María Juncal: “Es una heroicidad bailar flamenco en México”
La bailaora ha montado una sala flamenca en la Ciudad de México, la única, donde hoy actúan artistas de talla internacional
Una estirpe de gitanos bailaores y cantaores tensa el nervio de María Juncal de los pies a la punta de los dedos cuando zapatea. Ahora lo hace a menudo en el tablao que ha fundado en Ciudad de México, el único en la capital, donde han actuado figuras como Antonio Rey, Iván Vargas o Paula Rodríguez y este mes sube al cartel Karime Amaya. María Juncal (Las Palmas de Gran Canaria, 41 años) ha recorrido aun más mundo que sus antepasados, que actuaron para los zares de Rusia, montaron un tablao en Larache, aprendieron a bailar en el café cantante Villa Rosa y fueron musas de Julio Romero de Torres. No es fácil hoy en día trasladar a los artistas, dice, porque en España los tablaos están a tope. Por fortuna, México, como tantas partes del mundo, está formando buenos profesionales. Artistas de ida y vuelta, como las antiguas canciones.
Pregunta. Bailar con esa ferocidad a 2.300 metros de altitud no debe ser fácil.
Respuesta. Es una heroicidad bailar flamenco en México. Hemos tenido invitados que se bajan del tablao porque no pueden, se tiran al suelo y los camareros los abanican con las bandejas; he visto al maestro Güito con dos bombonas de oxígeno en el teatro Bellas Artes. Y Paula Rodríguez le decía al público que la altura de México la estaba dejando sin corazón.
P. Los tablaos, dice, están en buena forma.
R. Casi no logro traer a artistas españoles. Cerraron algunos con la pandemia, pero ahora están en auge. Lo que pasa es que cada vez es más complejo viajar al extranjero con una compañía, a menos que tengas recursos institucionales. Las producciones son muy complicadas. Así que los artistas, como forma de supervivencia, se quedan en los tablaos, que han subido mucho su nivel artístico, tienen mucho nombre y para los flamencos siguen siendo un foro de nivel. Ya no son, en su mayoría, para entretener a los extranjeros, hay grandes artistas bailando. Pero todo es cíclico, yo creo que las compañías volverán a salir. Recuerdo Casa Patas, que sí cerró, si pisabas ese tablao ya podías ir al Festival de Jerez.
P. Pero echa de menos los teatros. ¿Cuál es la diferencia?
R. En el teatro, la luz deja una caja escénica separada del público. No ves enfrente, estás en tu mundo, es sublime y hermoso. A veces ves al público por unos momentos, o le oyes desde las butacas y eso también te tira para arriba. El tablao es un espacio más natural, qué voy a decir yo, que acabo de abrir uno, pero la dramaturgia que se puede desarrollar en un teatro es completamente distinta. El tablao es el flamenco natural, por soleá, alegrías, cantiñas, un espacio cercano que conecta con la gente. Para los flamencos es igual de válido, se pueden bajar del Bellas Artes y actuar en un tablao. ¿Qué artistas harían eso? No veo a Al Pacino, por ejemplo, volviendo a hacer monólogos.
P. ¿Qué le aporta el flamenco al mundo?
R. Diría emoción, pero eso está muy trillado. El flamenco son muchas almas reunidas, hay que ir al origen, no del cante, sino por qué se cantaba. Los gitanos eran condenados a galeras, como tantos otros, y los barcos no tocaban tierra en mucho tiempo. Cuando los galeotes se acercaban a la costa, cantaban para que las madres supieran que estaban vivos y los identificaran. No era artístico, eran necesidades reales, formas de comunicarse. El origen no es casual, ni porque alguien se bebía unos alcoholes, es que aquel pueblo tuvo necesidades. El flamenco no se puede meter en el caldero de lo folclórico, hace mucho que dejó de ser folclore. Ha trascendido y se reinventa en cada persona.
P. ¿Y entonces qué es?
R. Es un arte universal que llega a todas las culturas. En Finlandia hay peña flamenca. El flamenco ya viajaba en barco de vapor, y en el siglo XV había adinerados que contrataban a flamencos. De ahí sus raíces tan profundas y todas las almas que trae en el saco, millones. Por eso sigue siendo tradición, lo hizo la gente, no se ha construido en un ordenador.
P. ¿Qué males conjura cuando baila? ¿A quién patea cuando zapatea?
R. Los artistas subimos al escenario con la vida puesta. Desamores, situaciones familiares… Cuando subí después de la muerte de mi padre [el año pasado], que era algo que me cambió el alma, pues toda la expresión en el flamenco hablaba de eso, el gesto convulso del cuerpo también. Es una forma de exorcismo de las situaciones de la vida. Ahí estaba todo lo que se me anudó en la garganta y me dolía el pecho de hombro a hombro. Ahí está, en la convulsión de los pies, en las manos. Puede ser una pareja de se rompió para siempre, el amor que se fue, mi madre si se pone mala a miles de kilómetros de mí.
P. ¿En qué país tiene mejor acogida el flamenco?
R. Te sorprende en cada lugar. En México se recibe muy bien, he tenido momentos únicos de mi carrera en los teatros de aquí. Y en Japón, que aprenden el castellano para entenderlo, es un fenómeno social, lloran, sienten. En China, también. Egipto, Beirut, Sudáfrica. El flamenco, definitivamente, tiene una llave. Pero yo amo México, por eso mi tablao está aquí.
P. Academias hay muchas por varios países, pero no todas son buenas.
R. Hay algunas escuelas que apenas enseñan a agitar la falda, a aflamencar. Se puede perder algún talento, pero se crea público. No creo que se haga, en todo caso, desde la mala fe. Una japonesa me dijo un día que ella quería bailar por Salvaora, convirtió a la artista en un palo flamenco. Es lo que le enseñaron.
P. Dice que está escribiendo una novela. Eso sí es otro palo.
R. Sí, ya la estoy dando forma, me gusta escribir desde chica, y leer, mis padres siempre leían mucho. Se trata de dos mujeres que se encuentran en una casa antigua que una de ellas veía siempre al tomar café. Quiere saber de aquella casa y de quienes la habitaron. Alguien abre un día la puerta y empieza una amistad cargada de historias. Está ambientada en México.
P. ¿Cómo ve el México actual? Hay situaciones muy duras.
R. El mundo entero es un desequilibrio social. He visto cosas espeluznantes en muchas partes. Las sociedades se posicionan cada vez más en los extremos, y hay muchos factores que hacen que el concepto de sociedad se deshumanice; no las personas, yo sigo teniendo mucha fe en las personas. Hay violencia, sí, pero a mí me enfurece más la impunidad, no solamente la de quienes pueden ejercer justicia, sino la impunidad social: nos hemos acostumbrado a ver cosas... a vivir sabiendo que tenemos mucho y otro nos tienen nada. A volver cotidianas situaciones que no son normales, ni aceptables. Hacemos luchas pequeñas, un grano de arena, para quedarnos más cómodos. Hacemos dos cositas y seguimos p’alante, tranquilos al acostarnos.
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