“Salimos de emergencia por las amenazas de muerte”: de las garras de la violencia en El Salvador a trabajar en un Oxxo
La multinacional Femsa ha contratado a más de 800 refugiados y migrantes en los últimos tres años como parte de su programa de inclusión laboral en México
Migrar o morir. Roberto no tuvo opción, cada día que pasaba en El Salvador crecía el riesgo de ser asesinado. Frente a las reiteradas amenazas de muerte, un día de junio de 2019, él y su familia decidieron dejarlo todo y tomar el primer autobús que los llevara lejos de su casa. Ese sitio, que durante años llamaron hogar, se convirtió de un día a otro en un campo minado por “ellos”. Ellos eran los que tenían el control en su barrio, Tierra Virgen; ellos les exigían una renta mensual para poder operar su negocio. Ellos terminaron por expulsarlos de su país de origen. “Fue improvisado, tuvimos que salir de emergencia por las amenazas de muerte que recibimos tanto mi familia como yo directamente. En mi familia teníamos un negocio de venta de carros y pagábamos lo que llaman aquí renta, pero cuando a ellos les mataban a alguien pedían más dinero. Mi padre tenía una cuota de 200 dólares, pero cuando a ellos les pasaba algo nos solicitaban 500 dólares al mes, era mucha cantidad y se fue para abajo el negocio”, cuenta Roberto, nombre ficticio para preservar su seguridad.
La violencia entre los barrios del país centroamericano y el insostenible peso de la extorsión terminó por asfixiar a la empresa familiar, su sustento económico de los últimos 12 años. “En El Salvador hay economía, pero la delincuencia no la deja prosperar. Allá no se puede trabajar, no puedes andar de colonia pa’ colonia, como son colonias de bandos diferentes, si cruzas ahí ya no sales”, detalla Roberto. Con el negocio al punto de quiebre y bajo amenazas de muerte, él y su familia no tuvieron más opción que malbaratar su casa y con poco más de 3.000 dólares [unos 60.000 pesos] que recibieron por la propiedad emprendieron el viaje rumbo a Estados Unidos, como ya antes lo habían hecho decenas de familiares, amigos y vecinos.
Su travesía no estuvo exenta de obstáculos, riesgos y carencias. Apenas empezar el viaje fueron deportados en el cruce fronterizo mexicano. “Ese mismo día nos pasó que nos mandaron para nuestro país, pero al siguiente día, a las seis de la mañana, ya estábamos en México otra vez”, confiesa con una cándida risa el joven de 23 años. Ya del lado mexicano, en Chiapas, la falta de papeles les hacía imposible conseguir un empleo. Roberto, sus dos hermanas y sus padres buscaron por meses que les dieran trabajo, pero la respuesta era siempre la misma: no.
Sin recursos para poder avanzar, y en espera de conseguir su estatus de refugiados, Roberto reconoce que siempre hubo un pollero dispuesto a cruzarlos ilegalmente a EE UU, pero él y su familia decidieron no hacer caso. Tras semanas de incertidumbre y de exprimir al máximo sus ahorros, lograron ponerse en contacto con Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. El organismo los adoptó en su programa de Reubicación e Integración Local y les ofreció trasladarse al Estado norteño de Nuevo León. ¿Monterrey?, Roberto confiesa que antes de recibir esta propuesta desconocía absolutamente todo sobre la entidad. Sin embargo, era lo de menos, en el sur sabían que ya no había futuro, así que en octubre de 2019 abordaron un autobús que los conduciría a su nuevo hogar.
En un primer momento, recuerda Roberto, vivieron una semana en un hotel. Después, llegó la oportunidad de rentar una vivienda y de integrarse al programa de Inclusión Laboral de Refugiados en las tiendas Oxxo. “Es muy difícil adoptar una vida nueva. Tratar de, no sé, acoplarse al hablado igual de las personas, a la forma en que te piden las cosas, le llaman muy diferente a todo, eso sí nos ha sido difícil, pero gracias a Dios nunca he tenido problemas con ningún cliente o compañero por ofensas o racismo”, dice. La multinacional Femsa ha contratado a más de 800 refugiados y migrantes en los últimos tres años en México a través de esta iniciativa.
Quien fuese panadero y vendedor de coches en El Salvador, ahora está a cargo de una de las más de 2.000 sucursales de la tienda minorista. Revisa las mercancías, atiende en la caja, coordina a las cuatro o seis personas que llegan a laboral en los distintos turnos. “Desde pequeño me ha gustado el trabajo, yo no tengo complicaciones para trabajar a lo que sea y una opción que me gusta es todo el trabajo que hay acá. Ahora, con gente a mi cargo, busco que mi equipo se sienta conforme con sus horarios, que todos tengan su día de descanso, que estén bien. Es una responsabilidad grande y gracias a Dios se dio”, menciona en la trastienda de la sucursal de Oxxo de la colonia Niño Artillero.
A pesar de que en más de dos años de trabajo ha vivido un par de robos en tienda, insiste en que el nivel de violencia que ha vivido no se compara con lo que padeció en El Salvador. “Nosotros venimos buscando paz en nuestras vidas. Fue improvisado, yo salí de emergencia, porque recibimos amenazas de muerte”, rememora. En México, Acnur busca reubicar anualmente a 20.000 personas refugiadas y solicitantes de asilo de las zonas del sur y solo en Nuevo León más de 9.300 migrantes solicitaron la condición de refugiado en los últimos tres años.
Roberto reconoce que antes de que la agencia de la ONU les tendiese la mano, en Chiapas, se llegó a sentir a la deriva, sin ninguna posibilidad de futuro, pero ahora, a la distancia, el joven de menuda apariencia y cándida sonrisa ha logrado echar raíces en territorio mexicano: acaba de recibir un ascenso al convertirse en líder de tienda, tiene una nueva pareja y con el salario de unos 7.000 pesos mensuales más comisiones ha comenzado a dar los primeros abonos para comprar su propia casa.
Si mira hacia el sur, la posibilidad de regresar a El Salvador en un futuro para él está descartada, ante el galope incesante de la violencia. Hacia el norte, Estados Unidos, sigue siendo una alternativa por dos poderosas razones: el anhelo de reencontrarse con sus padres y hermanas, así como buscar a su hijo de dos años: “Yo venía con una mujer de mi país, pero por problemas nos tuvimos que separar y luego ella, escondida, se llevó a mi hijo y cruzó (hacia Estados Unidos)”, cuenta.
A tres años de su llegada a territorio mexicano, el joven de 23 años hace un balance positivo de su vida en Nuevo León y no prevé un cambio próximo de residencia. A diferencia de su familia, que tras un año en México consiguió los papeles y cruzó de manera legal a territorio norteamericano, Roberto descarta abandonarlo todo para cruzar a EE UU. “Apenas acabo de recibir el puesto de líder de tienda, esa era mi primera intención, así que espero seguirle acá”, afirma. Su determinación, no obstante, no le impide reconocer que sigue sin acostumbrarse al frío invernal de Monterrey y añorar una vez cada tanto las pupusas, el platillo típico de El Salvador.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.