Dentro de la aventura americana de Pedro Almodóvar: así se gestó ‘La habitación de al lado’
De El Escorial a Manhattan y de la sala de maquillaje a la de montaje, hemos seguido al cineasta en el proceso creativo y rodaje de su primer largometraje en inglés. El director, las actrices Tilda Swinton y Julianne Moore y otros integrantes del proyecto hablan de una película que trata de la muerte como lección de vida y de la amistad como refugio final
Craig Radioman Castaldo es uno de esos personajes que solo pueden existir en Nueva York. Veterano de la guerra de Vietnam, sería otro sin techo más de unas calles inmisericordes si no fuera por sus cameos en más de 300 películas y series. Con una radio colgada del cuello, recorre Manhattan en bicicleta en busca de las localizaciones secretas de los rodajes desperdigados por toda la ciudad. Radioman no podía perderse el de The Room Next Door (La habitación de al lado), la película con la que después de muchas idas y venidas ...
Craig Radioman Castaldo es uno de esos personajes que solo pueden existir en Nueva York. Veterano de la guerra de Vietnam, sería otro sin techo más de unas calles inmisericordes si no fuera por sus cameos en más de 300 películas y series. Con una radio colgada del cuello, recorre Manhattan en bicicleta en busca de las localizaciones secretas de los rodajes desperdigados por toda la ciudad. Radioman no podía perderse el de The Room Next Door (La habitación de al lado), la película con la que después de muchas idas y venidas Pedro Almodóvar al fin ha emprendido su aventura americana para narrar la historia de dos viejas amigas. Dos periodistas, veteranas de otra guerra, la de la escena neoyorquina de los ochenta, que se reencuentran cuando una de ellas afronta un cáncer terminal.
Así que allí estaba Castaldo un viernes de principios de mayo con la nariz pegada al gran ventanal del vestíbulo del Alice Tully Hall del Lincoln Center, reclamando la atención de los que estaban al otro lado del espejo. Dentro, Almodóvar (Calzada de Calatrava, 74 años) repasaba, con un cartel de Viaggio in Italia (Te querré siempre), de Roberto Rossellini, de fondo, una de las secuencias clave de su película junto a las dos actrices principales, Tilda Swinton y Julianne Moore.
El estreno del primer largometraje en inglés del cineasta español, el vigésimo tercero de su filmografía, será este 2 de septiembre durante el Festival de Venecia. El 18 de octubre llegará a los cines españoles. Se trata de un melodrama ajeno a sentimentalismos, propio del estilo conciso de sus últimos años, que habla de la muerte como lección de vida y de la amistad como refugio final. “Para mí, rodar en inglés era casi como adentrarse en un nuevo género, pero con esta película he perdido todo el miedo”, aseguró Almodóvar un par de meses después en una entrevista en su casa de Madrid. Allí, su gato Pepito, grande y blanco, es el rey. “Pepito, tesoro, no seas pesado y deja el bolso”, le decía el cineasta. “Es que le encantan los bolsos”.
Aquel día en el Lincoln Center también los acompañaba Sigrid Nunez, la autora del libro en el que se inspira la película, What Are You Going Through (2020), editado en España por Anagrama bajo el título de Cuál es tu tormento. “De alguna manera, ver morir a alguien es una historia de amor”, afirmó la escritora en un receso del rodaje. Nunez (Nueva York, 73 años), tan observadora y cercana como su escritura, creció como autora bajo el paraguas de Susan Sontag. Sentada frente a un monitor del rodaje mientras Julianne Moore se acercaba para saludarla, habló del poder del azar: “Había ido al cine a ver Madres paralelas [anterior largometraje de Almodóvar] y al volver a casa me encontré con un e-mail de Barbara Peiró [productora asociada de El Deseo] preguntándome por los derechos de la novela. No podía creer la casualidad, pensé que era un spam… No entiendo a los escritores que esperan que una película sea la transcripción de su libro. A mí me pasa lo contrario, lo que de verdad me interesa es ver cómo lo interpretan. Una vez que vendes los derechos debes recibir lo que venga como lo que es: un regalo”.
