Iztapalapa cambia el rostro
En los últimos años en la alcaldía más pobre y violenta de la capital se han construido 12 centros culturales y deportivos, la red de teleférico más grande de América Latina y se han pintado 7.000 murales. El modelo de prevención ha reducido a la mitad el número de robos o agresiones contra la mujer
El pasado sábado, la actriz Mercedes Hernández ganó un premio Ariel, el reconocimiento más importante del cine mexicano, por su interpretación como protagonista de la película Sin señas particulares, que arrasó en la ceremonia. Solo tres días después, está en una silla escolar dando clase de actuación a un grupo de alumnos sentados en círculo en un aula al pie del cerro de la Estrella, la periferia de la periferia. Hoy explica las claves para hacer correctamente un casting al grupo de alumnos que asiste cada semana a la privilegiada clase sin pagar un peso en una de las Utopías de Iztapalapa, enormes centros deportivos y culturales que han cambiado el rostro del que era uno de los municipios más violentos del país. Y la lección de hoy tiene que ver con el orgullo. Convencer a los alumnos que no solo los rubios, altos y blancos pueden hacer películas. El orgullo es también la nueva seña de identidad de Iztapalapa, desde que funcionarios del Ayuntamiento vienen y van a otros países para enseñar el cambio que está en marcha y decirle al mundo que no quiere ser el “tiradero” de la Ciudad de México.
Orgullo, lo que se dice orgullo, le sobra a Iztapalapa. Con dos millones de habitantes, ubicada en el oriente de la Ciudad de México, se trata de uno de los arrabales más poblados del continente americano desde que en los años sesenta y setenta cientos de miles de familias llegaron del campo con nada en el bolsillo. Y ahí, entre cerros, milpas y nopaleras, encontraron el lugar para levantar su vivienda. Cincuenta años después Iztapalapa es un barrio periférico con tamaño de ciudad y cuerpo de favela. Es también la tierra del líder mexica Cuitláhuac, la banda Ángeles Azules y Lupita Bautista, un portento sobre el ring y campeona del mundo del boxeo. Es, también, la tierra de la mitad de la población carcelaria de la capital. Pero como todo aquí tiene dimensiones de récord, desde hace unos meses es la ciudad de América con la línea de teleférico más larga (10,6 kilómetros), con mayor número de murales (más de 7.000) y la calle más iluminada del país. No por presumir, sino para que no maten a sus mujeres. “El cambio comienza en proyectos así de dignificación del espacio público y atención a los jóvenes con oportunidades y calidad. Aquí vivo y quiero una Iztapalapa diferente para mi hijo”, dice la última ganadora del Ariel.
Iztapalapa todavía es sinónimo de violencia y abandono. Desde que se contabilizan y comparan datos, siempre ha estado entre los 10 municipios más violentos de México, que es algo así como jugar en la Champions League de la violencia. En los últimos dos años ha salido de esa lista y ni siquiera está dentro de los 15 más sangrientos, según la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSPC) del Gobierno federal.
Parte del secreto reside en aulas como esta, en la que ahora los cinco jóvenes aprenden cine. Todos ellos estudian en una de las 12 Utopías construidas, espacios culturales y recreativos del tamaño de un centro comercial, donde miles de jóvenes acuden cada día a aprender teatro, fotografía, música, murales, boxeo, atletismo, natación... El recinto alberga auditorios, pistas de atletismo, casas para atención a la mujer, lagos artificiales, pistas de skate o de hielo. Las Utopías son la punta de lanza de una estrategia del Gobierno de Morena que apuesta por los programas sociales para frenar la falta de oportunidades y reducir la delincuencia. Entre otras cosas, en Iztapalapa hace tres años había una alberca para dos millones de personas y hoy hay 12, una de ellas olímpica.
Una de las alumnas, Susana Vidal, maestra de teatro infantil, se enteró de la existencia de las clases de cine cuando buscaba trabajo y optó por seguir formándose. “Hay un gran nivel de maestros y aquí me siento tranquila, estoy segura”, dice en una de las sillas del aula. Hace tres años este lugar era uno de los deshuesadero (venta de carros por partes) más grandes de la ciudad. Desde que comenzó con las clases, Vidal no forma parte de las estadísticas entre quienes ni estudian ni trabajan y que tanto asustan a las autoridades porque son carne de cañón para la delincuencia.
La calle Ermita Iztapalapa se ve desde el avión. Una serpiente de luz que hasta hace poco era muy poco aconsejable caminar después de las 10 de la noche, pero que ahora parece la pista de aterrizaje de un aeropuerto. La principal avenida del municipio forma parte del plan ‘Senderos seguros’ que ha colocado una cada diez metros cientos de calles reduciendo a la mitad los ataques contra las mujeres.
Hay obras públicas que cambian el rostro de una ciudad. Lo fue Bogotá con el Transmilenio, Medellín con el Metrocable o la experiencia de Río en las favelas con los grafitis. Iztapalapa ha sumado ambas. A principios de agosto se inauguró un teleférico que lleva el futuro en cabinas suspendidas de metacrilato por los cerros de Santa Catarina. Los 10,6 kilómetros del Cablebús, la línea más larga de Latinoamérica según el Gobierno local. Alrededor de la obra y las estaciones se han abierto casi 1.500 tiendas y negocios de comida. Paralelamente se han pintado casi 7.000 murales que han llevado el color a 293 colonias donde solo estaba el gris del concreto, tinacos y varillas rematadas con una botella. “Se ven menos grafitis porque hasta los chavos respetan los murales. A la gente gusta ver su calle bonita y defiende que se mantenga así”, señala Víctor Alarcón dentro de un negocio de refrescos pintado de verde con dos enormes colibríes.
Si durante décadas México fue el patio trasero de Estados Unidos, Iztapalapa era el “tiradero” de ese patio, dice la delegada Clara Brugada en su despacho. “Éramos conocidos como ‘Iztapalacra’. La gente que iba a buscar trabajo trataba de no decir su dirección porque era sinónimo de delincuencia o de venta de drogas. Ser de aquí era un estigma”, resume Brugada.
La alcaldesa de Morena es la mano que impulsa los cambios que recorren Iztapalapa. ‘Hija predilecta’ de Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador, que han dotado de recursos y apoyo político a la alcaldesa, el actual presidente de México no olvida que en el año 2000, cuando se convirtió en jefe de Gobierno de la capital, Iztapalapa le dio la victoria en el último instante cuando veía que se le escapaba eclipsada por la marea azul de Vicente Fox, recordó el mandatario. Actualmente Brugada es la alumna aventajada de la autodenominada Cuarta Transformación o 4T en la capital al combinar con eficacia resultados en la calle y en las urnas. Ella fue la alcaldesa más votada en junio, durante en una noche aciaga para Morena en la capital, al lograr más de 360.000 votos
Aunque el modelo preventivo como único método tiene truco. El municipio ha multiplicado por cuatro el número de patrullas en la calle, de 172 a 564, ha doblado el número de policías por cada 10.000 habitantes y ha pasado de 3.000 a 9.000 cámaras. Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública, en Iztapalapa el 79% de la población de Iztapalapa se siente insegura y continúa siendo la delegación donde más delitos se cometen de la ciudad, pero en los últimos tiempos pasó algo tan básico como abrir diez centros públicos de atención a las adicciones en una de las zonas del país más golpeadas por la droga. “Ser de Iztapalapa era un estigma. Durante los rodajes solo me traían aquí a grabar escenas de violencia”, dice la actriz. “Ahora nos vienen a ver para saber qué está pasando aquí”.
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