‘All we are saying is give hope a chance’

Si el acuerdo entre PSOE y ERC fuera lo que parece, no sería el enésimo fin del ‘procés’, ni su prolongación: sería el triunfo del ‘procés’

Salvador Illa, durante su pleno de investidura el 8 de agosto.Gianluca Battista

Tras la elección de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, Elías Bendodo, vicesecretario del PP, advirtió: “No se engañen: Cataluña sigue teniendo un presidente independentista”. Dicho sea con el máximo respeto: señor Bendodo, ¿no hubiera podido ocurrírsele una idiotez menos palmaria? ¿De verdad cree que un solo catalán va a tragarse semejante bulo? ...

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Tras la elección de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, Elías Bendodo, vicesecretario del PP, advirtió: “No se engañen: Cataluña sigue teniendo un presidente independentista”. Dicho sea con el máximo respeto: señor Bendodo, ¿no hubiera podido ocurrírsele una idiotez menos palmaria? ¿De verdad cree que un solo catalán va a tragarse semejante bulo? ¿Así es como piensa ganar el PP en Cataluña los votos que necesita para gobernar España? Hasta el no secesionista más obtuso sabe que, tras más de una década de presidentes secesionistas, es bueno que Illa gobierne la Generalitat (aunque sólo sea porque es un político respetuoso con la Constitución). Otra cosa es el precio pagado para que gobierne; sobre eso todos tenemos nuestras dudas (también, espero, el propio Illa). Es cierto que, en lo que atañe a la financiación, el pacto está pendiente de desarrollo y es más ambiguo y contiene muchas más dobleces de lo que aparenta; es cierto asimismo que un pacto del todo satisfactorio para una de las partes nunca es un buen pacto; y es cierto que, como ha escrito Joaquim Coll, éste es el resultado de un “empate de impotencias”: en Cataluña, ni los secesionistas han podido imponerse a los constitucionalistas ni los constitucionalistas a los secesionistas. Por mi parte sólo espero que no acabe siendo lo que parece: una versión catalana del cupo vasco que, lógicamente copiada de inmediato por las comunidades más ricas (Madrid y Baleares), volvería más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Esperemos que no. Se olvida que la clase dirigente catalana no lanzó el procés para conseguir la secesión, en la que no creía y que sabía inviable; lo lanzó (antes de que se le fuera de las manos y pasara a las del nacionalpopulismo locoide de Puigdemont) para conseguir del Gobierno del PP lo que ahora conseguiría del Gobierno del PSOE si su pacto con ERC resultara ser lo que aparenta: fue exactamente el cupo catalán lo que en otoño de 2012 le reclamó sin éxito a Rajoy el entonces testaferro de esa clase, Artur Mas. Así que, si el acuerdo entre PSOE y ERC fuera lo que parece, no sería el enésimo fin del procés, ni tampoco su prolongación: sería el triunfo del procés.

Lo del fin del procés lo dicen los palmeros del Gobierno; lo de la prolongación del procés, los palmeros del PP. Ambas afirmaciones son falsas. Tal y como se planteó en 2012, el procés terminó el 27 de octubre de 2017, cuando el Gobierno intervino la Generalitat después de que ésta declarara la independencia de Cataluña; lo que hemos hecho desde aquel día es convivir con el estropicio monumental que provocó. Es curioso, en todo caso: la inmensa mayoría de los que ahora celebran el enésimo fin del procés —la enésima hazaña del Gobierno de Sánchez— no movieron un dedo contra el procés: o se hicieron los suecos, o lo apoyaron lo justo para que los que lo apoyaban creyeran que lo apoyaban y los que no lo apoyaban creyeran que no lo apoyaban; gracias a ese equilibrismo, muchos de ellos ocupan ya altos cargos en los medios, la empresa y la política y hasta posan sonrientes con el nuevo Gobierno de la Generalitat. Aunque quizá no es tan curioso: el procés fue por momentos una guerra incruenta, y en todas las guerras están los que parten al frente y libran las batallas y matan y mueren o vuelven a casa heridos o mutilados, y están los que se quedan en la retaguardia aguardando a que escampe, administrando con astucia las haciendas de los ausentes y entreteniendo a sus mujeres, listos para exhibir sus medallas inventadas de heroicos luchadores cuando lleguen la paz y el momento de recoger los beneficios de la escabechina… En fin: no todos los seres humanos somos basura, pero es mejor evitar las situaciones extremas —empezando por las guerras, incluidas las incruentas— para no tener que descubrir quién lo es y quién no. Además, hay quien demuestra ser basura en la guerra y luego, en la paz, puede contribuir a arreglar el estropicio. Todo es tan complicado.

En cuanto al nuevo Gobierno catalán, a mí me ­parece que, tengamos las dudas que tengamos, ahora mismo lo único decente es desearle lo mejor. Por el bien de todos.

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