Gastón Duprat y Mariano Cohn: “En el fondo, Argentina no es para tanto. No sabemos en qué se basa su arrogancia”
Series como ‘El encargado’, ‘Nada’ o ‘Bellas artes’ y películas como ‘El ciudadano ilustre’ o ‘Competencia oficial’ les han convertido en los cineastas argentinos del momento. O los cineastas del momento, a secas. De ideas claras y lengua suelta
Cuando en el documental Todo sobre el asado, el negro Álvarez le pregunta a Tuca Espinoza qué le diría a una persona empeñada en predicar el hábito de no comer carne, el gaucho 12 veces campeón nacional del asunto, muy poco amigo de las palabras y medio laminado por la brasa de un sol metomentodo y peliagudo, rebusca un minuto en su propio silencio con la cámara paciente estampada en su cara y contesta: “Nada”.
Gastón Duprat (Bahía Blanca, 54 años) y Mariano Cohn (Villa Ballester...
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Cuando en el documental Todo sobre el asado, el negro Álvarez le pregunta a Tuca Espinoza qué le diría a una persona empeñada en predicar el hábito de no comer carne, el gaucho 12 veces campeón nacional del asunto, muy poco amigo de las palabras y medio laminado por la brasa de un sol metomentodo y peliagudo, rebusca un minuto en su propio silencio con la cámara paciente estampada en su cara y contesta: “Nada”.
Gastón Duprat (Bahía Blanca, 54 años) y Mariano Cohn (Villa Ballester, 48), en cambio, directores de aquella soberbia y jugosa película sobre la idiosincrasia proteica argentina, sí están dispuestos a hablar ante unas buenas tiras de vacuno, varios chorizos criollos, ensaladas y panqueques en casa del propio Cohn. Este ha decidido mostrar sus dotes de anfitrión durante una noche del verano austral, generoso en sus dominios con parrilla de Buenos Aires. Ya tiene las piezas al fuego, las papas listas y el chimichurri con la receta casi calcada a la de Eliseo, el protagonista de su serie El encargado, en los cuencos:
—Sí, es la misma, pero sin moscas.
Lo matiza muy concentrado en el punto de las piezas, con su delantal, sus pinchos y sus cerca de 1,90 metros de estatura, para espantar aprensiones que no existen en medio de una invitación jovial y cálida a mesa puesta. En ese plan nos reciben este par de cineastas radicalmente originales, maestros de la comedia negra con colmillo, picante y machete. Las dos voces y lentes latinoamericanas que más andan destacando en el universo audiovisual últimamente tras éxitos en las plataformas como Nada, el fenómeno de El encargado —la serie argentina más vista hasta la fecha en su país— o ahora Bellas artes, rodada en España y recién estrenada dentro del catálogo de Movistar + y con Disney + en América.
Si para el primer título se centraron en la decadencia de un dandi porteño, interpretado por Luis Brandoni como crítico gastronómico con necesidad de ser redimido por una molécula de pureza encarnada en la actriz paraguaya Majo Cabrera y acompañado ni más ni menos que por Robert De Niro, en El encargado han escrito en imágenes y frases para enmarcar junto al fascinante y terrorífico actor Guillermo Francella una sociología de su país en un portal con pisos del barrio de Belgrano. Ahora cargan en la nueva contra el mundo del arte, acompañados por Andrés Duprat, hermano de Gastón y habitual guionista de la pareja creativa, además de director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Es decir, un experto en la materia desde dentro. Prepárense… Apuntan en cada plano junto a Óscar Martínez, su intérprete fetiche, contra lo que ellos consideran una ridícula superioridad moral de ciertas élites culturales perfumadas de poliéster.
El mundo de las series ya los ha elevado con Nada y El encargado a categoría de culto, algo que antes les había sucedido en el cine de ficción y documental con películas como Yo, presidente, Borges está vivo o Todo sobre el asado dentro del segundo género y El hombre de al lado, El artista, Mi obra maestra, El ciudadano ilustre y Competencia oficial, entre otras, en el primero. En todas ellas han demostrado siempre una visión propia del mundo por medio del humor más corrosivo, es decir, el que baila agarrado y sin remisión con la tragedia. Ese tono particular, afiladísimo y cruento, del que ya se han convertido en maestros.
En eso sientan cátedra y resultan imbatibles. Navegan por la estela de los grandes. No les gusta hablar de influencias, pero son nietos de Lubitsch, hijos de Wilder, hermanos de Rafael Azcona y Luis García Berlanga, primos carnales de Woody Allen o Nanni Moretti. Si la herencia de los dos primeros era Europa, la de los dos españoles citados, su tierra, y en el caso de los últimos, principalmente, Nueva York y Roma, Cohn y Duprat hurgan en Argentina, principalmente, como materia local para hablar del mundo y el tiempo que habitan. Arrancan de ahí, del terreno que conocen, y esparcen su dinamita a discreción para tratar sin piedad al género humano.
