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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Paisaje valenciano tras la ópera bufa murciana

El PSPV ya no puede seguir jugando con el comodín de Cs para soliviantar a sus socios y el PP de Bonig se verá abocado, como el de Isabel Ayuso, a cerrar pactos con Vox

Amparo Tórtola
Maestros y trabajadores de la educación, a la espera de recibir la primera dosis del vacuna AstraZeneca el 15 de marzo en Valencia, minutos antes de que se suspendiera la administración.
Maestros y trabajadores de la educación, a la espera de recibir la primera dosis del vacuna AstraZeneca el 15 de marzo en Valencia, minutos antes de que se suspendiera la administración.Monica Torres

Si el Gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, y la presidenta del Banco Santander, Ana Botín, aciertan en su diagnóstico de que no hay “mejor política económica que vacunar a toda velocidad”, el escenario se complica por momentos.

En diez días, a partir del próximo 1 de abril, debería empezar en la Comunidad Valenciana la anunciada campaña de vacunación masiva para cumplir con el objetivo de tener inoculada al 70 por cien de la población durante la temporada estival. Desde la Conselleria de Sanidad se garantiza que la logística para acometer el reto sanitario está garantizado. Los recursos humanos y materiales se han dispuesto. La contrariedad es que el número de dosis de vacunas que llega lo hace en cantidad irrisoria; con el añadido de suspender esta misma semana el operativo de inoculación de 116.000 trabajadores de los centros educativos valencianos con la vacuna AstraZeneca por una decisión política, muy prudente, sí, pero no basada en evidencias científicas.

El punto de inflexión que abril representa en el imaginario colectivo -colas de personas para vacunarse a buen ritmo bajo la fórmula 24h/7d- se antoja inalcanzable dada la rémora en el suministro. Las esperanzas están puestas en la inmediata incorporación de una nueva vacuna, la de Janssen, en formato monodosis y que, por tanto, permitirá inmunizar al doble de población con el mismo número de pinchazos exigidos por las otras tres -Pfizer, Moderna y AstraZeneca- que ya están a disposición. Ser la valenciana la autonomía que ofrece en estos momentos la incidencia acumulada más baja de todo el país, con 39 casos por cada 100.000 habitantes, también procura un cierto alivio. Alivio de luto, pero alivio.

Inmunes a la atmósfera de incertidumbre, preocupación y miedo que ha disparado las enfermedades mentales -le asiste la razón a Iñigo Errejón al denunciarlo en sede parlamentaria- algunos de nuestros próceres políticos se han embarcado en una guerra sucia cuya escenificación a base de exabruptos y miserias varias explica por qué muchos honrados, honestos y cualificados ciudadanos no se acercan a la política o se alejan definitivamente para regresar a sus quehaceres previos. Luego están los que no tienen dónde yacer muertos y se agarran al acta de diputado, senador o concejal como si les fuera la vida en ello, que les va, o dan el salto a otro abrevadero político sin despeinarse.

La fracasada moción de censura en Murcia y sus inmediatos efectos colaterales en otros territorios han trastocado el mapa y la agenda política. Esta última debiera estar enfocada a la triple crisis -sanitaria, económica y social- que nos asola. Pero no. La convocatoria anticipada de elecciones en la Comunidad de Madrid, la decisión de Pablo Iglesias de renunciar a la vicepresidencia del Gobierno de España para presentarse como candidato, y el declive en picado de Cs, salpimentado todo ello por acusaciones de compra-venta de voluntades políticas, también enmarcadas bajo el aséptico enunciado de “opa hostil del PP a Cs”, trasciende los límites de las autonomías directamente comprometidas y obliga a redefinir futuros escenarios políticos. La Comunidad Valenciana no escapa al influjo de la inestabilidad política registrada allende nuestras fronteras.

La primera consecuencia es la potencial irrelevancia política a la que está abocada la franquicia autonómica de Cs y el destino de los 200.000 votos que logró sumar en las elecciones generales de 2019. Irrelevante es la formación que ni puede gobernar ni alcanza a condicionar la formación de un gobierno, por mucho espacio que tenga para ejercer la oposición. El abandono de su líder, Toni Cantó, la crisis abierta en el grupo parlamentario de Cs en las Cortes Valencianas, la renuncia de cargos electos nacionales y la expulsión de otros, pintan un panorama más bien lúgubre que ya venía perfilándose desde las generales de 2019. El PSPV-PSOE ya no puede seguir jugando con el comodín de Cs para soliviantar a sus socios en el Botánico -Compromís y Unidas Podemos-, y el PP de Isabel Bonig se verá abocado, como el de Isabel Ayuso en Madrid, a cerrar pactos con Vox si se dan las circunstancias que obligan a ello para conformar ejecutivo.

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Durante meses, emulando la estrategia marcada por Inés Arrimadas respecto al Gobierno de España, Cantó estrechó relaciones con Ximo Puig. La relación venía bien a ambos: Cantó pulía a Cs como un partido bisagra capaz de entenderse con los socialistas del Consell -no así con sus socios-, mientras mantenía gobiernos con el PP en la Diputación y el Ayuntamiento de Alicante. Puig, por su parte, se investía de moderación y proyectaba una imagen centrada de cara a futuras contiendas electorales. La saca de votos de Cs con opción a emigrar a otras opciones estimula el insaciable apetito electoral de los partidos en lid.

En el nuevo escenario, con Cs desnortado y sin un interlocutor potente en la Comunidad Valenciana, tanto Puig como Bonig ya saben a qué atenerse. El primero, a remendar las rotas relaciones con sus socios del Botánico, con Compromís especialmente, y con su líder, Mónica Oltra, aún con más afán. Se necesitan y saben que no hay alternativa. Por lo que trasciende, parece que las relaciones entre ambos socios progresan adecuadamente. La estabilidad del Consell se ha convertido en el nuevo mantra para trasladar, en el ecuador de la legislatura, la imagen de un ejecutivo cohesionado y volcado con las dos tareas más urgentes: emplearse en una eficaz campaña de vacunación masiva y la gestión de los fondos europeos que deberán paliar el desfondamiento económico de la autonomía.

Desde la otra orilla, el PP valenciano de Bonig tratará de avanzar en la idea de Pablo Casado de reunificar a la familia política que se escindió con la irrupción de Cs y Vox, y clarificar si se posiciona con el discurso moderado que representan otros líderes autonómicos como el gallego Feijóo o el andaluz Juanma Moreno, o apuesta por el modelo frentista de Isabel Díaz Ayuso. Las condiciones no son las más idóneas cuando el liderazgo de Bonig se cuestiona de continuo y afloran combinaciones de posibles liderazgos alternativos tanto para la Generalitat como para el ayuntamiento de Valencia. Ya lo explicamos hace semanas: la sombra de Toni Cantó es alargada y son legión en el PP los que aventuran su irrupción fulgurante, en calidad de independiente, en las listas del partido conservador de cara a futuras contiendas electorales, sean estas nacionales, autonómicas o municipales.

Por otro lado, no descartemos que Pedro Sánchez opte por un adelanto electoral si la pandemia pierde fuerza y la economía, fondos europeos mediante, ofrece mejores datos. Dicha decisión, de producirse, podría arrastrar también a Ximo Puig a decidir, como en 2019, avanzar los comicios autonómicos.

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