Una gran ocasión

“España es el problema; Europa, la solución”: más de un siglo después, la manida fórmula de Ortega sigue siendo exacta

Las banderas de España y de la Unión Europea en Bruselas, Bélgica, el 22 de junio de 2022.Thierry Monasse (Getty Images)

De nuevo: la Europa unida es, valga el oxímoron, la única utopía razonable inventada por los europeos, porque sólo ella puede preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. De ahí que una Europa federal, capaz de conciliar la unidad política con la diversidad lingüística y cultural, no sea sólo un proyecto histórico sin precedentes; también es la gran empresa política del siglo XXI: la más ambiciosa, urgente y revolucionaria. Ahora sólo falta que los europeos estemos a su altura.

...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

De nuevo: la Europa unida es, valga el oxímoron, la única utopía razonable inventada por los europeos, porque sólo ella puede preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. De ahí que una Europa federal, capaz de conciliar la unidad política con la diversidad lingüística y cultural, no sea sólo un proyecto histórico sin precedentes; también es la gran empresa política del siglo XXI: la más ambiciosa, urgente y revolucionaria. Ahora sólo falta que los europeos estemos a su altura.

El 1 de julio España vuelve a ejercer la presidencia de turno de la UE. Es una gran ocasión para relanzar el proyecto; nuestro país posee condiciones para hacerlo. De entrada, por tamaño e importancia: España no es ni lo bastante grande para inquietar a los grandes —Francia y Alemania— ni lo bastante pequeño para ser irrelevante: no puede serlo la cuarta economía de la UE. Además, a diferencia de algunos países esenciales —como Francia, que padece una derecha y una izquierda atascadas en el nacionalismo—, España sigue siendo uno de los países más europeístas de la UE. Añadamos que el Gobierno español es, al menos ahora mismo, el más izquierdista de Europa, lo que lo sitúa en una posición ideal para combatir la falsedad flagrante, pero muy extendida —el caso de Francia es de nuevo dramático—, de que el proyecto europeo es reaccionario (otra cosa es que sea muy mejorable, como todos, empezando por el francés). Por otro lado, la presidencia de la UE llega en un momento propicio; las tres grandes catástrofes recientes han supuesto, para la UE, tres bendiciones: el Brexit, el peor yerro cometido por los británicos en siglos, fue una vacuna tan eficaz contra las pulsiones separatistas que hasta Le Pen ha arrumbado el delirio del Frexit; la covid-19 provocó el mayor salto federal de la historia europea, y la guerra de Ucrania, con la que Putin pensaba dividir Europa, la ha unido más que nunca.

Dicho esto, la pregunta se impone: ¿qué puede hacer nuestro país para acercar la realidad a la utopía? A mi juicio, las tareas capitales siguen siendo dos. La primera consiste en lograr que la UE deje de ser un proyecto elitista, nacido de la lucidez providencial de un puñado de políticos e intelectuales que a mediados del siglo XX se conjuraron para que no se repitieran los dos apocalipsis que acababan de arrasar el continente, y pase a convertirse en lo que debe ser: un proyecto popular (para lo cual la UE debe democratizar a fondo sus instituciones y abrir cauces de participación ciudadana); es verdad que los europeos comunes y corrientes no ignoran que muchas decisiones que afectan a su vida cotidiana se adoptan en Bruselas, pero, para la inmensa mayoría de ellos, la UE aún no es un proyecto propio, entrañable, y la prueba es que está muy lejos de concitar la adhesión personal, racional y sentimental con que cuentan las viejas naciones. La segunda tarea no es menos decisiva: consiste en sustituir el paradigma competitivo y excluyente del nacionalismo, que ha regido Europa en los dos últimos siglos (una lengua = una cultura = una nación = un Estado), por el paradigma cooperativo e incluyente del federalismo, que propugna un único Estado plurilingüístico, pluricultural y plurinacional (o incluso posnacional); se trata de buscar la unidad política sin confundir unidad con uniformidad: aunque lo que nos une es mucho más importante —y nos hace mejores y más fuertes— que lo que nos separa, debemos respetar la diversidad lingüística, cultural e identitaria. Son dos tareas ímprobas pero esenciales para la construcción de una Europa unida de verdad.

En 2004 Mark Leonard publicó un libro titulado ¿Por qué Europa liderará el siglo XXI? La crisis de 2008 arruinó esas expectativas; con permiso de la guerra de Ucrania, ha llegado el momento de reconstruirlas. El siglo XX fue el de EE UU, y el XXI se lo están disputando EE UU y China; en esa disputa, la UE debería tener mucho que decir. Ojalá lo diga. “España es el problema; Europa, la solución”: más de un siglo después de acuñada, la manida fórmula de Ortega sigue siendo exacta. Ojalá nuestro próximo gobierno —sea del color que sea— lo entienda así.

Sobre la firma

Más información

Archivado En