¿Cómo cambiaría la historia del arte si se viera a través de las mujeres?
Una nueva exposición del Museo Kaluz, en Ciudad de México, reúne obras de artistas de diferentes generaciones, procedencias y estilos para repensar desde sus miradas las formas de crear
La muralista María Izquierdo está sentada ante un lienzo, echada hacia adelante, con las piernas desplegadas y firmes. Sobre el caballete, pinta a Rufino Tamayo y en el fondo, el mismo pintor posa con las piernas cruzadas vestido con un traje azul. La pintura, titulada María Izquierdo con Tamayo como modelo (2005), es de la mexicana Inda Sáenz Romero. ¿Cómo cambiaría la historia del arte si se viera a través de las obras de mujeres? Una muestra temporal del Museo Kaluz, en Ciudad de México, reúne 109 piezas de artistas de diferentes generaciones, procedencias y estilos para repensar, desde sus miradas, la historia del arte.
La escena que imaginó Sáenz Romero aparece al inicio de la muestra (Re)Generando, que se expone hasta el 24 de abril en Ciudad de México. El cuadro comparte esa primera sala con el video de una performance de María Gimeno en la que la artista española corta con un cuchillo las hojas de un libro de historia del arte y le introduce obras de mujeres, ausentes en la publicación. También con piezas de la colombiana Yohanna M. Roa, que interviene con bordados páginas de libros con la misma temática, y con la obra de la fotógrafa Carol Espíndola, que introduce su cuerpo desnudo en pinturas neoclásicas.
¿Cómo cambia, entonces, la historia del arte a través de sus miradas? La crítica Karen Cordero, curadora de la muestra, señala que “la exposición pretende ser una respuesta” a esa pregunta. “Se cuestiona una visión racionalista, muy diacrónica, muy verbal de la historia del arte que expulsa el cuerpo”, explica la crítica, y sigue: “Hay otras miradas, otros espacios y otras subjetividades. También hay un cambio en la definición del arte, porque las mujeres han hecho muchas cosas creativas que no han sido consideradas arte. Por ejemplo, el bordado, el tejido, la costura”.
La muestra reúne piezas de artistas como Manuela Ballester, Paloma Altolaguirre o Elvira Gascón, que pertenecen a la colección del Kaluz, y obras que provienen de otros museos mexicanos, además de colecciones privadas y de préstamos de artistas contemporáneas.
Dentro de las colecciones de los museos mexicanos, el número de mujeres creadoras representa el 15% en promedio: una de cada cuatro artistas de la colección del Museo de Arte Contemporáneo son mujeres; le siguen el Jumex (20,1%), el Museo de Arte Moderno (16,6%) y, en cuarto lugar, el Museo Kaluz (15,1%). “Linda Nochlin se lo preguntó en 1971: ¿por qué no hay grandes mujeres artistas? Ella misma contestó diciendo que no es que no haya, sino no han sido incluidas”, explica Cordero. La crítica señala que “a pesar de todos estos años de reflexión sobre género” ha sido “muy difícil que haya un cambio en la estadística”.
Cordero cuenta que la exposición no busca solamente incluir mujeres artistas para exponer un mayor número: “La idea es crear nuevas narrativas sobre la historia del arte e imaginar otras maneras de organizar la sociedad, las jerarquías e incluso la definición mismo de arte”.
Dos cuadros en exposición, ambos del siglo XIX, desafían de forma muy temprana lo que se espera de ellas en su época. Uno, de Guadalupe Carpio, pintado en 1865, muestra a la artista en el centro y mirando de perfil al espectador. La mujer está pintando a su marido rodeada de sus hijos pequeños. “Se está representando a sí misma como productora. Ella decidió, antes de cualquier discurso feminista explícito, mostrarse a sí misma de esta manera”, comenta Cordero. En la segunda pintura, de Josefa Sanromán, de 1849, otra artista se representa a sí misma pintando en una sala en compañía de otras jóvenes. “Está pintando puras mujeres: monjas, maternidades, vírgenes…”, señala Cordero.
