La vendimia imposible de ‘Cubero’ y ‘Yoli’
El papel de las mulas en la comarca de la Axarquía, territorio repleto de lomas con gran pendiente en el este de Málaga, es fundamental para sacar adelante la campaña
Son uña y carne. Familia. Y no necesitan palabras para comunicarse: basta una mirada, un gesto, un sonido. A un lado va Cubero que, con 12 años, es un mulo portentoso. Camina por un estrecho sendero con pendientes extremas sin pestañear mientras transporte en el lomo seis cajas de 13 kilos de uva cada una. Al otro, Bernardo Villalba, con 59 años y un físico asombroso. Tiene la piel curtida por el sol y su frente —como la piel del animal—gotea sudor a causa del esfuerzo, los 30 grados de temperatura y el 80% de humedad del final del verano malagueño. Ambos recogen los racimos en la parte...
Son uña y carne. Familia. Y no necesitan palabras para comunicarse: basta una mirada, un gesto, un sonido. A un lado va Cubero que, con 12 años, es un mulo portentoso. Camina por un estrecho sendero con pendientes extremas sin pestañear mientras transporte en el lomo seis cajas de 13 kilos de uva cada una. Al otro, Bernardo Villalba, con 59 años y un físico asombroso. Tiene la piel curtida por el sol y su frente —como la piel del animal—gotea sudor a causa del esfuerzo, los 30 grados de temperatura y el 80% de humedad del final del verano malagueño. Ambos recogen los racimos en la parte más baja de la finca ubicada en Almáchar (Málaga, 1.840 habitantes) y los descargan en la más alta. Lo hacen cuatro veces a la hora durante cada jornada de una vendimia que dura dos meses en la Axarquía, territorio seco y agreste en el este de la provincia andaluza. Al trabajo que realizan se le denomina viticultura heroica, pero al verlos de cerca el adjetivo se queda pequeño. “¿Duro? Esto es durísimo”, reconoce sin perder la sonrisa el arriero. Cubero confirma resoplando la dureza de esta actividad que también se practica en zonas de Asturias, Galicia, Cataluña o Canarias.
La Axarquía alberga una decena de bodegas y dos tercios de las alrededor de 4.000 hectáreas de viña que hay en Málaga. “Antes de la llegada de la filoxera, aquí se producían algunos de los vinos más caros del mundo”, relata el enólogo valenciano Vicente Inat, impulsor de la bodega Viñedos Verticales junto a Juan Muñoz, tercera generación de los bodegueros fundadores de Dimobe, cuyas instalaciones están en Moclinejo (1.243 habitantes).
“Mira, la mula parece un Fórmula 1 montaña arriba”, señala divertido Inat al volante de un viejo Suzuki Samurai desde el que disfruta un paisaje donde las rectas y los valles parecen estar prohibidos. No hay rincón que no albergue una cuesta, una curva, un terraplén, un barranco. Por eso las 40 hectáreas que trabajan ambas bodegas —producción ecológica con mayoría de variedad moscatel, pero también la autóctona romé, Pedro Ximén y doradilla— son todo menos fáciles, como ocurre en la inmensa mayoría de viñedos de la zona, tan pegada al mar que el salitre se mezcla con el aroma de las higueras y los aguacates.
Los animales son básicos para sacar adelante la vendimia y, también, para labrar la tierra. “Son fundamentales tanto para el vino como para las pasas de un lugar que apenas se puede mecanizar”, destaca José Manuel Moreno, que durante años fue secretario del Consejo Regulador de Vinos de Málaga. Peleó, además, para que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declarase el Sistema Productivo de la Uva Pasa de Málaga en la Axarquía en 2018. El reconocimiento valoró “el modo de vida” local y el uso de “tecnologías tradicionales, manuales y artesanales”. Entre ellos, las mulas.
En los pocos segundos que se da de descanso, tras echar un trago de la garrafa, el arriero Villalaba resume su vida en cuatro palabras. Comenzó a trabajar la tierra con 10 años y, desde entonces, las bestias son parte de su familia: lloró la muerte de Labra hace unos meses y celebró la llegada de Emperador, de dos años, con un nombre que lo destina a dominar estos parajes, pero aun con todo por aprender.
“Con ellas trabajo también mis propias viñas”, advierte el residente en Almáchar, quien posee un pequeño terreno propio donde las bestias lo ayudan a podar, cavar, labrar, vendimiar y sarmentar, como hacen otros vecinos con sus tierras. Sonríe al contar que su hija Paula, investigadora en la Universidad de Sevilla, y su hijo Álvaro, estudiante de Geografía e Historia, lo ayudan cada verano en esas labores.
