Sismo: el alma también recuerda
Es incuestionable la entereza de sus habitantes y la profunda solidaridad que les ha nacido al paso de las adversidades
Puede ser que la ciudad de México esté prendida de alfileres con una infraestructura pemanentemente desbordada y veinte millones de personas empeñadas en vivir sobre el lecho de un lago. Puede ser que la inseguridad pública haya llegado a sus calles y que sus autoridades, permanentemente rebasadas, simplemente se dediquen a gestionar la emergencia de cada día. Pero es incuestionable la entereza de sus habitantes y la profunda solidaridad que les ha nacido al paso de las adversidades.
El sismo que torpedeó a la ciudad este 19 de septiembre puso a prueba el alma de los capitalinos y mostró al mundo las razones por la cuales esta ciudad ha sobrevivido durante siglos en un valle construido entre lodo y permanentemente agobiada por el desafío de conseguir y trasladar agua a una urbe a 2250 metros de altura. La tragedia mostró, una vez más, que lo mejor de este lugar son sus ciudadanos.
Apenas segundos después de que la tierra dejara de sacudirse surgieron héroes espontáneos para sacar de los edificios a los remisos, para detener el tráfico de las avenidas, mover a las personas a sitios al abrigo de los vidrios y cables sueltos. En las siguientes horas decenas de miles de hombres y mujeres actuaron como un enorme hormiguero al servicio de una misma causa. Largas líneas de brazos para sacar escombros de las ruinas, para sustituir a los semáforos inservibles y dar salida a las ambulancias, para llevar agua y vituallas a los socorristas. Muchos otros ofrecieron ayuda a los miles de vecinos que resultaron daminificados.
Abejas reinas y abejas obreras surgidas de la nada. Líderes espontáneos y voluntarios serviciales. Extrañas escenas en las que un joven veinteañero enfudado en jeans gastados dirigía con gritos aplomados a una docena de hombres maduros de traje y corbata; la anciana empeñada en dar fluidez a un cruce de calle bloqueado y los conductores atentos a sus instrucciones.
En 1985, también un 19 de septiembre, un sismo cambió la historia de la ciudad. No solo porque borró de un plumazo trazos completos del paisaje urbano, también porque, frente a la incapacidad de autoridades absolutamente desbordadas, surgió una sociedad civil dispuesta a rescatar a sus sobrevivientes así fuera con las uñas. A lo largo de las siguientes décadas los recuerdos de aquellas jornadas apocalípticas se convirtieron en leyendas urbanas. Un apocalipsis que no invocó el saqueo o la expoliación desesperada de unos sobre otros, sino la solidaridad más absoluta.
32 años más tarde el cuerpo recuerda; las primeras sacudidas del sismo producen palpitaciones en todos; las últimas echan a andar la generosidad y la entrega incondicional de muchos. El alma también recuerda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.