Un recorrido urbano por la caótica memoria de Carlos Monsiváis
El espacio cultural del Infonavit organiza una ruta por los lugares en los que descansa el legado del mítico cronista de la capital, al que le dedica el mes de mayo
La prosa lúcida de Carlos Monsiváis (1938-2010) se abrió paso entre el desorden de una ciudad que a ratos parece inabarcable y casi siempre imposible. También sus libros encontraron su justo lugar en una biblioteca confusa y anárquica, como su característico cabello. En 2012, esas librerías dejaron de ser suyas para convertirse en la casa de todos, y desde entonces reposan, en un desorden solo aparente, en una sala de la Biblioteca de México, en la Ciudadela del centro de la capital. Aquí comienza el pequeño recorrido que ha organizado el espacio cultural del Infonavit por los lugares en los que descansa el legado del mítico cronista de la ciudad, al que la organización le ha dedicado las actividades del mes en que nació hace 85 años.
“Hemos elegido a Monsiváis porque fue el gran narrador de la capital”, explicaba este sábado Paula Duarte, gerente de vinculación cultural del Infonavit: “Pero no solo por eso. Queremos recuperar el legado de grandes héroes civiles, y él estuvo siempre con la gente: con la comunidad LGTBI, con los indígenas”, explica. El espacio cultural de la institución destinada a la vivienda, recién creado, busca reflexionar sobre el entorno en el que se habita, más allá del propio domicilio: sus condiciones, sus posibilidades, sus límites. El hogar también son las calles que pisamos.
Rubén León, uno de los bibliotecarios de la sala de la Ciudadela, comienza su explicación ante una veintena de personas que escucha atenta. “Él decía que siempre iba despeinado, como los gatos, porque ambos estaban en pelea continua”, relata frente a las estanterías que custodian el primer pasillo del laberinto, donde se guarda su colección de música, arte y cómic. “Es una bibliografía muy actual, tiene cosas que ya no tiene nadie”, destaca. El acervo está formado por los 24.000 libros que fue acumulando a lo largo de su vida, en su casa en la colonia Portales, donde reinó el caos hasta el final: “Él nunca catalogó sus obras, las agrupaba por temas, y te las podías encontrar debajo de la cama, en la despensa, por todas partes”.
La biblioteca fue diseñada por el arquitecto Javier Sánchez, quien leyó su biografía y buscó hacerla a imagen y semejanza del alma del autor. El resultado es una estructura de estanterías que se cruzan sin aparente sentido, pero que representan momentos o luchas importantes para Monsi, como le decían cariñosamente los amigos. Las librerías superiores evocan el complejo de Tlatelolco, “porque él escribió la verdad sobre esa noche”, expone León. El pequeño grupo se ha desplazado hacia la parte trasera de la sala para poder observarlo. Otra estantería representa la Estela de la Luz, un “artefacto estúpido” que no representaba a los mexicanos, y un tercer mueble se erigió como Edificio Monsiváis, donde duermen los 280 libros que escribió solo o en colaboración con otros autores, como Elena Poniatowska.
Ambos amigos compartían la devoción por los gatos. Ella nombró a dos de los suyos en honor a él, Monsi y Vais, y él llegó a convivir con 13 criaturas a las que “nombraba según algún momento histórico que estuviera atravesando el país o a una crónica que estuviera escribiendo”, cuenta León. No por casualidad es el emblema que identifica y recorre la sala. En el centro se encuentra el tapiz El deshilado, obra de Francisco Toledo, que representa a dos felinos con la propia cara de Monsiváis. Real o leyenda, nadie sabe.