“Sigrid, tus palabras estaban hoy aquí”, le dijo Almodóvar esa tarde a la escritora ante todo su equipo. También sirvieron para despedir a las dos actrices principales, que cumplían su última jornada de trabajo después de 10 semanas de rodaje. “Es un milagro y un regalo que estas dos mujeres hayan entendido mi cabeza”, les confesó el director visiblemente emocionado. “Y para nosotras es un orgullo haberte traído a nuestra lengua”, le replicó Swinton. “Sin duda, era un reto, pero Tilda y yo nos sentimos unas privilegiadas por estar en su primera película en inglés, es un honor que pensara en nosotras”, explicó semanas después Moore en una conversación por Zoom desde su casa en Long Island. “A veces era frustrante no saber español, porque quieres aportar más, o impresionarlo, pero los actores nos expresamos con emociones y sabemos encontrar el camino”, añadió la actriz estadounidense. Swinton, que inició su colaboración con el director en el cortometraje La voz humana (2020) —primer experimento del cineasta con actores anglosajones, antes de Extraña forma de vida (2023)—, añadió en una videollamada desde su casa de Escocia, sentada en un sillón junto a uno de sus perros, un precioso springer spaniel: “Pedro habla inglés mucho más fluido de lo que quiere admitir, pero poco importa, porque en el fondo todos hablamos el mismo idioma, el del cine”.
Para La habitación de al lado, Almodóvar partió de un instante concreto de Cuál es tu tormento. “Empecé a pensar que tenía una película a partir de la visita al hospital de la amiga y, sobre todo, cuando le pide que la acompañe en sus días finales. Quería hablar del renacimiento de una amistad y de algo que va más allá de la solidaridad, que es estar al lado de alguien en silencio, sin más, porque muchas veces eso es lo que todos necesitamos. Esa capacidad de acompañar es un sentimiento que va más allá del amor y de la amistad. Luego me fui inventando las carreras de las dos, quería que una de ellas estuviera muy en contacto con la muerte, y además fuera dueña de su muerte, y que la otra tuviese una relación mucho más temerosa”.
Tilda Swinton es Martha, una excorresponsal de guerra de The New York Times que afronta sus días finales. Es una mujer que se está despidiendo de lo que fue su vida. Ingrid (Julianne Moore) se ha reconvertido con los años en una autora de no ficción de éxito cuyo último libro se titula De muertes repentinas. Con él, explica el director, pretende “entender y aceptar la muerte”. La historia transcurre entre la ciudad de Nueva York y un paraje perdido de Woodstock, al norte del Estado, aunque quizá lo correcto sería decir que ocurre entre el rostro de una mujer que avanza hacia su final y el de otra que la observa, escucha y acompaña.
La muerte es central en la película, también en un orden casi fantasmagórico. “No soy yo muy paranormal, pero es verdad que a partir del momento en que las dos amigas van a la casa del bosque entran en una especie de limbo, un lugar entre la realidad y el más allá más inmediato”, explica Almodóvar. “Hay que tener conciencia de la muerte, por nosotros y por nuestros seres queridos”, dice Tilda Swinton. “En las sociedades occidentales lo olvidamos, pesa demasiado aquella famosa frase de Raymond Williams que decía que todos morimos solos. Pero el propósito de esta película es el contrario, porque una de las formas más grandes de compañerismo y amistad que existen, y sí, también de amor, es acompañar a alguien a abandonar esta vida, que te inviten a estar en esa zona, algo que por fortuna he experimentado en persona, es una de las experiencias más hermosas que existen y no tiene nada que ver con la muerte”.
“Pienso en la muerte todos los días y en ese sentido esta película ha sido balsámica”, confiesa el director. Aunque La habitación de al lado no es su primera película sobre el tema —en Matador (1986) ya lo encaraba, aunque aquella vez lo invocó con la furia de un orgasmo final—, sí es una aproximación más resignada y melancólica. “No entiendo la muerte, ni tengo el culto que tenía, por ejemplo, la generación de mi madre, que con toda naturalidad y de una forma muy sana ponían unas lucecitas en aceite que se llaman pasavidas en el corredor de la casa del difunto por si la noche después de su desaparición volvía. Ojalá creyera en eso, pero no, para mí la muerte es el final, algo que no acabo de aceptar”.
