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Emilio Medina: bombero forestal, rescatador de semillas y héroe de la huerta

Su pasión se esconde entre hortalizas y vegetales, recuperando especies casi desaparecidas y descubriendo otras. Ojo a sus tomates: cada día ganan premios y adeptos

“Esta hierbabuena es de un pueblo que ya no existe”, dice el agricultor y bombero forestal Emilio Medina (26 años, Villalcázar de Sirga, Palencia). “Huélela, ya verás”. De repente, una invasión de olores a hierbas salvajes invade el aire del patio de su casa. “Es de Salio, un pueblo inundado por el pantano de Riaño en los ochenta. Una de las mujeres a las que echaron a la fuerza de su casa arrancó de su puerta unas menta...

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“Esta hierbabuena es de un pueblo que ya no existe”, dice el agricultor y bombero forestal Emilio Medina (26 años, Villalcázar de Sirga, Palencia). “Huélela, ya verás”. De repente, una invasión de olores a hierbas salvajes invade el aire del patio de su casa. “Es de Salio, un pueblo inundado por el pantano de Riaño en los ochenta. Una de las mujeres a las que echaron a la fuerza de su casa arrancó de su puerta unas mentas y perejil, que tenía para cocinar, y se lo llevó. Años después, el nieto me dio sus semillas”, cuenta emocionado. “Por eso, es una hierbabuena de un pueblo que ya no existe”, repite.

La pasión de Medina por el campo comenzó de niño, en el pueblo palentino donde nació y sigue viviendo. “Cuando salía de clase me iba directo a la huerta porque era lo que me gustaba. Empecé poniendo una en los lindes de la de mi padre, que es agricultor. A los 16, cogí el terreno en el que cultivaban mis bisabuelos Ponciano y Erundina. Entonces me puse a hablar con gente mayor y otras personas que habían recuperado semillas antiguas y me fueron dando algunas que fui plantando para preservarlas”. Medina explica que cuando una semilla tiene muchos años va perdiendo potencial germinativo. “Si la cultivas y la recoges, la actualizas. Por eso, el mejor banco de semillas es la huerta”. La suya es de secano, y la riega solo tres veces en verano para evitar que los tomates se rajen. La divide en tres parcelas (de primavera, verano e invierno) y va rotando las plantaciones por las plagas y el cuidado del suelo. “Así es como me han contado los mayores que se hacía antes. Aquí ya se ha perdido el cultivo de secano, pero aún quedan personas por Valladolid o Segovia que lo hacen y he aprendido de ellos”.

Su labor en el campo la complementa en un pequeño almacén donde guarda bolsas con los nombres de todas las semillas y una nevera con más de 600 variedades de tomates, de Palencia o lugares tan lejanos como California (EE UU). “Yo nunca he comprado ninguna semilla, las compartimos entre todos”, afirma. En sus estanterías atesora 100 variedades de alubias, otras tantas de lechugas, cebollas locales, guisantes, tirabeques y 35 tipos de ajos, entre más productos. Pero Medina siente predilección por los tomates: “Es porque hay mucha diversidad y no me gustaría que se perdiera”.

Hace escasos días que ha regresado del último concurso al que se ha presentado, el V Festival Internacional del Tomate de Cantabria. Allí, Medina ha logrado llevarse 9 de los 17 premios del certamen, copando incluso las categorías de internacional y nacional. Y pese al éxito y que le encantaría poder vivir de su huerta, se gana el sustento como bombero forestal. “Vendo a particulares y a tres restaurantes de la zona. Cada año me dedico un poco más a esto, pero tengo que ver qué hago con mi vida porque en verano, como bombero, puedo llegar a trabajar unas 17 horas al día”. Echa la vista atrás y cuenta que este agosto ha sido especialmente duro. “Hubo muchos incendios y muy peligrosos. Ha sido desolador. Llegaba al pueblo a las nueve de la mañana después de trabajar todo el día y la noche y me iba directo a la huerta antes de meterme en la cama”. En el poco tiempo libre que tenía, le daba tiempo a subir algún vídeo a su cuenta de Instagram para informar de los incendios. Logró acumular una comunidad de más de 14.000 seguidores. “Ahora uso mis redes para divulgar sobre el campo, crear conciencia y por si alguien quiere comprarme o hacer una colaboración. Me gustaría que fuera rentable porque es mucho curro. Ojalá pueda convertirlo en trabajo”.

De lo que llevamos de 2025 también tiene otros buenos recuerdos, asegura al coger uno de los tomates que tiene en cajas por el suelo. “Este lo he hecho yo este año. Es un cruce de la variedad palentina cojón de fraile con un brad’s atomic grape, de California. Lo he llamado la perla alcazareña porque había una repostería que hacía pasteles tradicionales que se llamaba así y quería homenajearla”.

Al preguntar si tiene alguna semilla predilecta, no duda. “La más antigua que he puesto es de 1916, de Matute de Almazán (Soria). Me contactaron por Instagram para decirme que habían encontrado en la despensa de su abuelo unas semillas. Estaban negras, muy revenidas, y no pensé que fueran a salir adelante. Pero salieron”, dice sonriendo. “Es el típico tomate castellano con todo su sabor, de los que quedan pocos”, asegura. Pero esta anécdota no es algo aislado, detrás de cada semilla que guarda Medina hay una historia. Le enorgullecen especialmente aquellas que ha conseguido resucitar y devolver a su tierra, como la lechuga de los ajos. “Se llaman así porque se ponían en Zamora entre el cultivo de ajos. Son de tipo trocadero. Se las envié a un amigo del valle del Tera que las plantó y al verlas su abuela en su huerta se emocionó porque desde niña no veía esas lechugas. Habían perdido la semilla. Devolver algo así a un lugar es emocionante”.

El compromiso de Medina con su proyecto personal atraviesa su vida y sus relaciones. “El campo es muy sacrificado y casi nadie quiere trabajarlo. Soy realista y veo que va todo a menos. Voy a las huertas y mis amigos tienen 80 años. Gente joven hay, pero muy poca”. Y los mayores se van muriendo. Cuando Medina se entera de que ha fallecido un agricultor de la zona, pide permiso a sus familiares para entrar donde guardaba las semillas y coger una muestra de todo. “Si no, se pierde, porque la mayoría ya no sabe cultivarlas y otros no quieren hacerlo. No porque no den rendimiento [aunque afirma que una mata suya puede llegar a producir 5 kilos frente a los 20 de una de la industria], sino porque pocos están dispuestos a pagar por esto”. Sí encuentra aliados en algunos vecinos que compran su producción, desde particulares a cocineros. “Ahora estoy trabajando con Andoni Sánchez, del restaurante Villa de Frómista. Es un chaval joven que quiere que hagamos colaboraciones y me dijo que si hacía falta me compraba toda la producción de ajo. Espero que haya quien sienta como yo que recuperar una semilla de más de un siglo, devolverla a la tierra y cultivarla es increíble”. Y si lo hace un chaval de 26 años, es algo heroico.

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