Primero prohibir el alcohol por la noche, luego... ¿el helado? La polémica fantasía del Ayuntamiento de Milán

El plan del Consistorio italiano contra el consumo nocturno de comida para llevar y mejorar el descanso de los vecinos se topa, una vez más, con la imparable pasión ciudadana por el ‘gelato’

Una heladería milanesa que lleva años recibiendo quejas de los vecinos.ALESSANDRO GRASSANI (The New York Times / Contacto)

Desde que el florentino Bernardo Buontalenti introdujo el sorbete en la corte de los Medici, a mediados del siglo XVI, Italia no ha dejado de consumir helados con fruición y entusiasmo. En la actualidad, según datos del instituto italiano de estadística (ISTAT), la producción para el mercado interno supera las 320.000 toneladas anuales, lo que equivale a un consumo medio per capita de cerca de 12 kilos de helado al año. Se trata de uno de los productos ...

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Desde que el florentino Bernardo Buontalenti introdujo el sorbete en la corte de los Medici, a mediados del siglo XVI, Italia no ha dejado de consumir helados con fruición y entusiasmo. En la actualidad, según datos del instituto italiano de estadística (ISTAT), la producción para el mercado interno supera las 320.000 toneladas anuales, lo que equivale a un consumo medio per capita de cerca de 12 kilos de helado al año. Se trata de uno de los productos más asociados al estilo de vida italiano, y degustarlos al aire libre incluso a horas intempestivas constituye para muchos un placer irrenunciable.

De ahí lo enconada que está resultando últimamente la llamada guerra del cucurucho, un pulso entre el Ayuntamiento de Milán, sus restauradores y al menos una parte de la ciudadanía que arrancó en 2013 y acaba de conocer un último asalto esta primavera. El pasado 24 de abril, medios de todo el mundo se hacían eco de la decisión del Consistorio de prohibir la venta, entre las doce de la noche y las seis de la mañana, de productos de alimentación para llevar, incluyendo dos de los más populares: pizza y helados. Marco Granelli, concejal de Seguridad del Ayuntamiento, justificaba la prohibición como parte de un ambicioso paquete de medidas para mejorar la convivencia y reducir la algarabía nocturna en barrios residenciales tan concurridos como Brera, Corso Como, Arco della Pace, Navigli, Isola o Porta Romana, donde es costumbre que la gente callejee sin rumbo con un helado en la mano, perturbando, al parecer, el reposo de los vecinos.

Estaba previsto que la normativa, presentada por Granelli como un compromiso razonable entre el derecho al ocio y el derecho al descanso, entrase en vigor el 17 de mayo. Sin embargo, muy pocos días después, el gobierno municipal de Giuseppe Sala, independiente de centroizquierda asociado desde 2021 al partido Europa Verde, decidía echarse atrás y centrar la prohibición, por el momento, en las bebidas alcohólicas: “Los helados”, declaraba Granelli, “no son el producto cuyo consumo nos hemos propuesto limitar, así que vamos a excluirlos de la nueva norma”.

En las redes sociales, el cambio de parecer ha sido presentado como una nueva victoria del irónico, pero no por ello menos beligerante y activo, movimiento de protesta Occupy Gelato, que fue lanzado en 2013, en contundente respuesta al primer intento municipal de introducir un toque de queda. Por entonces, era el veterano izquierdista Giuliano Pisapia quien presidía la ciudad y quien consideró que, en aras de la convivencia, había que poner coto a las tiendas de helados abiertas hasta el amanecer. Occupy Gelato organizó una sentada frente a la popular heladería Grom, al pie de la Porta Ticinese.

El acto reivindicativo duró una semana y acabó siendo multitudinario, al contar con la adhesión espontánea de transeúntes y turistas. Fue, según la describe la periodista Carol King en Italy ­Magazine, “una fiesta ciudadana”. En aquella ocasión, Pisapia optó por zanjar el asunto haciendo público un comunicado en el que reconocía “el derecho de los milaneses a comer helado donde y cuando deseen”, y atribuyó la controversia a un simple malentendido o un problema de comunicación por parte del Ayuntamiento: “Yo mismo adoro los cucuruchos”, añadía Pisapia, “y me gusta consumirlos a cualquier hora del día o de la noche”. Dados los antecedentes, resulta extraño que Giuseppe Sala y su equipo se hayan obstinado en seguir, 11 años después, la misma ruta de Pisapia, del conato de prohibición al desistimiento casi inmediato, en cuanto la ciudadanía se movilizó. En Milán al menos, con los cucuruchos no se juega.

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