‘Cabañificación’: ¿cómo la gentrificación ha llegado a las cabañas y por qué nos obsesionan?
La periodista Eva Morell publica ‘Refugio. Una historia de cabañas’, un ensayo que repasa decenas de ejemplos e historias para entender la fascinación generalizada por estas construcciones
Cuenta la periodista Eva Morell que su afición por las cabañas nació de niña durante sus excursiones familiares a Sierra Nevada. Durante el trayecto, en una curva de la carretera, aparecía en cada viaje la que se conoce popularmente como La casa de los enanitos, de estilo alpino y ventanas rojas. Su entusiasmo por estas construcciones fue creciendo y ella misma, junto a su hermana, jugaba a rehabilitar una vieja construcción de madera que había en casa de sus abuelos mientras soñaba con tener su propia casa en un árbol. Con la llegada de las redes sociales aquella pasión se multiplicó y decidió convertirla en la newsletter El club de la cabaña, activa desde 2021. En este 2025 ha volcado todo su conocimiento e investigación en un libro, Refugio. Una historia de cabañas (Debate), ensayo donde repasa el origen y la evolución de estos singulares edificios o su vinculación con la arquitectura vernácula, pero también alguna de sus historias más curiosas e interesantes. “Unos viven las cabañas y otros las piensan”, se lee entre las páginas de esta obra.
“Las cabañas forman parte de nuestro imaginario colectivo gracias al cine, la literatura y la música”, apunta Morell que se acuerda de las casas de los ewoks de La Guerra de las Galaxias, las construcciones de Robinson Crusoe o las múltiples películas de terror rodadas entre los muros de una casa perdida por la montaña. “Si preguntas a cualquiera cómo son, te dirá que tienen tejado a dos aguas, son de madera y están en el bosque”, apunta Morell, que cree que se sintió atrapada por ellas debido a que le hacen sentirse protegida. “Es esa sensación de refugio que te dan”, añade quien define a las cabañas como “un recordatorio de lo que somos cuando pisamos el freno”. Eso sí, también reflexiona cómo la vida en la naturaleza se ha convertido en un lujo, un privilegio para unos pocos ligado a la masificación turística y a conceptos como el glamping. Es la gentrificación del mundo natural que la propia Morell denomina “cabañificación”. El capitalismo ya capitaliza hasta el ocio y el descanso.
Refugio. Una historia de cabañas, repasa decenas de ejemplos y sus contextos. Desde Calígula y la familia Medici a la habitación propia de Virginia Woolf, la de Joel Fleishman en la serie Doctor en Alaska o la de Unabomber, hoy guardada en los almacenes del FBI. Más allá, sus páginas navegan por los refugios que numerosos escritores, artistas y filósofos se construyeron para entrar en contacto con la naturaleza, alejarse de las ruidosas ciudades y centrarse en su producción creativa. Estas son algunas de ellas, idílicas todas ellas para saborear el verano… o el invierno.
Le Cabanon: la venganza de Le Corbusier
Le Cabanon fue la primera cabaña que Morell visitó para escribir su libro. “Fue una sorpresa brutal”, recuerda la autora, que alucinó con la cantidad de historias que tiene a su alrededor la edificación y con su perfección. “Estar allí fue como tocar toda la teoría de la arquitectura de Le Corbusier, pero también entender la mente de villano que tenía ese señor”, subraya. Aquel viaje le dejó huella, tanto por los paisajes mediterráneos como por los aromas y todo lo que se cruzó en aquellos días tras un viaje en tren de media hora desde Niza para disfrutar de un edificio que es Patrimonio Mundial de la Unesco desde 2016.
Charles-Édouard Jeanneret-Gris, que así se llamaba el arquitecto, levantó Le Cabanon en 1952. Es una obra pionera, pero también consecuencia de una venganza tras conocer la Villa E-1207, diseñada por Eileen Gray como regalo para su entonces pareja, el también arquitecto Jean Badovici. Le Corbusier, que la visitó como invitado, quedó fascinado ante la obra y quiso comprarla. Más tarde incluso intervino las paredes con varios frescos hasta que Badovici le prohibió la entrada. La repuesta de Le Corbusier fue construir otra cabaña —un cubo de 3,66 metros de lado, de madera de castaño y roble, una ducha exterior y un inodoro junto al cabecero de la cama— en un punto desde el que podía ver la Villa E-1207 y, así, no quitar ojo a sus vecinos y al refugio que a él le hubiera encantado idear. Era su chateau en la Costa Azul. Y, también, “un ojo vigía para observar la otra cabaña”, subraya Morell.
