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Los dos duelos de Daniel Tirado: “No sé cómo explicar el hueco que dejan en nuestras vidas”

El hermano de Andrés y Jorge, los dos jóvenes asesinados junto con su tío en la colonia Roma, habla con EL PAÍS sobre el triple homicidio y los meses de luto desde entonces

Andrés Tirado y Jorge Tirado, hermanos que fueron encontrados asesinados en Ciudad de México.
Andrés y Jorge Tirado, asesinados el 18 de diciembre de 2022 en Ciudad de México.RR SS
Alejandro Santos Cid

Daniel Tirado empezó aquella semana con un viaje a la morgue. Tenía que reconocer dos cadáveres: los de sus hermanos, Andrés y Jorge, un actor y un músico de 27 y 34 años, secuestrados y asesinados a golpes junto con su tío, José Luis González (73 años), en la Ciudad de México. Fue un crimen salvaje. Y allí estaba Daniel, unas horas después de que la policía encontrara los tres cuerpos. Eran las 11 del 19 de diciembre y la escena era demasiado para un lunes por la mañana. Lo habría sido para cualquier día, en realidad. “No quería que mis papás tuvieran que realizar ese tipo de cosas, no es algo agradable para un papá tener que ver eso. Para mí tampoco lo fue. Lamentablemente, tuve que hacerlo dos veces”, narra por teléfono el joven de 30 años, el del medio de los tres hermanos, en entrevista exclusiva con EL PAÍS.

Tres meses después del crimen, Daniel trata de describir con palabras una de esas realidades para las que el vocabulario humano no alcanza: “No es fácil. Nunca habíamos pasado por una situación así. No sé cómo se supone que debe ir esto. Hay días buenos, malos, tranquilos. Estamos tratando de llevarlo de la manera más tranquila posible y poder salir del otro lado. Lo más difícil es aceptar que ya no están aquí. Éramos una familia unida, hablábamos todos los días. No sé cómo explicar lo mucho que van a hacer falta en nuestras vidas y el hueco que dejan”. Al otro lado del teléfono, la voz tiembla.

“Mis padres están mejor”, continúa, “creo que te imaginarás como te cambia el semblante la situación, pero ver un poco de mejoría con el tiempo da algo bueno”. “Obviamente hay días malos, pero los noto más tranquilos. Tanto mis papás como yo no hemos dejado de atender al psicólogo y tratar de llevar esto de la mejor manera posible para no hundirnos, en pocas palabras, porque no atendernos nos puede dejar peor. Estamos haciendo lo que podemos con lo que tenemos y quiero creer que va bien la situación”, cuenta el joven.

La última vez que Daniel habló con sus hermanos fue unas horas antes de que el rastro de los dos jóvenes se esfumara. “Un día antes de que fallecieran estuvimos platicando. Lo más normal para nosotros era platicar de cosas geeks: los tres éramos fan de videojuegos y películas en general, era un tema recurrente”. Después de eso, Andrés y Jorge dejaron de responder sus mensajes. “Me dejaron en visto en WhatsApp y ya a las horas fue cuando me marcaron [unos amigos de los chicos] para avisarme de que no sabían de ellos”.

Daniel estaba en Guadalajara, donde reside. “Me marcaron los amigos de mis hermanos el sábado por la tarde. Tomé un camión el sábado por la noche para llegar a la Ciudad de México. Llegué el domingo como a las seis mañana. Desde entonces estuvimos tratando de realizar el reporte por privación de libertad. Los amigos de mis hermanos no pudieron realizarlo porque no eran familiares de sangre. Estuvimos todo el día en vueltas, mareados con lo que se tenía que hacer con el papeleo”.

A las tres de la tarde, por fin, Daniel consiguió poner la denuncia en la Coordinación Territorial Cuauhtémoc 5, en la Santa María de la Ribera. A esa misma hora, en la Roma, la policía irrumpió en el 113 de la calle Medellín y encontró los cuerpos de sus hermanos, pero mientras hacía la declaración él solo sabía que “empezó a haber un movimiento extraño en el inmueble“, según el testimonio que dio a la Fiscalía, al que ha tenido acceso este diario. “Posteriormente, ingresaron unos policías y una ambulancia y salieron con mi tía María Margarita Ochoa [también secuestrada, la única superviviente del crimen], la cual se encontraba en crisis y se la llevaron, siendo todo lo que nos informaron por el momento”, se lee en el documento.