A un costado está la verdadera pepita de oro del acervo: el fondo reservado del autor con sus libros más antiguos, como la primera edición de Los Miserables, en francés, Las mil y una noches o la Divina comedia, ilustrada por Gustave Doré. También se encuentran sus libros dedicados, entre ellos varios Nobel: Octavio Paz, Pablo Neruda, José Saramago y Gabriel García Márquez. Pero el mensaje más bizarro se lo dejó la escritora Nellie Campobello, quien le incrustó un porro en la primera página: “Como sé que padeces insomnio, esto seguramente te va a dormir”, le escribió. Monsiváis prefirió dejarlo ahí, sin tocar, para que un grupo de visitantes pudiera apreciarlo con sorpresa y júbilo tantos años después.
A este tour intergeneracional que se va desplazando por la sala le persiguen muchos otros gatos reproducidos en una cenefa que recorre el suelo. En realidad su motivo es la gaturna, la urna diseñada por Toledo para depositar las cenizas del autor, que en homenaje póstumo multiplicó en las baldosas de la biblioteca. El envase con los restos descansa en la sala del Museo del Estanquillo, y ahí es donde las huellas de gato llevan a los visitantes, en la siguiente parada de la ruta.
Un héroe civil con oficina en las cantinas
La posición crítica con el poder y la camaradería con los oprimidos quedaron plasmadas en cada uno de los textos de Monsiváis. A propósito del gran terremoto del 85 y la solidaridad que desencadenó, dejó escrito: “La Ciudad de México conoció una toma de poderes, de las más nobles de su historia. [...] Fue la conversión de un pueblo en gobierno y del desorden oficial en orden civil. Democracia puede ser también la importancia súbita de cada persona”. No solo narró la ciudad, se comprometió con ella, y es eso lo que le convirtió en referencia para muchas personas, como Omar Cruz Huertas (54 años), que asiste al recorrido para conocer un poco más del que considera uno de sus “ídolos”.
El periodista ubicuo conocía la capital como la palma de su mano, y uno de sus lugares predilectos fue la plaza de la Lagunilla, donde saciaba su impulso de coleccionista obstinado. El fruto de sus obsesiones vive ahora, junto con la urna con sus restos, en el museo del Estanquillo, el espacio que el Gobierno puso a disposición para sus más de 13.000 objetos. De ahí salen las colecciones, siempre temporales, que van poblando el museo cada cierto tiempo. El grupo sube entusiasta a la parte superior de la galería para ver la que hay ahora, que recoge el acervo fotográfico de Librado García Smarth. “70 de estas fotografías son de Monsiváis. Fue a la Lagunilla, vio que había algunas dedicadas y las empezó a coleccionar”, cuentan Marisol y Cristel, guías de la exposición. Las muestran cambian cada cuatro o seis meses, y un 90% de lo expuesto en cada una pertenece al acervo del autor.
En la sala de lectura, justo al lado, reposan sus cenizas. “La urna es un gato que se redondea sobre sí mismo para dormir su larga vida de siete vidas. Envuelto en su cola, su pelambre resalta por encima del barro y su cabeza de gato tiene la cara del Monsiváis de los buenos días, el que sonreía”, se lee en la placa situada al costado, donde quedaron grabadas las palabras de su amiga Poniatowska.
Su legado tangible duerme alerta en los dos espacios dedicados a su recuerdo, a la espera de que cualquier visitante interactúe con ellos. Pero su memoria respira todavía viva en la tercera y última parada del recorrido, adonde los visitantes se dirigen caminando. “Esta es la oficina de Carlos Monsiváis”, anuncia al llegar al bar La Ópera Adán González, encargado de cerrar el tour. “Para él, las cantinas eran lo que conocía como los santuarios errátiles, donde sucedían la comedia y la tragedia”, expone: “También lo eran el bar La faena, El gallo de oro o El nivel”.
La foto que enseña al público, donde aparece la conocida como Mafia de la Ópera, confirma su testimonio: Carlos Monsiváis, José Luis Cuevas, Fernando Benítez y Carlos Fuentes, reunidos en torno a una mesa, en 1965. “Este es el último punto del recorrido porque es el último punto de encuentro de aquello que le definió”, concluye: “El cruce entre el caos, la narración y la ciudad”. Los gatos maúllan en silencio como signo de aprobación.
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