Apagar el fuego y la incertidumbre en Casas de Moya
La pedanía del municipio de valenciano de Venta del Moro, con unos 40 habitantes, trata de asimilar el impacto de las llamas y reconstruir sus vidas
Felicidad Jiménez ha perdido la alegría. A sus 77 años, “Felis” tiene en Casas de Moya todo su pasado. En su memoria dice que quedarán grabados a fuego estos últimos días llenos de tristeza. A través de la ventana vio arder la tarde del lunes todos los almendros y olivos que pueblan el paisaje de esta pedanía del municipio valenciano de Venta del Moro. El incendio había sido declarado el domingo y parecía estabilizado, pero el viento del noreste, especialmente del Levante, reavivó las llamas que alcanzaron las fincas rústicas más cercanas a la aldea. Ya son más de 1.300 hectáreas -unos 40 kilómetros de perímetro- la superficie afectada. Una parte de ella se encuentra dentro del parque natural de las Hoces de Cabriel, aunque se descarta que haya entrado en la reserva natural, la zona de mayor valor.
El desastre ha marchitado de golpe la gran satisfacción de Felicidad: el olor del romero y el madroño que le acompañaba desde niña. A pesar de tener un 5% de visión -no distingue más allá de medio metro- esta mañana ha madrugado para buscar tomillo en el parque del centro de salud. Agarrada a las paredes y ventanas camina por las aceras y se para cuando intuye los pasos de alguien. Nerviosa, pregunta a un vecino que se cruza:
-¿Hay mucho fuego?
-A mí se me ha quemado la mitad. Hasta la puerta del garaje llegó. Estamos todos con el culo prieto, Felis.
La mujer fue una de las pocas personas que cuando la cosa se complicó, decidió dejar su casa y marcharse. “Fui para Requena con unos del pueblo. Cogí dos toallas, un sujetador, unas bragas y este vestido de flores negras como el monte que ves”.
Según Josep Maria Àngel, secretario autonómico de Seguridad y responsable de los incendios, en estos momentos “existen dos zonas críticas, el blanco suroeste y el noroeste, donde se encuentra la cabeza del incendio”. A primera hora de la mañana, un dron infrarrojos ha recorrido la superficie afectada y se ha reactivado tanto la actividad terrestre como aérea. Àngel se muestra optimista, aunque reconoce que “todavía falta para que se estabilice, lo que significará que el perímetro ya no varía”.
Suenan las campanas, que dan las once de la mañana. En la plaza de la iglesia se concentra una docena de personas que cuchichean y comentan cada uno lo que han perdido. A lo lejos llega Rosario Sánchez (68 años), que se entretiene con unos gatos callejeros mientras solloza después de comprobar que hasta el campo de fútbol de tierra ha sido calcinado. “¡Todo quemado! Los árboles con los que hemos vivido, todos muertos. Antes esto era de color y ahora solo veo negro”, cuenta mientras se seca las lágrimas y regresa a casa. Las llamas no entraron en las casas.
Quejas de los vecinos
Todos coinciden en la misma queja: se ha actuado demasiado tarde. El alcalde de la aldea, Ricardo Yeves Ortiz (73 años), afirma que “ha habido descoordinación desde el lunes a las 2 de la tarde”. A mediodía, Yeves recibía mensajes de tranquilidad hasta que “de repente me dicen que hay que desalojar a los enfermos y a los que tuvieran problemas de corazón o asma. El fuego había cruzado el pozo de la Cañá y llegaba a los garajes. Se equivocaron o se confiaron, no lo sé”.
“Tenemos un cabreo monumental, es desolador ver que tu vida se quema y no puedes hacer nada. Más todavía si no se actúa a tiempo”, asegura Pilar Martínez (67 años) mientras recorre con su amiga Elena Pardo (72 años) las afueras de la pedanía. El suelo, completamente calcinado ,desprende todavía el calor de las llamas. “Llevo unos días nada más que llorando. Con valium para tranquilizarme y sin poder dormir”, sentencia.
Las mujeres se acercan a la entrada de Casa de Moya cuando reconocen a Pepe López (76 años), que huyó del pueblo a toda prisa en su Ford Fiesta junto a su mujer.
-Pepe, ¡solo se han salvado los bancos!
-Para sentarnos y verlo.
López, que no es “hombre de bar”, se dirige a la cochera para soltar a las gallinas al tiempo que las moscas se posan en su gorra. “Tanta mosca barrunta tormenta. Esperemos que solo sea agua, bastante desgracia tenemos ya”, sentencia.
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