“Aquí van a valer verga, los voy a matar”: el testimonio de los presuntos asesinos de los hermanos Tirado y su tío en la colonia Roma
La confesión ante la policía de dos de los detenidos, Rebeca y José de Jesús, a la que ha tenido acceso EL PAÍS, describe unas horas de terror ante el triple homicidio del pasado diciembre
Jorge y Andrés Tirado intentaron escapar. Cuando el pasado 16 de diciembre llegaron a la casa en la que residían en la Ciudad de México, en el 113 de la calle Medellín, se encontraron con una decena de extraños vestidos de negro y con el rostro cubierto que los inmovilizaron y amordazaron. Los arrastraron a una habitación donde ya tenían maniatados a sus tíos, José Luis González y María Margarita Ochoa. Les dieron una paliza. Les cortaron con navajas. En un descuido de sus captores, Jorge se desató y trató de liberar también a su hermano. Uno de los secuestradores, Azuher Lara, le derribó de una patada en la cabeza. Se ensañó con él mientras estaba en el suelo. El joven se revolvió, trató de defenderse. Lara le apuñaló. “El muchacho se desvaneció”, confesó más tarde José de Jesús, presunto asesino a su vez de Andrés y González y testigo del homicidio de Jorge. EL PAÍS ha tenido acceso en exclusiva al testimonio que el hombre y otra de las arrestadas, Rebeca, dieron ante la policía después de ser detenidos.
El 18 de diciembre, México se estremeció con el triple homicidio de los hermanos Tirado, Andrés (27 años) y Jorge (34), y su tío, González (73). De acuerdo con la Fiscalía, los tres hombres y Ochoa (75), la única superviviente, fueron secuestrados para que la mujer cediera la propiedad de Medellín 113 a sus captores, que vivían en el mismo inmueble. Cuando la policía irrumpió en la residencia, los cadáveres estaban apilados en un pequeño cuarto y Ochoa llevaba dos días siendo torturada. Primero, los agentes detuvieron a Blanca Hilda Abrego (64 ), su hija Sally Mechaell Arenas (43) y la pareja de esta, Azuher Lara (37). Después, fueron cayendo uno a uno el resto de presuntos cómplices: Randy Arenas (23), hijo de Sally, Rebeca, José de Jesús, Luis y Karla.
Según el testimonio ante el Ministerio Público de José de Jesús y Rebeca, todavía hay un sospechoso más prófugo. La asesora privada de una de las víctimas asegura que por lo menos hay otros dos implicados huidos de la justicia. “El 90% de las personas involucradas están aprehendidas, se pueden considerar buenas noticias, del lado familiar se nos hizo bastante bueno”, cuenta Daniel Tirado (30 años), hermano de Jorge y Andrés, en entrevista con EL PAÍS. “Aunque realmente no pienso mucho en el juicio, espero que se haga la justicia máxima de todas maneras. Es inaudito que hayan quitado tres vidas”, se indigna.
De acuerdo con las declaraciones de los dos detenidos a las que ha tenido acceso este diario, José de Jesús y Lara fueron los autores materiales del triple homicidio. El resto de los secuestradores se dedicó a desvalijar la casa de cualquier objeto de valor: teléfonos, ordenadores, iPads, televisiones, cámaras fotográficas —Rebeca confesó haber salido del inmueble con Mechaell Arenas para sacar dinero en al menos tres cajeros con las tarjetas que habían robado a las víctimas—. Después de apresar y amordazar a los hermanos Tirado y encerrarlos con sus tíos en la habitación, José de Jesús torturó a los jóvenes para que cedieran sus datos bancarios. Mientras tanto, bebía alcohol. “Mientras más tomaba se ponía más agresivo”, narra Rebeca en su testimonio. Ella, según su relato, no pudo aguantar la escena y se fue a otra habitación, pero a través de las paredes todavía oía los gritos. “Jesús les decía: ‘Aquí van a valer verga, los voy a matar’”. Escuchó un último aullido. Después, silencio.
José de Jesús, quizá algo aturdido, fue a la cocina. Bebió un jugo. Se lavó la cara en el baño. “Pasados unos 15 minutos regreso al cuarto para ver qué íbamos a hacer”, testificó. “Me doy cuenta de que ya no respiraban, por lo que Azuher me dice que yo los había matado y que tenía que ayudar a bajarlos, que él se había echado a uno, pero yo había matado a dos”. Mechaell Arenas y Lara valoraron entonces disolver los cuerpos en ácido para eliminar las pruebas. “Inmediatamente, vino a mi mente que no solo iban a matar también a la señora [Ochoa], sino también a mí, motivo por el cual ayudo para bajar los cuerpos”, continúa la declaración del presunto homicida.