Moore pone por su parte el foco en cómo su personaje sublima sus miedos en nombre de la amistad: “Son dos amigas que han perdido el contacto, pero es esa idea profunda de la amistad femenina la que me resulta más conmovedora y una de las cosas que más me interesan del trabajo con Almodóvar. A mi personaje le aterra la situación, pero va a estar ahí, no importa cuánto la asuste, no va a fallarle”.
En La habitación de al lado las ventanas (del hospital, del apartamento neoyorquino y, sobre todo, de la casa del bosque) son el marco que separa la vida del camino final, un preámbulo idealizado a los ojos del personaje de Swinton, que también se despide de Nueva York a través de ellas. Detrás de esos enormes cristales asoma el mundo, tan real como imaginario. La primera vez que Almodóvar pisó Nueva York fue en 1980, junto a su amiga Blanca Sánchez y el galerista Fernando Vijande, para la inauguración de la exposición del Guggenheim New Images from Spain. “Aquella primera impresión fue muy infantil, yo asociaba Nueva York al cómic de Superman. Me impresionó mucho, y de alguna manera aquella imagen primera sigue intacta. Al principio fue el impacto visual, por su belleza arquitectónica, pero luego llegó una más profunda, esa sensación de que todo se cocía ahí. Llegué tarde al momento del Studio 54, pero en cambio sí viví el reinado de las drags cuando se convirtieron en las reinas de la noche. Viví el inicio de los balls y las casas del voguing antes de que Madonna lo pusiera de moda, aunque luego, en los noventa, también fui con ella a algún ball. Eran impresionantes”.
“Pedro imagina Nueva York tanto como imagina Madrid”, dice Julianne Moore, que desde hace años vive en Manhattan. “Cuando llegué a Madrid tampoco encontré la ciudad que había visto en sus películas, él reinventa la realidad y eso es lo maravilloso de su cine”. “El cine de Pedro me ha acompañado toda la vida”, asegura Swinton. “Derek Jarman y yo no nos perdíamos un estreno suyo. Esa corriente que nos llegaba desde Madrid, atravesando el canal [de la Mancha], siempre era un evento para nosotros, lo sentíamos como un primo hermano. Colaborar con él es algo que jamás pensé que ocurriría, lo veía tan imposible como trabajar con Hitchcock, Michael Powell o Bresson. Pero, además, todo lo que caté en La voz humana se ha confirmado con esta película: Pedro trabaja con un rigor y una maestría asombrosos, es una fuente constante de inspiración”. La relación de Moore con el universo de Almodóvar llegó más tarde, cuando el público estadounidense lo descubrió con Mujeres al borde de un ataque de nervios: “Me reí tanto… El humor, la paleta de colores, la emoción, la humanidad…, había tantas cosas únicas”.
Las dos actrices —ambas de 63 años, ambas madres de dos hijos, mellizos en el caso de Swinton, “y con barba pelirroja nuestros dos varones porque yo también tengo sangre escocesa”, apunta Moore— han vivido en Madrid durante más de dos meses. Swinton, instalada entre el barrio de Chueca y Malasaña, y Moore, en el de Salamanca. La ruta turística de los escasos ratos libres incluía, en el caso de Moore, unos famosos grandes almacenes de su zona: “Me da vergüenza admitirlo, pero era mi sitio favorito de Madrid, cada noche me escapaba al supermercado a comprar algo distinto, ¡lo amaba!”.
Los exteriores se rodaron en su mayoría en Estados Unidos, entre Manhattan, la isla Roosevelt y una pequeña localidad de Nueva Inglaterra; y los interiores, incluida la casa de Woodstock, en España, entre las localidades madrileñas de Tres Cantos y El Escorial, donde está ubicada la casa de perfiles cúbicos que tanto protagonismo adquiere en la recta final de la película. “Si se pudo rodar la estepa rusa de Doctor Zhivago aquí al lado, digo yo que también se podrá rodar un melodrama contemporáneo”, afirmaba risueño el director en uno de los días de trabajo en El Escorial. “Hemos trabajado la vegetación para que sea como en lo alto del Estado de Nueva York en mayo, florido y lustroso”, apuntó la directora de arte, Inbal Weinberg.