Lo hacen a conciencia y sin negociar los detalles. Todo en ellos parte de una obsesión por el fondo y la forma. Comenzaron en el videoarte, pronto pasaron a la televisión y a ella han regresado ahora con éxito global. Sus inicios se remontan a los años noventa con el programa Televisión abierta. “Venimos de un lugar en que forma y fondo son indivisibles”, asegura Duprat. Más en su caso, después de haber estudiado Arquitectura. “Por eso yo incido más en ese aspecto mientras Mariano, que estudió Derecho, se ocupa de los contratos”, bromea.
Cuando en los años noventa la tele vivía su vía crucis de prestigio nulo, ellos confiaron en el medio como una forma de expresión equiparable al cine y se adelantaron a canales del presente cuando determinados fenómenos aún no existían. “Hicimos YouTube sin que lo supiéramos. Acudíamos con una moto a casas de gente que llamaba para mostrar cosas, como si fuéramos un servicio de entrega a domicilio, un delivery con cámara que los espectadores solicitaban por teléfono”. No había presentador, directamente lo contaba quienes contactaban con ellos. Cada uno se explayaba como le viniera en gana, sin censura. “Podían hablar del presidente, vender un coche. Eso nos llevó a cierta popularidad en Argentina porque el formato se vendió a todo el mundo. No usábamos platós, resultaba muy novedoso. La gente empezó a ver las casas por dentro, tal como eran. Algo muy realista, muy disparatado. Salvaje e hipnótico, más cuando el público estaba acostumbrado a ir a los estudios para aplaudir y si te faltaba un diente se lo ponían. Todo así se vuelve artificial, en cambio, nosotros mostrábamos casi pornográficamente lo que nos encontrábamos”.
Desde sus inicios, por tanto, han buscado maneras profundas, sutiles y directas de provocar. Por eso no les sorprende la que se montó con la primera temporada de El encargado. El sector de los porteros en Argentina es poderoso. Puede decantar elecciones. Su sindicato impone. Los ciudadanos sienten cierta ambivalencia con quienes vigilan las casas. Por un lado, los temen, y por otro, se ven obligados a confiar ciegamente en ellos. “Se da un fenómeno muy particular acá. Los encargados de los edificios son considerados pares, como de la familia, hasta se les deja la llave y se los provee de vivienda y servicios de todo pago en el consorcio”, asegura Cohn.
Cuando los argentinos conocieron a Eliseo, el personaje que borda con su descarnada ambivalencia Guillermo Francella, advirtieron en él un perfecto retrato de un alma nacional colectiva a merced de una planta carnívora. Pero al gremio retratado no le gustó. Nada. “El líder sindicalista de los encargados, un multimillonario que hizo grandes aportes a la campaña de Alberto Fernández, presionó al Gobierno para cancelar la serie”, cuentan. Los movimientos trascendieron a la prensa y sin querer lograron convertirla en la más vista en la historia del país”. Rápidamente se filmó la segunda temporada y ahora llega la tercera, con un Eliseo al que ya nada se le pone por delante, advierten.
Francella consigue fundir varios géneros. “Unir dos en uno, comedia y drama”, afirma Duprat. Por no hablar del terror. “Si tenemos que comentar alguna influencia en la serie puede ser Tiburón. Nos inspiramos en ella más que en otras películas. El monstruo sería Eliseo, lo metimos en una pecera que es el edificio. Es un depredador hermoso y fascinante. Nos divertimos mucho cuando filmamos con él en el set”, afirma Cohn. “No te imaginás lo mucho que tiene de argentino… El personaje, me refiero, claro. Es tramposo, no le tiene miedo a nada, ninguna situación le hace temblar el pulso, personifica esa arrogancia basada en algo desconocido que tenemos por acá. En el fondo, Argentina no es para tanto. No sabemos en qué se basa esa arrogancia, de hecho, cuando Argentina se encuentra en el subsuelo”, añade Duprat.
Uno cree tras engancharse a cada media hora de capítulo de la serie que Eliseo, con sus estrategias invencibles, sus artes diplomáticas, su manual de Maquiavelo para barrios acomodados, su voluntad resolutiva sin contemplaciones para arrabaleros y su mirada azul intensa, hubiera arreglado el país mejor que Javier Milei. Pero ambos parecen dos ficciones incompatibles. A Cohn y a Duprat sí les cuajó otra terna: la que formaron Luis Brandoni y Robert De Niro en otra de sus series magistrales: Nada. Para rehabilitar a su compatriota tuvieron que ceder en alguna cosa.
—¿Qué opinás del chorizo?
—Buenísimo.
—¿Repiten o vamos a la carne?
—A la carne, por favor.
