El botánico soviético que quedó cautivado por el cereal español
El trabajo de recolección de especies de Nikolái Vavílov estableció el origen de la mayoría de los cultivos que consumimos en la actualidad. El estalinismo le condenó a morir de hambre en un Gulag
El ruso Nikolái Vavílov es uno de los padres de la botánica de las especies cultivadas. Estudió Agronomía en Moscú, y luego trabajó con el creador del término genética, el inglés William Bateson. Su mayor aportación a la ciencia se debe a su labor incansable de recopilar variedades de especies cultivadas en todos los rincones del mundo y de crear los primeros bancos de germoplasma (material a partir del cual se puede regenerar una planta, no necesariamente es una semilla). Gracias a sus viajes y a su trabajo de catalogación de estas especies cultivadas, Vavílov postuló la teoría de los centros...
El ruso Nikolái Vavílov es uno de los padres de la botánica de las especies cultivadas. Estudió Agronomía en Moscú, y luego trabajó con el creador del término genética, el inglés William Bateson. Su mayor aportación a la ciencia se debe a su labor incansable de recopilar variedades de especies cultivadas en todos los rincones del mundo y de crear los primeros bancos de germoplasma (material a partir del cual se puede regenerar una planta, no necesariamente es una semilla). Gracias a sus viajes y a su trabajo de catalogación de estas especies cultivadas, Vavílov postuló la teoría de los centros de origen, según la cual, cuanto más antiguo fuera el uso de un cultivo en determinado lugar, más aplicaciones tendría y más diversidad de variedades se iban a encontrar allí. Aunque hay excepciones, esas sencillas reglas han servido para establecer el origen de la mayoría de los cultivos que utilizamos en la actualidad y relacionarlos con las plantas silvestres de las que provienen.
En 1962, casi 20 años después de su muerte, se publicaron los diarios de sus viajes por todo el mundo. Y no fue hasta el año 2015 que la editorial Libros del Jata publicó una traducción al castellano. En ellos dedica un divertido capítulo a su experiencia en España. En él, Vavílov rememora su visita a nuestro país en 1927, en plena dictadura de Primo de Rivera, utilizando como salvoconducto su pasaporte de la Unión Soviética, que, según afirmaba, incomodaba a la mayoría de los funcionarios, que lo inspeccionaban por su llamativo color rojo y la hoz y el martillo. En Madrid entabló contacto con el profesor Bolívar, director del Museo de Historia Natural, y el botánico Crespí, que decidió acompañarlos en su viaje de recolección. La idea era visitar todas las regiones de España, de forma radial, haciendo base en Madrid. Después de dos meses de intenso trabajo de recolección de variedades, descubrieron que desde que habían cruzado la frontera había dos funcionarios del Ministerio de Gobernación siguiéndolos para confirmar que no eran espías soviéticos. El problema es que su ritmo de trabajo era extenuante y los pobres no daban abasto, por lo que les propusieron que los avisaran con antelación de las ciudades que iban a visitar y que ellos harían los informes, como si efectivamente todavía estuvieran haciendo la vigilancia. Su trato se rompió cuando se dio cuenta de que los dos funcionarios estaban más interesados en alojarse en hoteles céntricos, en ciudades grandes y en darse a la buena vida. En los comentarios escritos en su diario hace un diagnóstico certero de los problemas de la agricultura en la España de la época, como el reparto desigual de la tierra, la falta de tecnificación y las recurrentes sequías. Se muestra bastante clarividente al señalar que este reparto desigual y la pobreza asociada al campo iban a crear graves tensiones sociales en el futuro…
Pero su trabajo era reunir variedades cultivadas. Y España no le defraudó. En Galicia recopiló afreita, un tipo de avena silvestre; en Castilla, trigo carraón, y espelta y escaña en Asturias. Le llamó la atención la forma de segar estos dos últimos cereales con cuerdas, forma que años después volvió a ver en una aldea en Georgia. En Pamplona, el entonces jefe del Instituto de Mejora de las Plantas de la Diputación de Navarra, Apolinar Azanza, se ofreció a hacerle de guía, pero de forma muy limitada, ya que se encontraba recuperándose de una fractura en la pierna. Como contrapartida, cuando regresó a Leningrado se encontró con un envío con todas las muestras de escaña de Navarra, con un mapa que mostraba su ubicación. Entre los dos botánicos se inició una gran amistad que siguió de forma epistolar durante muchos años. También tuvo acceso a las colecciones reunidas por los botánicos Lagasca y Cavanilles, por lo que, desde el punto de vista científico, el viaje fue un éxito para su trabajo de recopilación de especies.
No obstante, su memoria no era infalible. De su visita al Museo del Prado atribuye a Goya el “auto de fe” de Berruguete y sitúa la escena en Valladolid. También confunde la fecha de los fusilamientos del 2 de mayo. Luego sitúa en Asturias la cueva de Altamira y señala la presencia de una figura humana recogiendo miel silvestre, pintura que realmente se encuentra en la cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia). Por suerte, para reconocer cultivos antiguos era mucho más eficiente, puesto que gracias a su trabajo y a sus descubrimientos hoy tenemos muchas variedades de cereales que se siguen sembrando en todo el mundo.
Ideales para la historia
— Vavílov era un comunista convencido. En León le invitaron a dar una conferencia sobre la ciencia soviética que tuvo que ser suspendida cuando se presentó la policía. Sin embargo, no dejó que sus ideales se interpusieran con su labor científica. Se atrevió a criticar abiertamente a Trofim Lysenko, agrónomo cercano a Stalin que negaba la existencia de las leyes de la genética de Mendel y de la evolución darwiniana, a la que tachaba de capitalista. Esta crítica al hombre fuerte de la agricultura estalinista le supuso acabar sus días en un Gulag como preso político, donde murió debido a la desnutrición. La paradoja es que gracias a su trabajo hoy comen millones de personas, pero él murió de hambre.