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Los coches atropellan el Pacto Verde

La victoria del lobby del automóvil pone en riesgo la política medioambiental de la UE, que es tan importante como el Estado de bienestar

A no ser que vivas en un lugar elevado, en latitudes frías aunque no mucho, con abundante agua potable y ricas tierras de cultivo, prepárate para mudarte (si tienes dinero para ello) a no ser que quieras instalarte en la incertidumbre relacionada con el clima. Si la buena suerte te ha llevado al lugar adecuado, espera una compañía —unos vecinos— en general dispersa. Tiene ello que ver ...

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A no ser que vivas en un lugar elevado, en latitudes frías aunque no mucho, con abundante agua potable y ricas tierras de cultivo, prepárate para mudarte (si tienes dinero para ello) a no ser que quieras instalarte en la incertidumbre relacionada con el clima. Si la buena suerte te ha llevado al lugar adecuado, espera una compañía —unos vecinos— en general dispersa. Tiene ello que ver con el calentamiento global.

Premonitoriamente, el número de diciembre de la revista Alternativas Económicas titulaba su dossier “Economía, 10; Clima, 0”, bastantes días antes del acuerdo de Bruselas con la industria automovilística que alarga la vida al coche de combustión. El eslogan de ese dossier es el siguiente: “Dar a elegir entre el sostenimiento de la economía y la lucha por el planeta es un falso dilema. Sin embargo, Europa ha relajado su ambición ambiental en nombre de la competitividad”.

Lo sucedido en Bruselas la pasada semana es una cesión a las presiones del lobby empresarial automovilístico y a países como Alemania, cuyas exportaciones dependen mucho de ese sector y que mantiene desde hace tiempo una economía semiparalizada. La nueva regulación revierte en parte la hoja de ruta de la venta de motores de combustión a partir del año 2035, y significa —aunque la Comisión Europea considere que no cuestiona los objetivos de descarbonización para el sector del automóvil (muy fragilizado por la intensa competencia de los coches eléctricos chinos)— que se ha puesto en cuestión el Pacto Verde europeo. Este nació de la alianza de socialdemócratas, conservadores, verdes y liberales, y ahora está siendo atacado en todas partes por las distintas extremas derechas. Su derogación forma parte de los acuerdos que estas semanas se firman o se apalabran en España entre el Partido Popular y Vox para gobernar en el futuro.

Después del pacto que supuso en la posguerra la creación del Estado de bienestar, pocos acuerdos habían tenido tanta ambición política como el Pacto Verde, ahora tan fragilizado sobre todo por la posiciones del Partido Popular europeo, influido por la ultraderecha y, en el caso del automóvil, por la inmensa capacidad de presión de las patronales industriales. En este contexto cobra mayor significación la propuesta del presidente del Gobierno español de un pacto de Estado sobre el cambio climático, bajo el principio de “lo caro no es actuar sino no hacerlo”. Traumatizado como todos por la dana valenciana de 2024 y los horrendos incendios del verano pasado, Pedro Sánchez ha propuesto la creación de un panel nacional de científicos del cambio climático que contrarreste la desinformación y el negacionismo.

La socióloga Cristina Monge analiza en su último libro (La gran oportunidad. Cómo acelerar la transición ecológica y fortalecer la democracia, Tirant Humanidades) las cuatro formas de negacionismo que se están extendiendo. La primera, la más directa: negar la existencia del cambio climático; la segunda, cuestionar que se esté produciendo por la acción del hombre; la tercera, dudar de los impactos que pueda tener (forma debilitada por los sucesos climáticos a nuestro alrededor), y la cuarta, el retardismo: instalada sobre todo entre algunos científicos sociales, no se centra en negar el cambio climático, ni en que sea producido por la acción del hombre, ni en sus terribles impactos, sino en cuestionar qué medidas adoptar y cuándo, señalando bien su inoportunidad (más urgente es la lucha contra el hambre, la ayuda a Ucrania o a Gaza…), bien las consecuencias en determinados sectores de la población (el empleo en las industrias más contaminantes, etcétera).

Hasta hace poco Europa se distinguía de EE UU por la ausencia de una oferta política basada en el escepticismo climático. Ya no es así. Hay una nueva división en el Viejo Continente entre los partidos ultras, que van convenciendo a la derecha tradicional y a una parte de la socialdemocracia, en contra del Pacto Verde, y el resto. Hay que reconocer que las posiciones del Gobierno español están hoy en minoría. Pese a que nos va la vida en ello, como remata el libro citado.

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