Abordemos la materia por partes mientras degustamos el menú. Primero conviene aclarar en qué consistió eso de rehabilitar a Brandoni: “Su nombre constaba en una de las listas negras del peronismo, no trabajaba y es un símbolo en nuestro país. Un demócrata que se comprometió con el régimen de Alfonsín cuando se reinstauró la democracia, llegó a diputado y ha hablado siempre con libertad. Un tipo honesto”. Brandoni, según Cohn y Duprat, no era bien visto por el tándem de los Kirchner y los cineastas se encargaron de devolverlo al lugar que merece ya en una película como Mi obra maestra, de 2018, y más tarde en Nada.
El actor solo les puso una condición: “Brandoni había hecho con Alejandro Doria las que para nosotros son las mejores películas argentinas de toda la historia en los ochenta. Para entendernos y salvando las distancias, hablamos de alguien como un Berlanga. Eran retratos en comedia muy humanos. A nosotros nos decía: ‘Ustedes son muy fríos, no buscan la emoción’. En las películas que a veces acuden a grandes festivales eso no cabe, la emoción se considera algo berreta, que dicen acá, de mala calidad”, aclara Duprat. “Nosotros le prometimos que no”, agrega Cohn, “que en esta ocasión introduciríamos algo de ternura, pero con una condición: no estábamos dispuestos de ninguna manera a meter tango. ¡Hubiese sido demasiado!”.
Vale. Pero aun así los advirtió: “No perdamos lo central, la historia de estos dos amigos, emotiva y cálida por empeñarse en la manía de ustedes tan corrosiva. A mí me interesa lo otro”. El pacto quedó claro. También se lo había apuntado De Niro. Pero la historia para convencerlo es otro cantar. Le atrajo su papel de narrador y traductor al inglés de términos como boludo, pelotudo y expresiones que iban desde la verdad de la milanesa, que puede traducirse como algo inapelable, un es lo que hay, a remar en dulce de leche, es decir, atravesar dificultades o tirar manteca al techo, algo así como derrochar…
Si aceptó fue porque es amigo de Brandoni desde hace años, cuando este fue su anfitrión en Buenos Aires allá por los años ochenta. Preguntó algún detalle del estilo “qué clima me tocará en la época de filmación”, también vio alguna película de las suyas como El ciudadano ilustre o Competencia oficial, con Penélope Cruz y Antonio Banderas junto a Óscar Martínez y en la que, seguro, quedó fascinado por cómo estos dos creadores tratan el universo de la interpretación, como admitió en la pasada entrega de los Goya Sigourney Weaver. Ni que decir tiene que se redujo sustancialmente el caché, pero no tanto como para aligerar los nervios de los productores. “Para empezar, De Niro jamás había aceptado participar en una serie. Entrábamos en otra dimensión, pero merecía la pena, aunque sus agentes se lo desaconsejaban. Se preguntaban qué sentido tenía desplazarse al culo del mundo para rodar una historia donde ni siquiera era protagonista”, comenta Cohn. Cuando dijo sí, los productores y ejecutivos se quedaron mudos. Alguno llegó hasta a preguntar: “¿Es realmente necesario que De Niro haga el papel? Para ellos suponía un dolor de cabeza económico y logístico su presencia en Buenos Aires”. A los directores les entra ahora la risa cuando lo recuerdan. Hoy, además, De Niro está valorando volver a trabajar con ellos… Esta vez en Nueva York. “Ya tiene un guion. Su papel aborda a un ídolo popular en decadencia absoluta”, anuncian como primicia. “La película contará cómo su entorno de obsecuentes y parásitos se resiste a dejar de vivir de él a pesar de que el tipo se encuentra en la lona”.
—¡Qué bueno este aceite!
—Los hay bárbaros en Argentina. Lo que nos falta mejorar son jamones.
La estrella se instaló en la ciudad por ocho días, desde el primero de mayo, que empezó el rodaje. “No se trabaja nunca en la vida en esa fecha, pero acabaron cediendo porque los propios técnicos lo querían ver actuar. Temblaban al ponerle el micrófono. Algunas escenas hubo que repetirlas varias veces. Al único que no le importaba era a Brandoni, no se le torció ni un pelo.
Como apenas se le mueve a Óscar Martínez en Bellas artes, salvo si su personaje revientapelotas de director del museo se indigna por censuras tan contemporáneas como ridículas y frivolidades de retrovanguardia. “Aquí aplicamos una mirada muy crítica sobre los artistas y su supuesta superioridad moral”, asegura Duprat. Es un asunto en el que ambos se muestran implacables y que han tratado previamente a fondo en El hombre de al lado, rodada en la Casa Curutchet, un edificio que proyectó Le Corbusier en La ciudad de la Plata, provincia de Buenos Aires, pero también en El ciudadano ilustre o que también latía en Competencia oficial junto al canibalismo de los actores, en Mi obra maestra y también en Nada, aunque en esta ocasión, dulcificada por el amor a la cocina y el abrazo cálido de Buenos Aires.