La casa en el árbol más antigua
Morell descubrió esta cabaña casi por casualidad mientras leía el libro Treehouses, publicado en los años ochenta. Le llamó tanto la atención que empezó a investigar sobre ella y, finalmente, se decidió por comprar unos billetes a Reino Unido para visitarla en una de las pocas fechas al año que abre al público. Se cree que es la más antigua del mundo, tiene estilo tudor y está ubicada entre las ramas de un tilo centenario junto a Pitchford Hall.
Fue construida en el siglo XVII por orden de la familia Ottely, que la conservó generación tras generación. La propia reina Victoria pasó allí parte de su infancia, entusiasmada; y Lady Sybil, heredera del primer ministro británico Lord Rosebery, leía las cartas a quienes se atrevían a subir con ella a la casita. Morell pensaba en todas esas historias cuando subió las escaleras en el tronco del árbol, atravesó su puerta y sintió un stendhalazo. “Fue increíble estar allí”, destaca. Como ella, cualquiera puede acercarse a visitarla previo pago de una entrada que cuesta 20 libras.
El refugio de Thoreau en Walden
“No se puede escribir un libro de cabañas y no hablar de Walden”, señala la escritora sobre uno de los alojamientos más implantados en el imaginario colectivo gracias al ensayo de Henry David Thoreau que celebra la vida en la naturaleza y recoge, casi a modo de diario, los dos años en los que vivió retirado en el bosque de Concord (Massachussets). Un trabajo que, curiosamente, Morell no ha terminado de leer nunca. “Es complicado, denso y difícil. Pero sí he acabado la versión en cómic”, apunta quien desmitifica un poco la historia porque subraya que Thoreau vendió una vida alejada de la ciudad y totalmente en armonía con el entorno natural, pero no dio muchos detalles sobre sus visitas prácticamente diarias al pueblo más cercano o que su madre se acercara cada semana a hacerle la colada.
“He querido bajarlo todo un poco a tierra, pero no podemos olvidar el valor que tuvo en la defensa de la naturaleza”, apunta sobre quien fue uno de los impulsores de las primeras leyes para la creación de parques nacionales”, apunta. Con un precio de 28 dólares y 125 centavos —unos 25 euros— la cabaña tenía unos tres metros de ancho por 4,5 de largo. Hoy la original no existe, pero muy cerca sí existe una reproducción a la que peregrinan miles de personas fascinadas por el libro más famoso del autor, Walden o la vida en los bosques (1854).
La cabina giratoria de George Bernard Shaw
Era diminuta —apenas seis metros cuadrados— pero tenía un sistema que la hacía única. Fue ideada por el Premio Nobel irlandés George Bernard Shaw, quien se encerraba en ella a escribir. Y para tener siempre buena iluminación, inventó una fórmula que permitía, a través de unas poleas, girar la orientación del pequeño edificio para que su mesa siempre tuviese luz solar directa. “De entre todas las que hay en el libro, esta es mi favorita”, subraya Eva Morell.
La autora relata que Shaw se inspiró en los alojamientos que el explorador Robert Falcon Scott llevó en su exploración al polo sur en 1912 y que hizo instalar unos singulares cristales que dejaban pasar la luz ultravioleta. Shaw se encerraba en aquella especie de cabina de teléfonos durante horas para sumergirse en la libertad creativa. Bautizó a su cabaña como Londres para que cuando alguien llamara a su casa, el personal pudiera decir que “el señor Shaw está en la capital” y nadie le molestara en su pequeño rincón, hoy ubicado en un parque y abierto al público a unos cuantos kilómetros al norte de la ciudad londinense.
El fiordo de Ludwig Wittgenstein
En el año 2017, el escritor Agustín Fernández Mallo cometió una locura. Se fue hasta el fiordo de Sogne, en Noruega, con el objetivo de abrir la primera vía directísima —el camino más directo para llegar a un punto específico en escalada— hasta la cabaña que Ludwig Wittgenstein había construido con sus propias manos en lo alto de un acantilado a principios del siglo XX. “Escalar sin compañía es peligroso”, reconocía el autor, que contó aquella experiencia en un blog y un libro, Wittgenstein, arquitecto (Galaxia Gutenberg). También conversó durante dos horas con Eva Morell para recordar aquella historia que nadie podrá repetir, puesto que la edificación, entonces en ruinas, ha sido ahora restaurada.