La quinta palabra ya no le sale, nervioso por seguir la tarea mientras ajusta las cajas de uva a los aparejos que puso a Cubero a las cinco de la mañana, cuando empieza cada jornada antes de caminar hasta la finca que toque trabajar, que no siempre está cerca y cuyo desnivel varía entre el 30% y el 70%. “Lo que hacen es increíble”, insiste Juan Muñoz, gerente de Dimobe, donde se prepara toda la uva recogida.
Más de 6.000 pasos registró el móvil de Daniel Gámez, de 52 años, cuando hace unos días fue con su mula, Yoli, a echar una mano a un amigo en la vendimia, que un año más se ha adelantado a casi mediados de julio por el calor. A pesar del madrugón, los aparejos los coloca con facilidad porque es algo que aprendió de pequeño. “Cuando era niño, mi pasión era tener un borriquillo”, recuerda. “Como era el más pequeño de mis hermanos, ellos y mi padre cargaban al animal y yo me iba solo hasta el lagar donde descargaba mi madre”, explica.
“Entonces lloraba porque no me llevaban a la vendimia y ahora lloro porque voy”, añade el hombre, que hoy recibe la ayuda de su mujer y sus hijas para recoger las uvas en las fincas que tiene diseminadas por la comarca y asolearlas en los singulares paseros. Los granos más grandes —calibre denominado popularmente como reviso— se destinan a pasa y los más pequeños, a vino.
“No es romanticismo, es necesidad”
“El animal tampoco quiere ir a vendimiar. En el momento que lo sabe, se nota. Pero están acostumbrados”, insiste quien cree que ya quedan pocos románticos como él y que son más los que compran orugas, máquinas que también suben por cualquier cerro. “Yo no podría desprenderme de Yoli, le tengo mucho aprecio”, avisa.
No es el único. “Hay alguna mulilla mecánica [la oruga] pero no es lo mismo. La vendimia con bestias se hace por necesidad, no por romanticismo”, afirma el agrónomo argentino Fabio Coullet, que tras trabajar casi dos décadas en los invernaderos, el aguacate o el mango de la Axarquía, apostó por fundar su propia bodega homónima. La compañía —cuyo logo es, precisamente, una mula— elabora vinos desde 2021 a partir de viñas centenarias que trabaja con animales.
“Ahora hay disponibilidad, lo que no sabemos es qué ocurrirá dentro de unos años. Nadie asegura el relevo generacional”, explica Lauren Rosillo, impulsor de la bodega Sedella Vinos, ubicada en el municipio del mismo nombre, de 598 habitantes. Allí las mulas le ayudan a recoger sus tres hectáreas de viñedo —la mayoría de uva romé— con las que elabora alguno de los vinos más demandados de la provincia.
Él quiere ser optimista. “El uso de las mulas en la Axarquía no es marketing, es el único medio de transporte que hay en muchas parcelas”, añade quien destaca que también se utilizan en cultivos de olivo o almendros y cree que es un valor que se debe fomentar y defender. “Es tan bonito verlo”, suspira. Es lo que celebra el enólogo Vicente Inat cuando se despide de Cubero y de Bernardo Villalba camino de las instalaciones de la bodega a seguir el trabajo. “¡Mira! ¡Allí preparan otra mula!”, apunta con alegría consciente del valor del animal para impulsar estos viñedos, con tanta antigüedad como futuro.
Optimismo con la campaña de vino
Tras dos años desastrosos, 2024 tampoco apuntaba bueno para la vendimia en la Axarquía, donde existen tres denominaciones de origen: Málaga, Sierras de Málaga y Pasas de Málaga. Las lluvias que aguaron la Semana Santa al turismo fueron celebradas por todo lo alto esta comarca. El centenar largo de litros caídos durante esos días lo hicieron despacio y ayudaron a las viñas a brotar fuertes y mantener su fruto después.
Por eso, enólogos, viticultores y bodegueros creen que será un buen año. “Estamos en la gloria y supercontentos. La campaña promete”, celebra Clara Verheij, propietaria de la bodega Bentomiz, en Sayalonga (1.641 habitantes), donde la vendimia la realizan solo hombres, porque en la parte oriental de la comarca los viñedos están dispuestos en terrazas y las mulas tendrían problemas para ir de una a otra.
“Es quizá más heroica todavía: es dificilísimo”, apunta Verheij. Por eso es raro encontrar a jóvenes vendimiadores como José Rancapino el chico, de 16 años y que este año se estrena cortando racimos mientras estudia Auxiliar de Enfermería. Para las pasas, eso sí, la situación no ha terminado de recuperarse. “Habrá más producción que en 2023, pero no demasiada”, concluye Daniel Gámez, que ejerce de presidente de la Unión de Cooperativas Paseras de la Axarquía (Ucopaxa) y de la Cooperativa Santo Cristo de la banda verde de Almáchar.