¿Será verdad que Brasil no tiene arreglo?
Los políticos pasarán y los brasileños serán capaces de perpetrar ese milagro de resurgir frente a las adversidades, como están haciendo con el fútbol
Vuelvo de Italia después de dos semanas en las que seguí desde allí la subida de la marea política en Brasil. De lejos, la crisis que se agranda a diario, parece difuminarse. Visto desde Europa, Brasil sigue siendo un país feliz, bello y alegre. Y cuando se habla de la corrupción política replican que se trata de una epidemia mundial.
Una vez en casa, al preguntar a mis amigos cómo están las cosas, todos me repiten el mismo mantra: que este país no tiene arreglo. ¿Será verdad? Lo cierto es que la política parece abocada, cada hora que pasa, a no encontrar una salida. En unos días, todo parece haberse precipitado hacia el abismo. El presidente Michel Temer se hunde por minutos y, con él, su Gobierno y la esperanza de una mejora en una economía que agonizaba cuando llegó al poder. La expresidenta Dilma Rousseff, a la que Temer sustituyó tras un polémico impeachment, vuelve a ser objeto de investigación en el Supremo Tribunal Electoral (STE), que podría anular las elecciones que le dieron la victoria en 2014 y perder así sus derechos políticos.
Por si faltaba poco, la Fiscalía General pide que su antecesor, el mítico y popular presidente Lula, sea encarcelado acusado de corrupción. Tres presidencias de la República en la berlina en un puñado de años, parecen un desafío capaz de quebrar todas las esperanzas en la política hasta en las democracias más sólidas. ¿Resistirá Brasil ese terremoto político para el que, al mismo tiempo, los analistas más ponderados, no ven una salida ya que la bacteria de la corrupción, parece haber carcomido a toda la clase política, con pequeñas excepciones? Como en el relato bíblico de Sodoma y Gomorra parece hoy imposible hallar un solo justo en la ciudadela política brasileña.
¿Todo perdido entonces? Me hacía esta pregunta volviendo de Venecia, la milagrosa ciudad que, según todos los especialistas, debería estar ya sepultada bajo sus aguas desde hace siglos. Todo en esa ciudad de arte, única en el mundo, sin coches, lo que nos permite escuchar las pisadas de la gente en la calle, es precario, difícil, a veces parece una ciudad imposible. Y sin embargo, ahí está, cada día más codiciada por los turistas del mundo. Sigue en pie, desafiando todos los pesimismos en torno a su muerte anunciada.
Venecia ha sido vista siempre como símbolo y desafío de un país como Italia que, a pesar de sus terremotos políticos, incluido el escándalo de Mani Pulite, la Lava Jato italiana, ha sabido salir a flote gracias, sobre todo, a la pujanza de una sociedad emprendedora, rica en creatividad, que sigue su camino y es capaz de resucitar nuevos renacimientos, aún en medio a la mediocridad y, a veces, suciedad de su política.
Con estos pensamientos a mi llegada a Brasil, el país para el que se dice que no hay arreglo, leo, en el diario O Globo, el artículo del psicoanalista, Paulo Sternick, titulado Solo un milagro salva el país. Citando a la escritora y pensadora alemana, Hannah Arendt, recuerda que la emergencia de lo nuevo, incluso en medio a las crisis políticas más sombrías, se da de la forma más inesperada e inexplicable para el raciocinio. A eso llama Sternick, el milagro posible, que no necesita ser religioso, sino que nace de la voluntad de la sociedad de querer rescatar la dignidad en política, ya que la vida es siempre una pulsión que reacciona frente al enemigo.
La esperanza, también para Brasil, en esta hora de noche oscura, podrá venir no de sus dirigentes, que representan un mundo apagado y sin esperanza, sino de ese impulso de vida de cada uno de nosotros que, como recordaba Freud, acaba siendo más fuerte que la muerte.
Los políticos pasarán, incluidos los presidentes, los mayores responsables de la vida pública, y los brasileños serán capaces de perpetrar ese milagro de saber resurgir, frente a las adversidades, como están empezando a hacerlo hasta en su viejo y eterno amor, el fútbol.
No deja de ser significativo que el bochornoso 7 a 1 del Mundial, esté transformándose de repente en esperanza, en un milagro que está haciendo posible un entrenador como Tite, llegado por sorpresa, de alma sencilla, sin hueros cacareos ni fanfarronadas, trabajando con tesón, convencido que Brasil puede ser mejor. Alguien que cree que siempre es posible levantarse y que lo impensable, y hoy imposible, puede mañana ser una realidad.
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