“Son materia para que podamos saber más de cómo las mujeres llegaron a ser artistas. Son testimonios visuales de cómo se consideraban y la importancia que daban a su propia obra y cómo lo relacionaban con el entorno. Siempre hay una relación muy compleja entre las artistas –las mujeres profesionistas en general– y la domesticidad y la maternidad”, dice Cordero, y confiesa: “Haciendo esta exposición he pensado mucho en lo increíble que deben de haber sido estas mujeres que en el siglo XVIII o XIX lograron hacer algo que estaba completamente fuera de las expectativas”.
Cordero avanza entre las salas y señala obras que buscan abrir la gama de mujeres, de técnica, de edades, de situaciones sociales. A su izquierda, señala Huesitos (1993), de Mónica Mayer, donde la artista mexicana reflexiona sobre la vejez y el paso del tiempo en una instalación documental que tiene en el centro a su tía Anita. Más adelante, Mujeres frente al tribunal (2021), de Carla Rippey, resignifica fotografías antiguas hechas a mujeres detenidas y Las tres gracias, un tríptico de Teresa Velásquez, muestra las sombras de tres mujeres libres en el mar. “¿Qué cambia cuando son mujeres las que están creando y representando cuerpos de mujeres?”, pregunta Cordero.
La muestra sigue activando preguntas. ¿Por qué, en el siglo XVIII, una mujer le encarga a otra que la retrate si no es lo habitual? Lo dispara Retrato de una dama, de Élisabeth Vigeé-Lebrun. ¿Cómo se han formado como artistas mujeres en diferentes momentos de la historia? Surge al ver Tejedoras de acompañamiento, una obra encargada para la exposición al grupo de investigación y creación Mitote que evoca otras formas de apoyo y creación. ¿Cuál es la relación de las mujeres con sus entornos? Salta al encontrarse de frente con la silueta de una mujer de espejo creada por la fotógrafa Sonia Madrigal para La muerte sale por el Oriente (2014), un trabajo que aborda la violencia feminicida. ¿Cómo representa una mujer la masculinidad?
Caída libre es una obra de la artista Irma Sofía Poeter que muestra a un hombre cayendo de espaldas al vacío. El hombre moreno está desnudo y su cuerpo ha sido bordado con flores rosas y lentejuelas sobre un mantel. “En esa caída hay un proceso de transformación y se desplaza de la posición de seguridad al cuerpo masculino”, dice Cordero. La curadora señala hacia otra obra: un hombre delineado en lápiz se abre el pecho, como una vulva, y enseña su corazón. La pieza se llama Y me busco por dentro y fue creada en 1952 por Elvira Gascón. “[Estas obras] desmontan la idea clásica del desnudo masculino heroico”, apunta la crítica.
El recorrido sigue y se mete dentro de los hogares, en las habitaciones, o sale fuera, hacia la naturaleza, hacia la ciudad. La muestra presenta una última pregunta: ¿cómo contribuye la obra de mujeres artistas a transformar su contexto y a concebir y crear otros futuros?
En el proyecto Naturaleza postindustrial, hecho entre 2017 y 2020, Mariana Galluco trabajó con desechos para cuestionar el manejo de esos residuos y proponer un trato más amable de los ecosistemas. La pieza expuesta, Cacti, está formada por cactus hechos a partir de cápsulas de café que la artista implantó en diferentes espacios naturales. Otra obra, Sé-Nos, de la Colectiva Lana Desastre, presenta senos diversos tejidos en talleres y colocados sobre una plataforma. “Están creando otra posibilidad de sistema social y de sistema artístico menos jerárquico e individualista”, cuenta Cordero. La pieza también incluye paneles que cuelgan de las paredes y que se irán completando con nuevos senos tejidos en talleres que se harán en los próximos meses.
“Hay una historiadora del arte, Griselda Pollok, que tiene un libro que llama Encuentros en el museo feminista virtual, donde plantea que una visión feminista de la historia del arte no puede tener en los museos porque los museos son espacios de poder”, dice Cordero. La intelectual, que publicó el libro en 2007, propone que esos discursos pueden ser desmontados en salas imaginarias. Pero Cordero no cree que haya que crear espacios virtuales para exponer a artistas mujeres. (Re)Generando, dice, es un intento por contradecir a Pollok y hacer su propia idea realidad.
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