Ese día se rodaron secuencias complicadas para un equipo de cine en una casa llena de alturas, recovecos y esos enormes ventanales que dotan a la película de una inesperada aura expresionista. “Tuvimos la suerte de encontrar una casa con esas ventanas en forma de trapecio que casi parecen de una película de terror. No era mi intención, pero surgió así…”.
Almodóvar carga con su copia del guion a todas partes. Lo lleva anotado, tachado y subrayado. Cada día quita algo, cada jornada va más al grano. Las secuencias de esa tarde en El Escorial eran íntimas y difíciles, pero el visto bueno llegaba rápido: “En esta película he repetido muy poco, dos o tres tomas. En el momento de decir motor-acción estas mujeres son soldados”. En el set, Moore se muestra curiosa y parlanchina, mientras Swinton sobrevuela como un pájaro por encima de todos, manteniendo seria la concentración. La experiencia de trabajar con dos actrices anglosajonas ha dejado en Almodóvar un poso distinto. “Con los cortometrajes ya me di cuenta de que no les gusta ensayar tanto y ellas lo han hecho mucho menos de lo habitual. Los ensayos me dan muchas ideas, pero a veces peco de querer dar demasiada información y los agobio. Me ocurrió con Ethan [Hawke, en Extraña forma de vida] y ahora con Julie, que fue clara en ese sentido y se lo agradezco”, explica el director.
Al observarlas trabajar durante el rodaje resultaba llamativo comprobar la poderosa presencia de Swinton. “La inteligencia emocional de Tilda, su educación y empatía le permiten adaptarse a todo”, apunta Almodóvar. “Su belleza es única, pero además, tiene la bondad y la curiosidad de una niña. ¿Sabes a quien me recuerda? A Chus Lampreave, que nunca perdió la inocencia y la sorpresa de la infancia. Físicamente son opuestas, pero para mí tienen el mismo espíritu”.
De Moore llama la atención su control gestual, capaz de mutar su registro en una milésima de segundo. “Ella sabe tocar todos los palos. Su personaje es muy complicado porque es la que escucha, pero ella es una actriz dramática extraordinaria, honda, muy consciente de sus herramientas sin que se note”, añade el cineasta frente a su monitor del rodaje. “He trabajado con cineastas maravillosos, pero creo que no me equivoco si digo que ninguno reconoce tanto nuestra labor como Pedro. ¡Él respeta mucho más la actuación que yo misma!”, exclama días después Swinton. “Dedica mucho tiempo a los actores porque sabe que nos necesita para llegar a la emoción que persigue, pero a mí lo que me sobrecoge es cómo se fascina con nuestro trabajo, cómo le intriga y maravilla ese algo nuestro que sabe que no puede controlar. Es precisamente eso, lo que está fuera de su control, lo que tanto nos agradece”.
Las dos actrices insisten en que Almodóvar —que este año recibe el Premio Donostia en el Festival de San Sebastián— les interesa por ser un director “escritor”. “Sus películas son novelas”, afirma Swinton sobre ese carácter literario de su cine, que no está solo en su manera de hacer hablar a los personajes, sino en la propia identidad de muchos de ellos, de sor Rata de Callejón, la monja que escribía bajo cuerda en Entre tinieblas (1983), a Amanda Gris, seudónimo literario de la escritora que interpretaba Marisa Paredes en La flor de mi secreto (1995), o el director al que daba vida Eusebio Poncela en La ley del deseo (1987), película que aquí conecta con otro de sus títulos fundamentales, Hable con ella (2002) —quizá la más presente en su nuevo filme—, a través del cuadro People in the Sun, de Edward Hopper, uno de los pintores que, según Almodóvar, más han marcado la historia del cine “después de Velázquez”.