Les espanta esa sobreprotección decretada no se sabe muy bien a santo de qué hacia los artistas en el entorno de la cultura y el espectáculo: “Que si son frágiles, sensibles, necesarios… Son un plomazo. No los creo y no me conmueven. Me merecen el mismo respeto que un taxista, un cocinero o un empleado administrativo”, afirma Duprat.
A Óscar Martínez lo llamé ya de vuelta en Madrid y con la digestión hecha para que me comentara, sin ellos al lado, cuál ha sido su experiencia en común desde que lo convencieron para protagonizar El ciudadano ilustre. “Yo había visto El hombre de al lado y me fascinó, cuando inmediatamente después recibí una llamada de Gastón. Me dijo que habían escrito un papel especialmente para mí, aunque no me conocían, y que si no me importaba leerlo”. Al colgar, Martínez pensó: “Qué presuntuosos estos chicos, sin haber hablado conmigo jamás…”. “Cuando empecé a leer el guion, a la sexta página me di cuenta de que así había sido”. Cómo lo habían logrado sin haber cruzado antes con él una palabra sigue siendo un misterio para el actor.
El ciudadano ilustre tardó en rodarse cuatro años. La película se retrasó porque no aceptaban varias condiciones de los productores. “Otros hubieran negociado; ellos, no. Son vehementes, valientes, inteligentes, astutos, peculiares, agudos. No renuncian al ideal del qué y cómo quieren hacer las cosas. Por eso están donde están”, asegura. Y por eso, por su impronta, por esa audacia que les confiere estilo propio y fama de duros negociadores, muchos otros actores desean trabajar con ellos, como fue el caso de Penélope Cruz y Antonio Banderas en Competencia oficial.
Martínez recuerda una anécdota. La estrella madrileña estaba deseando colaborar con ellos, pero alguna duda tenía. “Me preguntó cómo era eso de trabajar con dos directores y yo le respondí que, en el caso de Mariano y Gastón, exactamente igual a hacerlo con uno”. ¿Por qué? “Supongo que discuten antes todos los aspectos, pero en el set no hay lugar para ninguna discusión entre los dos. Gastón se ocupa más de los actores y Mariano de los aspectos técnicos, pero van a una, con las ideas muy claras”, afirma el protagonista de Bellas artes, encantado también este año con el éxito de otra serie de Movistar + en la que destaca, creada por el gran Félix Viscarret: Galgos.
La sesión en casa de Cohn acabó a base de panqueque de dulce de leche con el azúcar caramelizado al punto en la parrilla. Otra de sus obsesiones. Tales que para que la crema de dioses desbordara su fina armadura de tortita en un plano de Nada tal y como él quería, lo repitió decenas de veces. Así quedó: como una verdadera alegoría del placer extremo o del pecado. Ni hablar de Milei nos amargó la noche frente a los postres. Lejos de entrar en política, sí puntualizan algunas cuestiones de gestión cultural polémicas que la llegada del nuevo presidente ha traído. Cohn: “Los cineastas y artistas están preocupados. Se quejan en redes y se movilizan con cartelitos en los festivales, ligando el cine a conceptos como patria y soberanía. A mí me resulta algo anacrónico y castrense, equivocado, en mi opinión”, asegura.
Lo que le molesta es el silencio de años anteriores, algo que resta entidad a las palabras. Y después esgrime un diagnóstico: “Lo cierto es que estas instituciones andaban en ruinas, desfinanciadas y obsoletas desde años atrás, décadas, como el país entero. Debemos tener en cuenta que más de la mitad de los argentinos son pobres. Por eso veo bien que se discuta la gestión de estas instituciones, para que funcionen bien, no para clausurarlas, como propone Milei en la campaña, pero sí para mejorarlas”.
Duprat añade: “Es muy interesante observar cómo los artistas, que en general uno asocia al inconformismo y al riesgo, no quieren que nada cambie, a pesar de que saben que el sistema viene funcionando muy mal hace tiempo. Repiten como un mantra que el cine no se toca y así cierran el debate. También cuando van a levantar un premio a algún festival y aprovechan para denunciar en tono comprometido el fin de la cultura. Me parece de una gran hipocresía, porque este desastre viene de hace años, pero solo chillan ahora. En Argentina, los artistas terminaron siendo el sector social más conservador”.
—¿Otro panqueque?
—Mejor, no…
Si metemos más azúcar al asunto acabaremos por reventar los índices de glucosa y desacreditarlos. No casa con el estilo amargo de la casa, ¿no creen? Aparte, no nos vaya a dar por acabar la cita bailando tango.