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El Cantón de Cartagena, la “comuna de París” española que busca su lugar en la historia

La sublevación de la ciudad cumple 150 años reivindicando el reconocimiento de sus avances políticos y sociales

Virginia Vadillo
La bandera roja del Cantón de Cartagena izada en el Ayuntamiento de la ciudad murciana con motivo del 150 aniversario de la ciudad.
La bandera roja del Cantón de Cartagena izada en el Ayuntamiento de la ciudad murciana con motivo del 150 aniversario de la ciudad.Ayuntamiento de Cartagena

En julio 1873, en una Europa marcada por las revoluciones obreras del XIX, como la Primera Internacional en Inglaterra o la Comuna de París en Francia, España vivió también su propio episodio de sublevación contra el poder y de reivindicación de los derechos sociales y laborales. El Cantón de Cartagena resistió durante seis meses al Gobierno de la Primera República y, en contra del relato histórico predominante, lo hizo en busca de un avance del estado democrático y de derecho. Ahora, 150 años después, busca recuperar su lugar en la historia.

Aquella sublevación, explica la historiadora de la Universidad de la Sorbona Jeanne Moisand, no tuvo solo una relevancia local, sino que se enmarca en un conjunto de revoluciones internacionales que deben ser estudiadas en su globalidad. Para esta experta, una de las mayores estudiosas del Cantón de Cartagena a nivel internacional, la revolución cantonal “es comparable a las comunas francesas”, a la archiconocida Comuna de París. Aquella revuelta logró mantenerse durante apenas dos meses, entre marzo y mayo de 1871. El Cantón de Cartagena hizo frente durante seis meses al gobierno de la Primera República con una verdadera organización política y social al margen del régimen oficial, por lo que, para la historiadora, se puede definir como un “movimiento revolucionario potente”.

“Hay pocas revoluciones importantes, y esta es una de ellas”, zanja. Porque, de hecho, “durante seis meses, Cartagena fue literalmente un territorio independiente” de España, explica el cronista oficial de la ciudad, el historiador Luis Miguel Pérez. El cantón formó un gobierno que comenzó a legislar e incluso acuñó su propia moneda, que tenía su propio ejército y su bandera.

En su opinión, la importancia de esta rebelión radica en que lo que se plantearon los cantonalistas fue “cambiar el sistema de estado de un país”, por lo que su trascendencia va más allá de lo local. “Se ha confundido el cantón con una lucha de Cartagena por independizarse de Murcia que no se corresponde con la realidad”, explica. Esta revuelta no tiene “nada que ver” con la reivindicación de crear una provincia de Cartagena, sino que está ligada a la búsqueda de un estado federal “muy similar al estado de las autonomías actual”.

En la misma idea incide la catedrática francesa, que subraya que los cantonalistas entendían la democracia como una representación que debía ir mucho más allá de las elecciones, que consideraban “un recurso más, pero insuficiente”. Planteaban la necesidad de un modelo federal que debía partir del municipio (el cantón), como organización más cercana al pueblo, y en el que la participación popular “era muy exigente, continua, muy inclusiva”, con constantes votaciones sobre los temas más importantes.

Para Moisand, esta idea de “democracia social” es muy actual y se ha visto reflejada en movimientos como el del 15-M en España, o en las recientes movilizaciones en Francia contra la reforma de la ley de las pensiones de Emmanuel Macron.

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Por eso, más allá de los logros sociales conseguidos o planteados, “el avance más impactante” en esta revolución cantonal es “cómo el pueblo pudo gobernar una ciudad completamente asediada”, sostiene la experta. “Demostraron que un gobierno popular era posible, que el mundo funcionaría mejor si se reconociera el mérito personal y no solo el estatus social previo”, explica.

Pero los logros sociales fueron también realmente “adelantados a su tiempo”, en palabras del catedrático de la Universidad de Murcia Pedro Egea, organizador de un congreso el pasado marzo en el que participaron una quincena de expertos nacionales e internacionales para tratar de arrojar luz sobre esta etapa histórica. Los sublevados, en el marco de su propio gobierno, promovieron una jornada laboral de ocho horas y prohibieron el trabajo infantil y la esclavitud. Establecieron un “sufragio universal” en el que, sin embargo, no estaban incluidas las mujeres, pero también para ellas se lograron avances “impensables” entonces, como la firma de un “decreto de emancipación de la mujer” que establecía sus derechos como personas independientes. El mismo régimen revolucionario fue el primero en dictar una sentencia de divorcio en España que no solo permitía la disolución de un matrimonio, sino que obligaba al marido a pagar una pensión a su exmujer.

Egea subraya que, aunque parezcan pequeños detalles o casos puntuales, es importante destacar que esos hitos sí llegaron a cumplirse. A los citados suma otros ejemplos, como la supresión de la pena de muerte, llegando a indultar a un reo; la apuesta por la educación “gratuita, laica y pública”, o la desamortización de ciertas propiedades de la iglesia.

A pesar de todos los avances políticos y sociales logrados, la revolución cantonal es prácticamente una desconocida. Para explicar por qué está mucho menos estudiada que sus hermanas europeas, Moisand cita, por un lado, el momento en que se produjo, “al final del ciclo” de esas revoluciones, que los bandos vencedores, en España y en Europa, se afanaron en silenciar.

Además, pone de relieve “la dimensión muy popular de los insurrectos” cartageneros: muchos de ellos eran analfabetos, otros se exiliaron o fueron deportados a lugares en los que no tenían ningún acceso al medio impreso.

Con la restauración borbónica, añade el catedrático de la Universidad de Murcia, “se laminó todo el conocimiento” sobre el cantón y se persiguió a sus defensores. “Hasta la segunda república hubo un vacío total de información, todo lo que se publicaba sobre la sublevación era muy negativo. Y la etapa franquista se convierte de nuevo en un páramo para la investigación. Hubo una censura total hasta muy avanzado el siglo XX”, relata. De hecho, advierte, todavía hoy no se ha recuperado esa memoria y pone como ejemplo el callejero de la ciudad de Cartagena, sin ni una sola referencia a este acontecimiento histórico.

Para la experta francesa, “todavía hoy en España es difícil hablar de estas revoluciones y defender su papel sin ser tomado como un extremista”. En España, señala, hay “un gran debate sobre la recuperación de la memoria democrática, pero siempre se limita a la del siglo XX. Hay que recuperar también esta memoria para comprender la complejidad del siglo XIX español”. En su opinión, es “desalentador” y “sesgado” querer atribuir el desarrollo de la historia económica a Inglaterra o el de la política a Francia, cuando en el XIX ya había una globalización que hizo que todas las naciones vivieran procesos similares de desarrollo.

Para el cronista de Cartagena, aunque muy lentamente, se está avanzando en ese reconocimiento del hecho histórico del cantón. Tras la celebración del congreso de este año, por primera vez, uno de los mástiles del Ayuntamiento de Cartagena ha enarbolado la bandera roja cantonal el 12 de julio, el día que comenzó la sublevación. “Esa fecha debería ser muy importante, no ya para Cartagena, sino para España. Poco a poco se está dando a este acontecimiento su verdadera dimensión”, concluye.

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Sobre la firma

Virginia Vadillo
Es la corresponsal de EL PAÍS en la Región de Murcia, donde escribe sobre la actualidad política, social y medioambiental desde 2017. También trabaja con la Agencia EFE en esa comunidad autónoma. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo de Agencias por la Universidad Rey Juan Carlos.

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