Pero más allá de estas referencias, sobre todo son los libros y las lecturas los que asaltan, quizá más que nunca, la nueva película de Almodóvar. Él no los pierde nunca de vista, como objetos los cambia de sitio, como tema los introduce en los diálogos y como lector los recomienda a su equipo. La película arranca con una firma de libros en Rizzoli y en otro momento las dos amigas visitan una librería cercana a la casa del bosque, cuya localización para el rodaje fue en una de segunda mano de Montclair, en el Estado de Nueva Jersey.
Allí las dos amigas se recomiendan lecturas, muchas de mujeres corresponsales de guerra como Martha Gellhorn, Marie Colvin o Janine di Giovanni. También hablan de otro libro, uno sugerido por Swinton, Erotic Vagrancy, una biografía monumental sobre Elizabeth Taylor y Richard Burton. “Lo leí en enero y se lo recomendé de forma entusiasta a Pedro”, recuerda la actriz. A Almodóvar le llama la atención que en esta librería, como en tantas del país, se encuentra una misteriosa caja con libros envueltos en papel de estraza y con unas palabras escritas por alguien anónimo que lo recomienda y que la gente compra a ciegas, sin saber de qué título se trata. “Qué idea tan maravillosa, quiero dejar algunos”. “Los libros fueron mi puerta de entrada a la actuación, me resultaba muy fácil leer en voz alta, sabía escucharme”, cuenta Moore. “De niña viví en muchas partes y lo único que me hacía sentir en casa eran las bibliotecas. He leído mucho, desde muy pequeña. Los libros me han ayudado a no sentirme nunca sola, a vivir mil vidas y comprenderme mejor. La ficción es vida”.
El último día en el Lincoln Center estuvo lleno de significados. Allí empezó con apenas veinte años Julianne Moore su carrera y allí se celebra el Festival de Nueva York, el primero que apostó por Almodóvar en Estados Unidos. “Nuestra punta de lanza internacional fue EE UU y este lugar fue fundamental. De aquí, saltamos a Francia”, recuerda su hermano, el productor Agustín Almodóvar. A su lado, Moore y Nunez hablan sobre el rodaje de otra de sus novelas, El amigo, que trata sobre la relación de una mujer que, ante la muerte de un íntimo amigo, se ve obligada a hacerse cargo de su gran danés. El personaje lo interpreta Naomi Watts. Es un libro que Almodóvar tuvo en mente cuando rodó el cortometraje La voz humana (2020). “Sigrid tiene un tipo de escritura con la que me identifico mucho porque va más allá de la autoficción, en el que va contando lo que le pasa, los lugares que visita, las cosas que lee, casi de forma errática, y que es muy interesante porque ella lo es”, explica Almodóvar. “En La voz humana quise reproducir un pasaje en el que ella le lee Las cartas a un joven poeta de Rilke al perro porque piensa que es balsámico para el animal. Intenté hacerlo con Tilda y el perro del corto, que también estaban viviendo un duelo, quería que le leyese una carta de amor del hombre que les ha abandonado a los dos, pero no hubo manera”.
Otro de los elementos clave de la película son sus primerísimos planos: “Más que nunca, he buscado la épica del rostro femenino”, afirma Almodóvar. Esa épica discurre con la ayuda de las manos de una maquilladora estrella, Morag Ross, que como Swinton empezó su carrera en los ochenta con Derek Jarman. Es la mano derecha desde hace 25 años de Cate Blanchett y, entre retoque y retoque, reveló algún secreto de su método en los estudios de Madrid: “El cine se construye sobre la confianza y el trabajo del día empieza en la sala de maquillaje, es un lugar muy importante, donde puedes sentirte muy vulnerable, y en el que yo persigo, sobre todo, la calma”. Al preguntarle a Moore si no le intimidan esos primerísimos planos, la actriz responde: “La cámara es mi amiga, no me incomoda porque no la siento como una máquina, sino como una extensión del ojo del director. No hay un segundo que no disfrute actuando, que para mí es el acto elaborado de fingir. Me permite experimentar cosas increíbles porque nada me interesa más que el ser humano y su expresión”.