Arrastraron los cuerpos por la escalera de caracol, envueltos en bolsas de basura negras, hacia un pequeño cuarto que usaban como almacén. Limpiaron la sangre. Hablaron de contratar camionetas para sacar los cadáveres. Rebeca empezó a sentirse sobrepasada por la situación y pidió que le dejaran irse. Lara se opuso, pero José de Jesús consiguió convencerlo. El sábado a las seis de la tarde, él también dejó Medellín 113. Para ese momento, la desaparición de los hermanos Tirado ya había sido denunciada masivamente en las redes sociales y en la puerta de la residencia se acumulaban amigos de los jóvenes que buscaban respuestas sobre su paradero.
Unas horas después, Lara llamó para pedirle ayuda para mover los cadáveres. Él se negó a volver. Al día siguiente se enteró por la televisión de la detención de su amigo. Unos días después, también de la de Rebeca, que fue apresada mientras intentaba empeñar los objetos robados de Medellín 113. Él fue arrestado el 4 de enero.
Un robo fácil
La casa de Medellín 113, en la colonia Roma, pertenecía a un hermano de María Margarita Ochoa que falleció el pasado mayo. Blanca Hilda Abrego vivía con él desde 2004: era enfermera del anciano, que necesitaba cuidados constantes. El hombre residía en la planta alta del edificio, la mujer, en la baja. Con Abrego compartían techo también su hija, Mechaell Arenas, su nieto, Randy Arenas, y, en ocasiones, Lara. Cuando el anciano murió, Abrego trató de hacerse con la escritura de la casa mediante diferentes tretas, pero ninguna le funcionó.
Ochoa intuyó que algo raro pasaba con la enfermera. Ella y su marido, González, se quedaron en Medellín 113 mientras regularizaban la herencia del inmueble. En agosto, los hermanos Tirado, un actor y un músico, se mudaron para hacer compañía a sus tíos, preocupados por la situación de tensión con Abrego y su familia. Durante varios meses, convivieron bajo el mismo techo. Los hermanos Tirado y sus tíos, en la planta alta, la enfermera y sus descendientes, en la baja.
Cuando Abrego y sus familiares vieron que Ochoa estaba terminando los procesos legales para heredar la casa, decidieron actuar. Empezaron a planear el golpe desde septiembre. Fue en ese momento cuando Lara visitó a José de Jesús, un amigo con el que había crecido en la colonia Portales, para invitarle a un “bizne” [business, negocio] que tenía entre manos: un robo sencillo a una casa en la que vivían “dos chavos, un adulto mayor y una señora”. El plan, según le contó Lara, era entrar a la residencia cuando sus dueños no estuvieran. José de Jesús, después de pensarlo un tiempo, aceptó porque su situación económica “no era tan buena”. “Debía dos meses de renta, la luz, el gas e incluso en la tienda”.
Él habló del robo con Rebeca, su expareja, que le pidió participar. También necesitaba dinero. Un día antes del secuestro, el jueves 15 de diciembre, Lara les avisó. Rebeca y José de Jesús quedaron sobre las seis de la mañana del viernes en la estación de Obrera, subieron a un autobús y bajaron en la parada de Álvaro Obregón, a un par de minutos de Medellín 113. Allí les esperaban Lara y Mechaell Arenas con su hijo pequeño, un niño de tres años que, según los testimonios, estuvo en la casa todo el tiempo. Mientras las víctimas eran torturadas, su abuela Blanca jugaba con él para distraerle.
A las 11.30 de la mañana llegaron Karla, Luis y el otro sospechoso al que todavía busca la policía. Rebeca y José de Jesús aseguran en sus declaraciones que nunca los habían visto, que los conocieron ese día. El hombre anónimo, Lara y Luis, que cargaba un arma, fueron a buscar a González a la planta alta con la excusa de que moviera el coche para que un técnico pudiera revisar una lavadora estropeada que guardaban en el garaje. Inmovilizaron al hombre, luego llamaron a Ochoa para decirle que su esposo había sufrido un accidente. También la amordazaron.
Los hermanos Tirado tardaron todavía un rato en llegar. El primero fue Andrés. José de Jesús, Luis y el otro hombre le inmovilizaron mientras Karla le robaba la cartera, el teléfono, las tarjetas, le pedía sus contraseñas y el dinero en efectivo que tuviera en la casa. Jorge llegó un rato después. “Era más alto y más robusto. Como se escuchan pasos por las escaleras, este muchacho voltea y es cuando yo salgo de detrás de la alacena donde estaba cubriéndome y me le abalanzo, abrazándolo y tirándolo al piso”, confesó José de Jesús. Luis lo encañonó con la pistola.
Cuando, dos días después, la policía accedió por fin a Medellín 113 junto con uno de los hijos de Ochoa, se encontró a la mujer amarrada a una silla de ruedas y a los tres hombres muertos. En la escena del crimen también estaban Abrego, Mechaell Arenas, Lara y su hijo de tres años, que ahora está bajo custodia de otro familiar. Poco a poco, el resto de presuntos cómplices fueron cayendo. Ahora, en prisión, aguardan su juicio.
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