permitió volver, releerla y prepararla para publicación.

En 2012 se trasladó a Ciudad de México, en donde vive y ha desarrollado la mayor parte de su carrera como escritora: “Empecé a saber qué quería aquí en esta ciudad. Lo que me gustan son historias de mujeres fuertes, de mujeres que se elevan sobre sus circunstancias, que no se limitan, que no necesariamente tienen privilegios. Porque Acapulco, bueno, Guerrero no es un lugar privilegiado. Puede que haya epicentros muy favorecidos, pero en general no lo es”, relata. En Las alumbradas deja constancia de eso, cuando una familia conformada por cinco hijas —las Fernández— se enfrenta a varias tragedias que van descomponiendo a la familia y hacen que tengan que abandonar la hacienda en la que viven y en donde también tienen la compañía y el soporte de varias mujeres indígenas que las han acompañado desde pequeñas.

Novela ‘Las alumbradas’ de la escritora guerrerense Vanessa Hernández.
Novela ‘Las alumbradas’ de la escritora guerrerense Vanessa Hernández. Cortesía

La historia de Las alumbradas —el nombre que tiene la propia hacienda familiar del libro— se desarrolla en un país devastado por la Revolución, en un Estado históricamente olvidado y alejado de las virtudes y los recursos de la capital. Un sitio en el que todavía convivían en armonía el pasado y el presente y una extraña incertidumbre por el futuro. En el relato también se ven los temas que han atravesado a Vanessa Hernández desde pequeña: las viejas costumbres familiares, los privilegios, como el de tener un hogar aislado de la pobreza y el caos del exterior, y, sobre todo, la “magia” con la que, como ella, las hermanas Fernández adoptaron en su vida a través de las enseñanzas y rituales de las mujeres indígenas que las curaban de espanto o de algún otro síntoma físico difícil de tratar. “Las hermanas son favorecidas al principio, son privilegiadas, viven en su hacienda, no les pasa absolutamente nada, y cuando se dan cuenta de que esa vida no es la que habita la mayoría de gente en el país, se dan cuenta de que están más solas de lo que imaginaban”.

Hace apenas tres años que la autora comenzó de lleno a sumergirse en los libros de autoras mexicanas como Elena Garro o Josefina Vicens, llegar a Ciudad de México le permitió agigantar el espacio creativo y nutrirlo de más y nuevos materiales para su escritura. Por eso es que siempre vuelve al origen periférico que experimentó, cuando solo había dos bibliotecas donde ella podía ir y pedir libros prestados: la del Zócalo de la ciudad de Acapulco y la biblioteca Parque Papagayo.

Insiste en la idea de que, en un Estado como Guerrero, duramente castigado por una creciente violencia, se vive desde hace tiempo una gran apuesta económica hacia el turismo, pero muy pocos incentivos para la cultura o el arte. “Se ha tenido la idea de que en Guerrero el turismo no va por cultura, no como van, por ejemplo, a Oaxaca, que tiene un turismo muy bien formado y muy bien establecido. Pero en Guerrero está esa idea de ‘vamos a la playa a divertirnos’. Tal vez un concepto que se retrata super bien en películas como La risa en vacaciones”, dice.

Hace solo unos días que su novela Sureña ganó el premio nacional de Narrativa Dolores Castro, en donde centra la temática en el contexto violento de su Estado. Para Hernández todavía es difícil volver a Guerrero, pero se siente optimista al pensar que poco a poco esos recursos, herramientas y visiones que ella no tuvo en la infancia, puedan estar emergiendo. Continúa sentándose frente al televisor para ver telenovelas mexicanas, como una forma de continuar fortaleciendo el vínculo que antes construyó con su abuela, y que ahora persiste de vez en cuando con su madre.

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Erika Rosete
Es periodista de la edición mexicana de EL PAÍS.

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