En esta ocasión, el ojo del cineasta ha contado con un director de fotografía nuevo, Eduard Grau (Barcelona, 43 años), un hombre alto y afable que vive desde hace años en Los Ángeles. Grau dio el salto gracias a la primera película de Tom Ford, A Single Man (2009), y ahora, curtido en la compleja industria de Hollywood, explica el reto de suceder “al genio” José Luis Alcaine. “El listón estaba muy alto y al principio estaba muy estresado por la presión de querer hacerlo bien, pero he estudiado a fondo todas sus películas para no traicionar su espíritu”, explica Grau en la cafetería de un hotel neoyorquino. “En términos fotográficos, yo distingo tres épocas en el cine de Almodóvar: la primera, con ópticas esféricas en 1.85 de formato, en celuloide; una segunda, a partir de Carne trémula, en óptica anamórfica panavisión de 2.35, y una tercera época, a partir de La piel que habito, en la que vuelve a una óptica esférica de 1.85 pero ya en digital. Lo que he intentado es volver a la segunda etapa. La fotografía que piden sus películas está anclada en la realidad, pero se dirige a otro mundo, que es suyo, y ese es el reto con él. Viene con las ideas muy claras y a veces cuesta convencerle. Aunque siempre te acaba sorprendiendo”.
Para su aventura americana, el cineasta ha renovado una parte importante del equipo, algo inusual en un director muy fiel a sus colaboradores. En el departamento de vestuario, Bina Daigeler también guarda sus secretos: entre las fotografías para encontrar la inspiración del personaje secundario que interpreta John Turturro, un escritor cercano a las dos periodistas, hay referencias visuales a Roberto Bolaño y a Paul Auster. Turturro y Almodóvar se conocieron hace dos décadas en un concierto de Chavela Vargas en el Olympia de París y el sueño de trabajar juntos se ha cumplido. Frente a los nuevos, los de siempre: el segundo operador de cámara, Joaquín Manchado; la eterna script, Yuyi Beringola (“es tan emocionante acompañar a Pedro en este viaje”, comenta), o su montadora desde Dolor y gloria, Teresa Font. “Escribo pensando en la sala de montaje, cada vez me gusta más el montaje, para bien o para mal es donde la película toma forma”, asegura el cineasta un día de rodaje en los estudios de Tres Cantos. Font le ofrece varias opciones de premontaje (“ella es tan buena que valen todas”, asegura el director), aunque otra vez son los pequeños matices los que cuentan. “Pedro tiene sentido del ritmo y mi beat es muy parecido al suyo, por eso entiendo bien el punto de corte. Él busca un corte emocional, te dice poco, es claro y conciso”, aclara ella.
Si Dolor y gloria (2019) parecía una película testamentaria, La habitación de al lado también. “Ahora Pedro hace películas sobre lo que le ocurre a la gente de nuestra edad, sobre la enfermedad, sobre los amigos que perdemos, sobre los que recuperamos, sobre la soledad…, y yo solo puedo estarle agradecida por eso. En gran medida es como si nos hubiésemos conocido desde siempre, como si dos viejos dinosaurios que vagan solos por el mundo se encontrasen. Y no lo digo con nostalgia, al revés, adoro vivir este momento”, dice Swinton. “Bueno”, remata Almodóvar, “es que además no tengo ni remota idea de cómo es eso que llaman la generación tiktok, aunque a veces pienso que me encantaría hacer un Eva al desnudo sobre una tiktokera y una estilista, porque ahí también veo un tema”.
La habitación de al lado está llena de citas a otras ficciones, algo que comparte con el libro de Nunez, aunque Almodóvar los lleva a su propio terreno. Pero de todas hay una, Los muertos, la película de John Huston sobre el relato de James Joyce, que funciona como un leitmotiv que atraviesa toda la historia. Tanto, que en un momento, quizá el de mayor emoción, la ficción dentro de la ficción literalmente cruza la pantalla. “Para mí que Huston se despidiese del cine con esa película es algo maravilloso”, afirma el director. “Recuerdo aquella imagen suya de los últimos años, rodando en silla de ruedas y con oxígeno, y recuerdo pensar que así me gustaría acabar mi vida”.