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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sant Andreu Comtal: preservar el patrimonio ferroviario

En Barcelona, el futuro se juega en la Estación de Francia, inaugurada en 1929, que no dejará de acoger trenes, al menos durante esta década

Obras La Sagrera
Una imagen de las obras de la nueva estación de La Sagrera, que provocarán a partir de este fin de semana, y hasta el 10 de diciembre, importantes alteraciones en el tráfico de trenes, principalmente en las líneas R2 Nord y R11, y puntualmente en la R1.Alejandro García (EFE)
Pablo Salvador Coderch

Cierra, una lástima, pues es la estación ferroviaria en funcionamiento más antigua de Europa: inaugurada en julio de 1854, está en Barcelona, en Sant Andreu del Palomar, pero pronto dejará de funcionar y será sustituida por otra nueva. Espero que el edificio conserve algún uso relacionado con su historia admirable.

Este es un artículo conservador y recurre, en apoyo del patrimonio industrial de Barcelona -y del mundo entero-, a Sir Roger Scruton (1944-2020), el filósofo de los conservadores británicos contemporáneos. Scruton, al igual que Carlos III antes de ser rey de Inglaterra, abominaba de la arquitectura moderna, porque la consideraba vertical e insulsa, y abogaba por la conservación de las viejas casas georgianas, victorianas y eduardianas que asociamos con la arquitectura urbana londinense desde la Revolución Industrial.

Este filósofo inglés, muy versado en estética, defendía que la función ha de servir a la forma y no al revés, como, en cambio, se ha sostenido mayoritariamente desde Louis Sullivan (1856-1924), el arquitecto norteamericano padre de los rascacielos. No, no, sostenía Scruton: las casas y edificios habían de encajar con su entorno, reafirmándolo sin destacar de él. Aunque, en contradicción con lo anterior, pero muy en línea con su conservadurismo, también preconizaba una concepción escultural de la arquitectura -por eso admiraba a Gaudí-, es decir, una fusión entre arquitectura y escultura, entre arte y artesanía, y, en definitiva, entre forma y función.

Conservar ideas, cosas y modos de hacerlas no es en absoluto despreciable: de la obra de Scruton queda la defensa de la forma en contra del progresismo funcionalista. El tiempo le ha ido dado bastante razón, pues hoy derribamos y demolimos menos que hace medio siglo.

España, con más de siete mil kilómetros de vías de ferrocarril en desuso, tiene muchísimas estaciones abandonadas o reconvertidas para nuevos usos. Quizás la más famosa es la de Canfranc, en Huesca, una estación internacional y desmesurada inaugurada en 1928 por el rey de España y el presidente de la República Francesa, con todas sus instalaciones dobladas, que hasta nuestro ancho de vía era distinto al europeo, como es bien sabido. Menos lo es que, durante la ocupación nazi de Francia, la Wehrmacht se presentó en el lado francés, aunque no llegó más acá. La estación, cerrada al tráfico internacional en 1970, tras el derrumbe de un puente francés, está lista desde 2021 para renacer, para recuperar su función tradicional, acaso antes de que acabe esta década, quien sabe. Francia jamás tiene prisa en mejorar sus comunicaciones con España y Portugal, cada Estado vela por sus intereses.

En Barcelona, explica Manuel Marina, guía experto del subsuelo de la ciudad, hay estaciones de metro cerradas, como las de Correos, bajo la plaza de Antoni López, la de Gaudí, bajo la avenida homónima, o la de Banco, bajo la plaza de Antonio Maura, que nunca llegó a funcionar. En superficie, el ejemplo barcelonés más logrado de cierre y reestructuración es la Estación del Norte, clausurada en 1972, pero felizmente reconvertida en estación de autobuses veinte años después. En Madrid, añade, han restaurado la estación de Chamberí, de 1919 y cerrada en 1966, otro buen ejemplo que ha de cundir.

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En el mundo, hay centenares, acaso millares, de estaciones en desuso, arruinadas o reconvertidas. Entre estas últimas, hay también ejemplos muy buenos en Estados Unidos, como la Central Station de Michigan, cerrada en 1988 y que pronto reabrirá como un campus de la Ford; o High Line, en Nueva York, dos kilómetros de vías elevadas reconvertidas en parque urbano, un paseo magnífico. En Europa, una referencia emblemática es la Estación, hoy Museo, d´Orsay, en París, proyectado por la gran arquitecta italiana Gae Aulenti (1927-2012), el cual recoge la gran pintura francesa desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial.

En Barcelona, el futuro se juega en la Estación de Francia, inaugurada en 1929, la cual no dejará de acoger trenes, al menos durante esta década, pues, nos dicen los responsables de cercanías, en algún sitio hay que aparcar locomotoras y vagones. De momento, la demolición de su ala anexa, iniciada este mes de septiembre, será seguida por la construcción de la Biblioteca Pública del Estado, obra financiada por el Estado y gestionada por la Generalitat de Catalunya que se ha ido retrasando demasiado, ya es algo notable que arranque de una vez. Mas la Estación divide el Barrio de La Ribera de la Villa Olímpica. Como aparcamiento de trenes es más bien un estorbo. A ver qué sabremos hacer con ella.

Pablo Salvador Coderch es catedrático emérito de derecho civil de la Universitat Pompeu Fabra.

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