Una hora después, cuando todavía se encontraba rellenando los papeles del atestado, recibió una llamada de teléfono. “Estábamos llenando documentos y mis papás me marcaron para decirme que habían podido entrar en la casa y habían encontrado a mis hermanos sin vida. Fue como a las seis de la tarde”, recuerda.

“Me gusta acordarme de ellos como las últimas veces que los vi”

Todos los duelos tienen algo de desgarro. Daniel Tirado vive dos. Dos lutos, además, sacudidos por la primera plana de los periódicos que seguían con lupa los nuevos giros del caso. “Fue bastante morboso y macabro, pero la Fiscalía desde el momento uno tomó algunas medidas muy buenas hacia mí. Cada traslado que hacían conmigo era evitando prensa y todo tipo de situación mediática. La atención fue muy buena, fueron muy atentos. Estaban en constante comunicación, nos proveyeron todos los servicios: atención a víctimas, psicólogos, traslados, servicios funerarios... También estamos muy agradecidos con la gente que ayudó a buscarlos”.

Lidiar con dos ausencias así, tan abruptas, puede jugarle a la cabeza malas pasadas. “Me gusta acordarme de ellos como las últimas veces que los vi: en familia, sonrientes. Últimamente, con las ceremonias que les han hecho te cambia la perspectiva. Ver cómo la gente los veía y los quería, cómo tocaban las vidas de los demás, la luz que transmitían y las historias que estaban contando es muy bonito. Eran bastante queridos, la gente que les conocía sabe perfectamente el tipo de personas tan buenas que eran mis hermanos. Me gustaría que fueran recordados por lo que eran: vitales para mi vida y la de mis papás, para la gente que les rodeaba, para todos sus amigos cercanos”.

Andrés y Jorge Tirado se mudaron al 113 de la calle Medellín el pasado agosto para acompañar a sus tíos, José Luis González y María Margarita Ochoa. Los dos ancianos se habían trasladado a la residencia después de la muerte de un hermano de Ochoa, el dueño original, mientras regulaban la herencia, ya que tras el fallecimiento del propietario, la casa quedó intestada —sin un sucesor claro—. Blanca Hilda Abrego (64 años), una enfermera que desde 2004 se encargaba del hermano de Ochoa y convivía con él, trató entonces de hacerse con la propiedad del inmueble con diferentes estrategias legales que no le funcionaron. “[Mis tíos] empezaron a tener problemas con la señora Blanca Hilda Abrego, así que decidieron que mis hermanos llegaran a vivir con ellos en agosto para estar al pendiente”, se lee en la declaración de Daniel.

Durante meses, los hermanos Tirado y sus tíos convivieron con Abrego y su familia —su hija, Sally Mechaell Arenas (43 años), y dos nietos, Randy (23) y un niño de tres años—, que permanecieron en la planta baja de la casa mientras se resolvía el proceso legal. Ochoa, González y los hermanos residían en la planta alta. En septiembre, Abrego, Mechaell Arenas y su pareja, Azuher Lara (37), empezaron a planear un golpe para quedarse con la propiedad del edificio: secuestrar a los cuatro y hacer que Ochoa firmara la sucesión del inmueble.

Del 16 al 18 de diciembre, torturaron a la mujer y asesinaron a los hombres. Para ello, contaron con al menos otros cuatro cómplices, identificados como José de Jesús, Karla, Rebeca y Luis, aunque fuentes con conocimiento de la investigación señalan que pudo haber otros dos implicados que continúan prófugos. El domingo 18, la policía irrumpió en Medellín 113 junto a un hijo de Ochoa, liberó a la mujer, a la que se encontró amarrada a una silla de ruedas, y halló los cuerpos de los hermanos y su tío. Abrego, Mechaell Arenas, Randy, Lara, José de Jesús, Rebeca, Karla y Luis se encuentran detenidos por el crimen y a la espera de juicio.

“Lamentablemente, de todos los asuntos de la casa me enteré dos días antes de que pasara todo. Para mí fue algo completamente nuevo en un transcurso de 48 horas. Mi mamá me cuenta un día sobre asuntos legales de la casa y al día siguiente estaba viajando a la ciudad”, explica Daniel. “El 90% de las personas involucradas están aprehendidas, se pueden considerar buenas noticias, del lado familiar se nos hizo bastante bueno. Aunque realmente no pienso mucho en el juicio, espero que se haga la justicia máxima de todas maneras. Es inaudito que hayan quitado tres vidas”.

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Sobre la firma

Alejandro Santos Cid
Reportero en El País México desde 2021. Es licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Autónoma de Madrid y máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre la actualidad mexicana con especial interés por temas migratorios, derechos humanos, violencia política y cultura.

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