“Es lo más bonito: que ya nadie podrá hacer lo mismo que él porque la cabaña original ya no existe”, subraya Morell, enamorada de esta construcción porque representa la “necesidad de aislamiento extremo” que tenía el filósofo y matemático para desarrollar sus pensamientos y teorías. Esta cabaña fue construida a las afueras del pueblo de Skjolden y simbolizaba la desconexión más extrema en la naturaleza: para llegar a ella había que navegar en verano o caminar por el hielo del fiordo en invierno. Allí escribió, algunas de las notas que sirvieron de base para el Tractatus lógico-philosophicus. “Creo de verdad que fue lo correcto venir aquí, gracias a Dios. No puedo imaginar que pudiera haber trabajado en ningún otro lugar como lo hago aquí. Es la tranquilidad y, quizá, el paisaje maravilloso; quiero decir, su serena seriedad”, escribió el propio Wittgenstein en una carta sobre su refugio, que se puede visitar sin reserva alquilando la llave durante una hora. “Pero ten cuidado si tienes miedo a las alturas: el sendero es bastante empinado”, apunta Eli Hansen Moen, presidenta de la Fundación Wittgenstein en Skjolden.
La utopía de Julio Lafuente
Cuando Morell empezó a investigar sobre la figura del arquitecto español Julio Lafuente se topó con una rareza: había muy poca información sobre su figura, algo extraño en esta era de la información. Encontró una tesis —elaborada por Marta Pastor— que leyó al completo hasta empaparse de la vida y obra de quien lo dejó prácticamente todo para irse en moto a Roma y convertirse en una de las referencias de la arquitectura utópica. No demasiado lejos de la capital italiana, Lafuente levantó, en 1964, una cabaña en la playa de Capocotta. Era una casita de madera y paja cuyo tejado a dos aguas llegaba al suelo. Para dormir, situó unas literas en un extremo y, a los pies de cada una, instaló pequeñas ventanas que dieran conexión al exterior. “Su radicalidad reside, precisamente, en la reducción de la forma a una operación de cubierta, paradigma de la protección ante la intemperie y que da origen y sentido a la cabaña”, cuenta Pastor en su trabajo.
“Construirla fue para él un ejercicio de experimentación, un juego. Hay profesionales que no se toman en serio estos edificios, pero otros que sí y que, como él, buscan aplicar la arquitectura en un formato pequeño y sencillo, algo que es realmente difícil”, apunta Morell. Eso sí, la cabaña no se puede visitar, porque ya no existe más allá de las fotos del archivo de Lafuente.
Reese House: historia en los Hamptons
Los Hamptons son conocidos por ser las playas de El Gran Gatsby o porque personajes como Beyoncé o Jennifer López tienen mansión allí. También porque es escenario de series como The Affair o porque el clan Kardashian localizó allí parte de su reality a pesar de la oposición vecinal. En los años cincuenta, cuando era todavía un sitio tranquilo (y ya para ricos), Elizabeth Reese decidió construirse allí una segunda residencia. Encargó el trabajo a Andrew Geller bajo un presupuesto de 7.000 dólares (unos 80.000 en la actualidad). El arquitecto tuvo en cuenta que la zona era inundable y que sufría fuertes vientos y levantó una preciosa cabaña con una parte clavada en la zona más alta de la duna. Tenía un camino de madera directo al mar, una chimenea en su interior y en la parte alta del tejado situó un balconcito donde la inquilina podía tomar el desnuda fuera de miradas ajenas.
Su historia, eso sí, fue corta: aunque fue pensada para resistir las condiciones climáticas de la zona, la Reese House fue destruida por un temporal en 1962. Eso sí, la vivienda había supuesto tal revolución que antes de su desaparición llegó hasta la portada de The New York Times. Geller se hizo de oro construyendo más viviendas baratas, entre ellas otra de sus obras maestras, Frank House, levantada entre las dunas de Fire Island Pinese inspirada en las pirámides mayas de Uxmal, en México.