En busca de mi abuelo: un viaje a través del tiempo para recuperar la memoria familiar
El fotógrafo Juan Manuel Díaz Burgos rescata la figura de su abuelo, víctima de la represión franquista, en un ejercicio de investigación, memoria y dignidad
Desde bien pequeño sentí su presencia, de él se hablaba en pasado, en presente y, lo más extraño, en futuro. Se llamaba Manuel Burgos Monsalvez. Con estas palabras inicio mi libro Diálogos con mi abuelo, un texto que es a la vez una investigación histórica y familiar. Un retrato de él, vestido de militar, presidía la pared de la pequeña sala en la que pasé mi infancia. Aquel retrato un día se guardó, pero nunca se olvidó. Pasé 15 años de investigación, donde cada descubrimiento en torno a su vida significaba un acercamiento más a él. Partida de nacimiento, diferentes empadronamientos, c...
Desde bien pequeño sentí su presencia, de él se hablaba en pasado, en presente y, lo más extraño, en futuro. Se llamaba Manuel Burgos Monsalvez. Con estas palabras inicio mi libro Diálogos con mi abuelo, un texto que es a la vez una investigación histórica y familiar. Un retrato de él, vestido de militar, presidía la pared de la pequeña sala en la que pasé mi infancia. Aquel retrato un día se guardó, pero nunca se olvidó. Pasé 15 años de investigación, donde cada descubrimiento en torno a su vida significaba un acercamiento más a él. Partida de nacimiento, diferentes empadronamientos, certificado de boda, hoja de servicio militar en la que se reflejan los 20 años que dedica a su labor y carrera militar como infante de marina y, cómo no, la esperpéntica causa por la que se le juzga y se le acusa de “adhesión a la rebelión”. Por esta razón se le condena a 30 años de prisión (cadena perpetua), a cumplir a 1.700 kilómetros de su casa y de su familia, y se le arrebata el derecho a su retiro y honorarios como oficial de la Armada. Dejan a su mujer y a sus dos hijas en el más absoluto abandono.
En definitiva, una muerte anunciada, que le llega al mes y medio de ser trasladado a la prisión de Barranco Seco, en Las Palmas de Gran Canaria. Mi familia solo supo de su muerte por un telegrama de sus compañeros de presidio. La localización de sus restos fue un misterio hasta 79 años después de muerto. Hasta que yo me reencontré con él en el cementerio de Vegueta, en la fosa común número 2. Ya tan solo me quedaba un deseo: poder compartir juntos esos caminos que en vida transitó, como si de un déjà vu se tratara. Es el momento de vivir lo que un día nos robaron. Es con este acto con el que me libero de todos esos fantasmas que durante años me han tenido atado. Una catarsis deseada y necesaria. Quedo en paz conmigo mismo y mi familia.