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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Ojo con Robespierre...

Ojalá que la compleja lucha contra la corrupción no devenga en una espiral de banalidad en la acción oficial

Diego García-Sayan

No es poco lo que los destapes sobre pagos indebidos por empresas constructoras brasileñas han puesto sobre el tapete. Salta pus por todos lados. Que se descubra la corrupción o que, ante indicios serios de delito, empiecen a actuar fiscales o jueces es cosa muy buena. En otros tiempos la limitada independencia judicial hubiera hecho que muchos de ellos miraran más bien al infinito si a quien se trataba de investigar era un político poderoso. Eso ha quedado atrás en algunos países en los que la justicia no se amedrenta ante el poder político.

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Todo esto, sin embargo, puede tener lecturas menos optimistas. Que apuntan a abrir interrogantes sobre ciertas lógicas que empiezan a guiar conductas de algunos fiscales o procuradores, así como de la opinión pública. Hay dos aspectos que merecen especial reflexión.

Primero, lo que parece ser la búsqueda de protagonismo. El ostensible entusiasmo de algunas autoridades fiscales o de procuradurías por lo que podríamos llamar "prioridad mediática" hace que algunas veces se prescinda del indispensable rigor para dar el salto a una primera plana cuando el personaje de por medio es, por ejemplo, un presidente. Algunas veces parecería haber más cuidado en cómo aparecerá el titular o el reportaje televisivo que en la sustentación material de graves denuncias.

Doy un ejemplo de algo ocurrido en el Perú en los últimos días: la reciente solicitud por una procuradora de abrir investigación contra el presidente Pedro Pablo Kuczynski basada en un titular periodístico; con muy poca información, además. Sin un sustento adecuado, indicios sólidos o algún hecho adicional a los de la escueta noticia, el documento de la procuradora armó lógico revuelo y le dio muchas previsibles horas televisivas. Con los limitados elementos aportados, nada apunta a que la fiscalía, que viene actuando con seriedad, vaya a abrirle investigación a Kuczynski por estos hechos; pero el show ya se montó.

Segundo, el efecto retroalimentador de conductas como esa en una opinión pública ya erizada frente a la nauseabunda corrupción oficial. Cuando no se aportan indicios serios de supuestos hechos "gravísimos", con pasos así desde una oficina pública no se hace sino alimentar sentimientos irracionales y ningún paso serio contra la corrupción. Una opinión pública empieza a ser conducida, así, con denuncias simplistas por un cauce peligroso que alimenta el sentimiento ciudadano de que "todos los políticos y autoridades son corruptos". Generalización absoluta que no es correcta y que hace mal que una autoridad —o los medios de comunicación— aliente. Hay mucha gente honesta que desempeña funciones públicas o que actúa en política y eso también es parte de la realidad y es elemento esencial de la legitimidad del Estado democrático.

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Una sociedad a la que se le impulsa en curso de colisión contra la racionalidad o al margen del análisis objetivo de las cosas puede ser el caldo de cultivo y antesala de un feroz autoritarismo "de masas". Un ejemplo de esto: un analista había comentado en la televisión críticamente sobre esa acusación contra Kuczynski; ponía de manifiesto sus dudas sobre el rigor de la denuncia. Nada más. ¿Respuesta en las redes sociales? Masivos y unánimes mensajes agresivos contra el comentarista como supuesto "cómplice" de la corrupción. Ni uno solo de los mensajes se solidarizaba con la idea de que una denuncia así tendría que haber aportado algo más que un titular periodístico.

En ese proceso de interacción de simplismo e intolerancia, entre autoridades irresponsables con individuos irascibles, se está hoy. La lucha contra la corrupción es algo muy complejo que requiere mucha firmeza, rigor y solidez. Ojalá eso no se pierda de vista y que no se entre en una espiral de banalidad en la acción oficial con irracionalidad en la conducta social, combo que anuncia lo peor.

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