Los estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología llevan su pulso contra la precariedad a la sede del INAH
Decenas de alumnos protestan por las condiciones del centro escolar y exigen un aumento de presupuesto y la dimisión del director Diego Prieto
La puerta ya no es una puerta. Es un lienzo improvisado y torpe sobre el que a lo largo de la mañana del miércoles los estudiantes han volcado su rabia y reivindicaciones en forma de pintura. Grafitis, panfletos y cola rápida: las armas universales de las protestas juveniles. Y ahora, sobre la entrada del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en Ciudad de México, pueden leerse todas las demandas que la comunidad universitaria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) lleva días haciendo: el cese a la precariedad laboral de sus profesores y trabajadores eventuales; la paralización de los recortes y un aumento en los recursos que el centro escolar necesita.
El pulso entre la comunidad de la ENAH y los dirigentes del INAH comenzó a finales de año, con un comunicado de los segundos en el que se afirmaba que no se producirían nuevas contrataciones de personal eventual en 2022. Hilario Topete, director de la ENAH, respondió en una carta pública asegurando que sin los trabajadores temporales la escuela no podría funcionar. El gesto agitó un avispero ya de por sí movido. Diego Prieto, director del INAH, matizó en varias entrevistas el contenido del comunicado y sostuvo que no habría despidos, que simplemente no se aumentaría la plantilla. Pero el daño estaba ya hecho, se había reabierto una antigua herida. Ahora, estudiantes, profesores y trabajadores de la ENAH aseguran que la escuela sufre de recortes desde hace años, que no hay suficientes recursos y las condiciones laborales son precarias.
En un gesto que, para la comunidad universitaria, solo ha servido para echar más leña al fuego, este martes se difundió otra misiva en la que se anunciaba que los contratos de los trabajadores eventuales de 2021 que van a ser renovados en 2022 solo tendrían validez hasta el 31 de marzo. “Por supuesto que no es suficiente”, denuncia una integrante de la Asamblea General ENAH durante la protesta, “hemos dicho ya que resolver la contratación no es resolver los problemas. Prieto ha tratado de mover los discursos para que parezca inofensivo, pero esto es un ataque a la escuela”.
“Esperamos que el director [del INAH, Prieto] aparezca y hable con nosotros”, dice Julio Martínez, de 27 años, que con los dedos manchados de pintura negra, una gorra plana y un cubrebocas que parece hecho a mano, trabaja de rodillas en una pancarta en la que se lee “Arqueología resiste”. Junto a él, en la esquina de las oficinas del INAH donde se encuentra la tienda de regalos, los más rezagados terminan de escribir eslóganes en cartulinas para la protesta que ya ha comenzado unos metros más allá. A través de un megáfono llega una voz algo afónica que le da un tono grave a los cánticos habituales. “Hasta la victoria siempre”, grita, y una multitud le devuelve el eco.
Hasta hace un momento, desde el otro lado del cristal de las oficinas del INAH se podía ver a varios agentes de policía observando impertérritos lo que sucedía fuera. La puerta, atrancada con un listón de madera en el interior, se abre por última vez para que salga una empleada a recoger un paquete que traen de la Secretaría de Cultura. Instantes después se empieza a extender el inconfundible olor pegajoso del spray de grafiti y la entrada se llena de pinturas y papeles, que poco a poco tapan los huecos a través de los que podía vislumbrarse el vestíbulo del edificio. Una joven con la cara cubierta sentencia al escaparate al volcar un bote de pintura roja. “La cultura no se vende”, grita otra estudiante que acaba de escribir ese mismo eslogan en la pared.
Y a la entrada principal del INAH pronto le sigue toda la fachada: una multitud de collages con la cara de Prieto y el lema “Renuncia ya”; grafitis con el símbolo de la anarquía y reivindicaciones contra los recortes. “Siempre hemos cargado con esos problemas, el INAH ha dejado de lado a la escuela y esto que sucedió es muy fuerte”, sostiene Joshep Cruz, de 21 años, chupa de cuero, pelo negro rizado y estudiante del octavo semestre de Etnología. “Es muy importante este día. Las condiciones de los trabajadores también nos afectan a los estudiantes: se retrasan y paralizan los procesos de posgrado, servicio social, las becas…”, amplía.
“Están privatizando el país”
Suena un tambor. Y un motor: han conseguido arrancar el generador eléctrico, lo que significa que van a empezar los mítines. En ellos, además de las demandas, se recuerda el rol de la ENAH en la historia reciente de las movilizaciones sociales, desde el apoyo al levantamiento zapatista de 1994 hasta la participación en las marchas del 2 de octubre en homenaje a los caídos durante la represión al movimiento estudiantil en Tlatelolco en 1968. Alguien anuncia que el INAH ha ofrecido una mesa de diálogo. “Estamos abiertos al diálogo, pero no dentro de sus instalaciones y en sus condiciones”, sostienen desde la Asamblea. En su lugar, les invitan a salir a hablar frente a toda la multitud: a aguantar el sol que quema a pesar de ser enero mientras escuchan todas sus demandas.
Decenas de jóvenes se extienden en torno a las oficinas del INAH, en la calle Hamburgo de la Colonia Juárez. Ropas oscuras, pelos largos o muy cortos, gorras, gafas grandes, vaqueros gastados y camisetas de Nirvana y Sonic Youth: la estética oficial de las protestas estudiantiles. Como Denise Cristóbal (18 años), que cursa el primer semestre de Antropología Física, y ha venido con la mochila a la espalda para dejarlo claro, y un chaleco vaquero negro lleno de parches político. “El país atraviesa reformas neoliberales, lo están privatizando. No les conviene tener escuelas críticas. Las próximas generaciones no tendrán educación pública y gratuita” expone. “La infraestructura de la ENAH está muy descuidada, se explota a los trabajadores”, sentencia.
Natalia tiene 18 años, Jonathan 25. Ambos están en el primer semestre de Etnohistoria. Dicen que de primera mano aún no han notado la falta de recursos, porque desde que empezaron sus clases han sido en línea debido a la pandemia de coronavirus, “pero algunos maestros nos decían que no habían cobrado, o bromeaban diciendo ‘no importa si los repruebo porque no tienen con qué chantajearme, soy eventual”, aclara ella, que hoy ha venido a su primera manifestación estudiantil. Él argumenta que “todo eran acuerdos que se tenían que haber cumplido antes. Esto viene de años anteriores”.
Las cosas se están calmando en la sede del INAH. Los manifestantes, que no han conseguido su objetivo de que algún responsable salga del edificio a hablar con ellos, llevan la marcha hasta el Paseo de la Reforma, donde cortan el tráfico por unos minutos, “de forma simbólica”, señalan desde la Asamblea. Ahora su objetivo es mantenerse en la agenda pública. “Queremos pensar que están tomando medidas, tomamos a bien el comunicado del presidente [López Obrador, que aseguró que la ENAH recibiría todos los recursos que necesitara]”.
Un policía fuma en una esquina mientras lee, uno a uno, los panfletos con los que los estudiantes han recubierto las paredes. El olor de la pintura ya se ha esfumado. Y dentro de las oficinas del INAH no se ve un movimiento.
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