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Laura Baeza: “México no es solamente el horror que le pintamos al mundo”

La escritora publica su primera novela, ‘Niebla Ardiente’, una historia sobre la culpa y la redención con la crisis de feminicidios en México como telón de fondo

Alejandro Santos Cid
La escritora mexicana Laura Baeza
La escritora mexicana Laura Baeza.Adriana Kong

A Laura Baeza no le gustan las cursilerías. Quizá por eso le encanta Mariana Enríquez, la autora que cuenta desde la fantasía el terror de la dictadura argentina. O la música oscura de Pearl Jam, su grupo favorito hasta el punto de que su primera novela, Niebla Ardiente (Alfaguara, 2021), publicada este septiembre, empieza con una frase suya. Un libro del que recortó casi 100 páginas porque “era un poco cursi en algunas partes, y luego me di cuenta de que no pertenecía al universo que estaba contando”. El universo que estaba contando: Esther, mexicana autoexiliada en Barcelona, cree ver en la retransmisión televisiva de unos disturbios en el Estado de Hidalgo a su hermana, Irene, una joven con esquizofrenia que se escapó del centro en el que estaba interna, para acabar enterrada en una cuneta a los 21 años junto con otras siete mujeres víctimas de trata.

A través de los recuerdos de la protagonista, Baeza (Campeche, 33 años) abre un mundo en el que se cruzan espacios y tiempos para abordar la dificultad de las relaciones familiares, la enfermedad mental en niños, el abandono paterno —”una constante, por lo menos en este país”—, los sentimientos de culpa y la capacidad de redención. Todo con la crisis de feminicidios, violencia y desapariciones que sufre México como telón de fondo. Una narración ambiciosa, que requirió de cuatro años de investigación y documentación, seis semanas de escritura y dos años de correcciones.

La autora se muestra especialmente interesada por contar la violencia, “sobre todo la ejercida hacia las mujeres”, y la salud mental en niños: “Qué sucede con los padres cuando uno de sus hijos es mal diagnosticado, y cómo sus vidas cambian, pero también como cambia la vida de quien padece la enfermedad. Se crea un cerco alrededor de él, para bien o para mal. Es el caso de Irene”. Para evitar romantizar o hacer juicios sobre una realidad tan compleja, se documentó a través de un par de amigos psiquiatras y unos allegados con un caso de esquizofrenia en la familia, explica sentada en el banco de un parque en la colonia Roma Norte, en Ciudad de México.

También investigó cómo trabajan los periodistas y los colectivos que siguen el rastro de mujeres desaparecidas. “Leí muchos testimonios, cosas del periódico, cosas de primera mano. A mí no me gusta la nota roja, pero me di cuenta de que muchas veces hasta eso puede ser útil en la búsqueda. Todas esas publicaciones amarillistas con fotos explícitas de las víctimas en algún punto pueden servir”. Y añade: “Me da coraje que yo, que me dedico a la escritura, si desaparezco puede que me busquen un año o seis meses. Pero hay muchas otras personas que nadie va a buscar. Muchas mujeres indocumentadas, que desaparecen y no hay un rescate de su memoria ni de su identidad. Y me parece terrible que hasta en la muerte seamos selectivos como sociedad”.

Con el personaje de Octavio, un periodista de investigación veracruzano que vive escondido y alejado de su mujer y sus hijas después de haber recibido amenazas de muerte, pero decide ayudar a Esther a seguir el rastro de Irene como un acto de redención, trata de reflejar otra realidad: la de los reporteros cuya implicación con su trabajo, y el peligro de este, acaba provocando que se descuiden a sí mismos y a sus familias “hasta que se difuminan como personas”. “Te sobrepasa. Te vuelves autómata también. Por eso mucha gente abandona el ejercicio periodístico en algún punto”, continúa.

