De ‘Stranger Things’ a ‘Peaky Blinders’: todas las tendencias de moda están en las series
En la era de las plataformas de ‘streaming’, la ficción audiovisual ya no solo busca entretener a la gente o perseguir objetivos sociales y políticos. Ahora también tiene una agenda económica no tan secreta: vender ropa y que las tendencias de pasarela se vuelvan virales
Hay una escena de la primera temporada de Succession (HBO, 2018) que condensa muchos de los dilemas que la moda ha impuesto a hombres de todo el mundo en el último lustro. En ella, el heredero Kendall Roy, interpretado por Jeremy Strong, acude a una reunión para tratar de llegar a un acuerdo con una joven empre...
Hay una escena de la primera temporada de Succession (HBO, 2018) que condensa muchos de los dilemas que la moda ha impuesto a hombres de todo el mundo en el último lustro. En ella, el heredero Kendall Roy, interpretado por Jeremy Strong, acude a una reunión para tratar de llegar a un acuerdo con una joven empresa tecnológica. De camino a las oficinas de la start-up, el aspirante a tiburón empresarial se cambia en el coche su calzado de siempre —zapatos de vestir a medida— por unas zapatillas deportivas de lujo que, sin embargo, no logran hacerle encajar: rodeado de chavales con New Balance, su incomodidad aumenta a medida que avanzan las temporadas, y el Roy de antaño queda sepultado bajo sudaderas, camisetas extragrandes, gorras y cadenas, en un intento de asimilar el streetwear que para él es el símbolo de los nuevos tiempos. Para el espectador, sin embargo, es la metáfora textil de todas las oportunidades empresariales que se está perdiendo. La publicación estadounidense The Cut usó la escena para abordar un artículo sobre el vestuario de la serie titulado “Succession ilustra cómo es tener mucho dinero pero nada de estilo”. Pero al mismo tiempo, en la Red se multiplicaron otros artículos que remitían directamente a la tienda online donde se podían adquirir las zapatillas en cuestión.
La relación entre la nueva ficción promovida por las plataformas de streaming y la moda es una simbiosis inevitable, pero más reciente de lo que parece. “La televisión y el cine son a menudo el punto de despegue de muchas tendencias de moda, porque los fans intentan imitar el estilo de sus personajes favoritos”, comenta Olie Arnolds, director de moda de la plataforma de moda de lujo Mr Porter, una de las principales dedicadas a la ropa para hombre. “No es un fenómeno demasiado obvio, pero no hay duda de que existe un efecto trickle down [de contagio por goteo] en el modo en que los hombres reciben la influencia de los contenidos audiovisuales. Los hombres que consumen moda suelen estar más atentos a la televisión y al cine”.
“Ahora las series son muchísimo más autoconscientes que hace 15 años”, explica la especialista en moda Anabel Vázquez. “Hoy la idea de que una serie sea una posible plataforma de venta de ropa está clara desde el primer momento, pero no creo que nadie pensase eso en el primer episodio de Mad Men. Aquellas eran series mucho más inocentes respecto a sus posibilidades comerciales. Hoy las series, además de objetivos sociales y políticos, tienen una agenda económica, tienen más trabajo que hacer, además de entretener a la gente”.
No es casualidad que Vázquez cite Mad Men como un ejemplo a la hora de establecer esta relación. La serie de Matthew Weiner, que se emitió entre 2007 y 2015, contaba el auge del negocio del marketing en el Nueva York de los sesenta a través de personajes vestidos con versiones estilizadas de la indumentaria estadounidense de la época. Para la moda masculina fue el equivalente a Sexo en Nueva York en términos estilísticos: coincidió con un resurgir de la sastrería retro, con una nueva lectura de la masculinidad, y supuso el agosto de firmas como Brooks Brothers, la tienda estadounidense que ya surtía a los empresarios de los sesenta y que llegó a bucear en sus archivos para crear una colección comercial con la colaboración del equipo de vestuario de la serie.
Hoy esta práctica vive un momento álgido. Mr Porter lanzó en 2015 una colección ligada al vestuario de Kingsman (Matthew Vaughn, 2014), la saga de películas de espías con base de operaciones en Savile Row, el templo de la sastrería londinense. Siete años y dos secuelas después (estrenadas en 2017 y 2021), el proyecto sigue activo. “Fue un gesto muy innovador en este sector porque inauguró el concepto de ‘del vestuario a la colección’, permitiendo a los hombres comprar parte de la franquicia a partir de prendas iguales a las que aparecían en la película de 2015. Hubo una sinergia real”, apunta Arnolds. “Es una marca importante para nosotros, que crece cuando se estrena una nueva película”. Hoy, la línea Kingsman no solo incluye productos propios, sino también de firmas con imaginarios cercanos: camisería Turnbull & Asser, gafas de sol Cutler & Gross, calzado George Cleverley, marroquinería Smythson o instrumentos de escritura Montblanc. “Ahora hay todo un universo Kingsman que se puede comprar”, explica el director de moda.
