Muere a los 97 años Tino Contreras, leyenda de jazz latinoamericano
El compositor, pianista y batería mexicano giró por medio mundo codo con codo con las grandes figuras del género y fundó el jazz moderno en México
Cuando le preguntaban su edad solía decir que había nacido el mismo año que Miles Davis. También contaba que siendo todavía un niño cruzaba la frontera hasta El Paso, Texas, para ver en directo a Louis Armstrong y a Count Basie. Y un poco después a los monstruos del Bebop, Dizzy Gillespie y Art Blakey. Que en los sesenta el público de un festival estadounidense le había ovacionado más a él que a Duke Ellington. Que era amigo del Papa Francisco desde que se conocieron en otro concierto en Buenos Aires en los setenta. Y que ahora el productor británico Gilles Peterson, eminencia de la BBC, estaba reeditando viejos discos suyos.
De todo ese torrente de nombres y datos, la única incorrección es que Tino Conteras nació en 1924, dos años antes que Miles Davis. El resto es una pequeña muestra de la dimensión de Fortino Contreras González, padre del jazz moderno en México y una de sus figuras más relevantes en Latinoamérica. El compositor, batería y pianista ha fallecido a los 97 años la noche de este miércoles en su casa de Ciudad de México.
Con más de 50 discos a la espalda, siempre como líder de la formación, y el sello de su golpe sincopado con la mano izquierda —el swing de Tino— envidiado por tótems de la batería como Max Roach, el artista mexicano ha sido uno de los jazzistas más longevos y prolíficos de su generación, siendo además pionero en experimentos con otras músicas y fusiones con instrumentos prehispánicos. Nacido en la capital de Chihuahua, al norte del país, su padre también fue batería de jazz y también tuvo una banda al estilo tradicional de Nuevo Orleans, la base de la que partiría Contreras. Pronto se mudó a Ciudad Juárez, núcleo fronterizo convertido desde los tiempos de la ley seca en Estados Unidos en patio de correrías del vecino del norte con un hervidero de salones y clubes de jazz.
Allí crearía su primera banda, Los cadetes del swing, y sería descubierto por un arreglista de Luis Arcaraz, la gran orquesta del momento y por la que pasaron otros músicos mexicanos de culto como Juan García Esquivel. En los años cincuenta llegó a la Ciudad de México para cambiar las reglas del juego. “Con él llega el jazz moderno. Antes se tocaba con partitura y Tino les dice que el jazz hay que sentirlo porque trae todo lo que estaba pasando en la frontera”, apunta el músico Carlos Icaza, colaborador de Contreras durante los últimos 20 años y conocedor a fondo de la tradición musical latinoamericana.
Contreras rompe también con otro patrón de los jazzmen mexicanos de la época: se acabaron los trabajos alimenticios como músico de sesión para otros artistas. Su carrera se volcará exclusivamente en el jazz. A mediados de la década funda el primer club de jazz en la capital, el Rigus, y comienza a grabar sus propias composiciones y a girar por el mundo. En 1961 sale a hombros del festival de jazz de Indiana. La prensa local destacó su actuación por encima de la de pesos pesados como Ellington o Cannonball Adderley: “Tino de México fue la gran estrella”.
De aquel tiempo de efervescencia creativa dentro del género son reflejo discos como Jazz infinito o Quinto Sol, recuperado en 2018 por Gilles Peterson, padrino del acid jazz, como primera referencia de su sello Arc Records. “Ese disco es una mezcla muy especial del jazz modal de la época con una invención de un compositor mexicano del XIX, la microtonalidad, a través de unas arpas e instrumentos prehispánicos”, resume Icaza, artífice del encuentro entre Contreras y Peterson, que volvió a editar un segundo álbum del mexicano el año pasado, esta vez con composiciones nuevas.
Además de EE UU y Europa, Contreras pasa largas temporadas por otros países de Latinoamérica. En los setenta, un encontronazo con la censura de los gobiernos de hierro priistas le empuja a refugiarse en Brasil y Buenos Aires. Allí conocerá al Papa Francisco cuando aún era un simple sacerdote. Fue durante un concierto de presentación de Misa en jazz, un guiño espiritual también con marca de época. Eso sí, más contenido que las alucinaciones cósmicas de Sun Ra o la síntesis casi perfecta de John Coltrane.
Otra diferencia con la mayoría de sus coetáneos es que Contreras no necesitó de ninguna revelación religiosa para apartarse de la mala vida. Como él mismo dijo en una entrevista: “En algunas premiaciones me daban mi trofeo y una copa. En cuanto se descuidaban la tiraba. No me gusta la coca, no me gusta la mota, un día la probé y casi me vuelvo loco. Eso sí, cuando estoy componiendo me entrego al efectivo, o sea a Jesús”.
De vuelta a México, se acercó a las tradiciones prehispánicas de su tierra, añadiendo percusiones tarahumaras en Yúmare (1982), otro de los hitos de su carrera. Tocó un puñado de veces en el Palacio de Bellas Artes, el recipiente de la alta cultura de México. Los últimos años fueron un reguero de premios y homenajes mientras no paraba de grabar y tocar en directo. La última, esta primavera desde la Casa Azul de Frida Kahlo. Un concierto sin público retransmitido en directo para un festival La Linea de Londres.
Siempre con su gorra de cuero y sus gafas de pasta aerodinámicas, EL PAÍS lo visitó en su casa de un barrio popular de la capital en 2015. Acompañado de Mónica, su pareja desde los noventa, aquel día no se acordaba de con quién tocó en el Blue Note de París. Pero sí de otra ocasión en que fue a buscar a su hotel mexicano a Thelonious Monk y Monk, de buena mañana, le dijo que le urgía un poco comprar marihuana.
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