“Vengo de una familia fragmentada”

“Hay mucho de mí en la novela. Vengo de una familia fragmentada, crecí bajo el cuidado de otras personas porque mi madre tenía que trabajar. Muchas de mis preocupaciones están contadas a través de las voces de otros personajes”, añade. Se notan las dosis autobiográficas sobre todo cuando narra la infancia de las dos hermanas, en pueblos del campo mexicano.

Para crear sus personajes, se inspiró en muchos aspectos de su vida. Por ejemplo, después del asesinato de su hermana, la protagonista decide irse para siempre de México, y consigue un trabajo en Barcelona, ciudad donde la propia autora estudió durante ocho meses en 2013, hasta que se quedó sin dinero. “Como Esther, también solía ver las noticias mexicanas por televisión cuando estaba allí. Al principio me daba mucho coraje porque pensaba que nosotros no solamente somos el horror que le pintamos al mundo. Pero sí lo somos, y tanto hay cosas buenas como malas”.

Baeza vivió hasta los ocho años en Veracruz. Tras el divorcio de sus padres, se fue a vivir a Campeche con su familia materna. Llegó a Ciudad de México en 2015, a intentar reiniciar su vida, cuenta. “Sentía que donde estaba no escribía, estaba en un limbo”. Al principio, trabajó como profesora de violín, instrumento que toca desde que era niña gracias a la influencia de su abuelo materno, músico. Se mantuvo un tiempo haciendo suplencias, luego en una academia. Lo dejó el año pasado: “No estaba al 100%, y se me hacía una falta de respeto no darles toda mi atención”.

Ahora, vive de escribir y editar, corregir textos de distintos estilos para varias editoriales. Hace mucho que no toca el violín, aunque le gustaría recuperarlo en algún momento. La música le acompaña, sin embargo. Las seis semanas que tardó en dar a luz Niebla Ardiente, se las pasó constantemente escuchando una lista de reproducción con más de 100 canciones grunge. Además, participa junto a varias amigas en Juego de Pomos, una retransmisión en directo a través de redes sociales donde cada domingo hablan de música, libros o películas que hayan sido relevante esa semana.

La portada del libro 'Niebla Ardiente' publicado por Alfaguara.
La portada del libro 'Niebla Ardiente' publicado por Alfaguara.

Dice que la adolescente que fue estaría encantada con publicar en Alfaguara. Que lee desde siempre, pero que la primera vez que soñó con ser escritora fue después de que en sus manos cayeran las ediciones de Momo y La historia interminable (Michael Ende) de la editorial. De ahí en adelante, empezó a pasar las horas sentada frente a un ordenador, “escribiendo lo que quería, lo que podía, me imaginaba muchas cosas”.

En ese momento, lo que más le llamaba la atención era la fantasía, aunque luego sus intereses tomaron otros derroteros. El rigor llegó a los 20 años, cuando hizo algún taller literario, “y me di cuenta de que la escritura requiere profesionalización”. En 2017 presentó dos libros de cuentos, Época de cerezos y Ensayo de orquesta, al Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo y el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torridos, respectivamente. Ganó en las dos ocasiones, y ambas obras fueron publicadas como parte del galardón.

Precisamente, ahora tiene entre manos otros dos libros de cuentos, un género que le encanta. “Trato de leer muchísimo cuento porque creo que requiere más atención, no puedes descuidar ni una sola palabra”. Además, prepara su siguiente novela, que tratará sobre “el rapto adolescente”. “Me interesa mucho como piensan los adolescentes. Estoy segura de que mis preocupaciones no eran para nada la de los chicos de ahora. Por eso no soy madre, tengo un terror profundo de todo lo que sucede. Me aterra pensar que es un riesgo ser niña en un país como el que tenemos hoy”.

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Sobre la firma

Alejandro Santos Cid
Reportero en El País México desde 2021. Es licenciado en Antropología Social y Cultural por la Universidad Autónoma de Madrid y máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre la actualidad mexicana con especial interés por temas migratorios, derechos humanos, violencia política y cultura.

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