Las películas de acción parecen un destino natural para la moda masculina, pero también para sectores más lujosos. El James Bond de Sin tiempo para morir (2021) no se quitaba su reloj Omega. Tampoco se deshace de su TAG Heuer el personaje interpretado por Ryan Gosling en El hombre invisible (2022). En ambos casos, no se trata de elecciones de vestuario sin más, sino de acuerdos sólidos: Omega es el reloj oficial de 007 y Gosling es embajador de TAG Heuer. Ambos estrenos vinieron acompañados por ediciones limitadas.
No todo es clasicismo y virilidad monolítica, a pesar de que la influencia de series como Peaky Blinders o películas como The Gentlemen (Guy Ritchie, 2019) hayan saturado el mercado del estilo masculino de gorras bajas, trajes de tres piezas y locales —barberías, coctelerías y sastrerías— con pinta de albergar un club ilegal de boxeo en la trastienda. El pasado septiembre, la firma de lujo N.Peal difundió el resultado de un estudio propio que analizaba la repercusión de los estrenos de series en las búsquedas de moda en internet. Y descubrió, por ejemplo, que las búsquedas de “Y2K fashion”, el estilo de principios de los años dos mil, se multiplicaron por 18 tras el estreno de la segunda temporada de Euphoria (HBO).
A su vez, la emisión de la cuarta temporada de Stranger Things (Netflix) hizo que se triplicaran las búsquedas de coleteros (scrunchies) como el que luce Eleven en la serie, y también que aumentaran las búsquedas de chaquetas de borreguito (crecieron un 99%) y de camisas hawaianas (46%). La serie adolescente de Netflix se ha convertido, desde su primer capítulo, en el patrón oro de la monetización estilística. Además del merchandising que la plataforma vende en su propia tienda digital, Stranger Things ha protagonizado un sinfín de colaboraciones con marcas que van dirigidas a su público objetivo (Topman en 2017 o Pull & Bear durante varias temporadas) o reivindican cercanía con el imaginario ochentero que proyecta, como Vans, Eastpak o Timex. Pero su auge también ha coincidido con el flechazo de la generación Z con las tiendas de ropa de segunda mano: hay pocas nostalgias tan potentes como la que se siente por una época que no se ha vivido.
En un tiempo en que las firmas de lujo aspiran a conquistar a los clientes de entre 15 y 25 años, el vestuario de las series dirigidas a ese público se ha convertido en un arma de seducción masiva. En el primer capítulo de We Are Who We Are (HBO y Filmin), el protagonismo recaía tanto en Jack Dylan Grazer como en la camiseta estampada de Raf Simons que llamaba la atención de los residentes de una muy normativa base militar estadounidense en suelo italiano. Tras cada nuevo episodio de Euphoria, las redes sociales diseccionan los atuendos de los personajes e identifican las prendas que lucen, la mayoría de temporada y a la venta en el momento del estreno. Es una práctica reciente. Tal y como explica Vázquez, una de las claves de Succession ha sido vestir a sus personajes con las carísimas prendas que vestirían sus equivalentes en la vida real. “Podrían haber elegido vestuario vintage o a medida, pero se ciñeron a las grandes marcas”, dice. Algo similar ha sucedido con The White Lotus, cuyo reflejo del estilo vacacional de las clases altas ha suscitado más de un análisis.
Pero incluso una serie de época como Los Bridgerton (Netflix), el drama romántico ambientado en la Inglaterra georgiana, hace valer su influencia en las calles. El año pasado, el British Fashion Council, el organismo público que fomenta la creación de moda en el Reino Unido, ya lanzó en colaboración con Netflix un proyecto con diseñadores emergentes basado en la serie de Shonda Rhimes. “Esta colaboración ilustra el lugar fundamental que la moda tiene en televisión”, explicó con motivo del anuncio Gemma Juviler, directora comercial del ente. Este año, la segunda edición del proyecto ha traído diseños como los de Ifeanyi Okwuadi, que ha creado dos trajes estampados cuyos tonos azules recuerdan a la vajilla Wedgwood que también aparece en la serie.
Como parte de una generación de diseñadores británicos que ha sabido interpretar lo victoriano desde lo diverso —así lo demuestran S. S. Daley, ganador del último Premio LVMH, o el decorador Luke Edward Hall—, Ifeanyi Okwuadi demuestra que la ficción histórica de éxito planetario también puede ser el detonante de estéticas alternativas. Ni siquiera la actualidad es determinante. Cuando, el pasado enero, el actor Kyle MacLachlan pisó la pasarela de Prada en medio de una escenografía lyncheana —moqueta y paredes tapizadas en verde, cientos de clones de sillones midcentury—, el público no solo vio un experimento estético de Miuccia Prada y Raf Simons, sino a Dale Cooper, el personaje que hizo famoso a MacLachlan en Twin Peaks. En la era del streaming, ni siquiera el tiempo es unidireccional: un fenómeno muy Lynch, pero también muy propio de la moda