Montenmedio: la dehesa, el viento, el sol y 63 obras de arte rutilantes
El 20º aniversario de la Fundación Montenmedio, cerca de Vejer (Cádiz), consolida a esta entidad privada como un templo de creación contemporánea al aire libre, con estrellas como Abramović, Eliasson, LeWitt o Cattelan.
Nadie esperaría encontrarse un enorme anillo metálico plantado como un ovni en mitad del bosque, a una decena de kilómetros de Vejer de la Frontera (Cádiz). Desde lejos, en una explanada rodeada de plantas de yuca, el objeto genera a su alrededor un aura difícil de describir, pero que casi puede palparse. Al acercarnos, el efecto se intensifica: nos atrae sin remedio y también nos hace sentir incómodos. Advertimos entonces que se trata de una madeja de alambre de espino, y esa incomodidad adopta la forma más determinada de la amenaza física. Además, a estas alturas el sol nos cae de pleno.
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Nadie esperaría encontrarse un enorme anillo metálico plantado como un ovni en mitad del bosque, a una decena de kilómetros de Vejer de la Frontera (Cádiz). Desde lejos, en una explanada rodeada de plantas de yuca, el objeto genera a su alrededor un aura difícil de describir, pero que casi puede palparse. Al acercarnos, el efecto se intensifica: nos atrae sin remedio y también nos hace sentir incómodos. Advertimos entonces que se trata de una madeja de alambre de espino, y esa incomodidad adopta la forma más determinada de la amenaza física. Además, a estas alturas el sol nos cae de pleno.
Es una tarde de verano y la temperatura supera los 30 grados en la dehesa Montenmedio, aunque los pinos y alcornoques dispensan una sombra muy eficaz contra el bochorno. Bajo ella predomina el frescor de la brisa en la piel y el reconfortante crujido de las agujas de pino bajo los pies. Pero acabamos de abandonar ese refugio, peaje requerido para admirar de cerca la pieza de arte contemporáneo.
“Se llama Salam-Europe! y su autor es Adel Abdessemed”, informa Jimena Blázquez (Cádiz, 46 años), directora de la Fundación Montenmedio, que hace de guía en este recorrido por sus dominios.
Salam, “paz”, es el saludo usual en el mundo árabe. El alambre enrollado en círculos que conforma la obra mide 16 kilómetros, que es también la distancia aproximada entre las costas gaditana y marroquí. El mínimo trayecto que separa Europa de África. Abdessemed es un artista nacido en Argelia que emigró a Francia con 23 años, al poco del golpe de Estado militar que desencadenó una sangrienta guerra civil en su país. Su trabajo habla del calvario que atraviesan los migrantes, y de cómo una reducida distancia geográfica puede suponer un abismo insalvable. Concentra un trauma individual, pero también resuenan en ella las experiencias de millones de personas. Eso explica la energía que despide con los mínimos elementos. Cuando lo realizó, en 2006, Adel Abdessemed era un artista joven que empezaba a lograr reconocimiento. Hoy figura en colecciones tan prestigiosas como la del magnate francés François Pinault.
La Fundación Montenmedio Contemporánea abarca 30 hectáreas de terreno abiertas al público en lo que en tiempos fue un campamento militar al suroeste de la provincia de Cádiz. Dispersas por esta extensión, hay un total de 63 obras de arte de 35 autores distintos, algunas de ellas dentro de los antiguos barracones del campamento y otras, como Salam-Europe!, al aire libre. La institución forma parte de la Dehesa Montenmedio, finca adquirida a finales de los ochenta por el empresario gaditano Antonio Blázquez, padre de Jimena, que hoy también acoge un hotel, un campo de golf y un centro hípico.
La fundación acaba de cumplir 20 años, y para celebrarlo ha publicado un lujoso libro titulado La naturaleza como atelier (Ediciones Siruela), que recoge fotografías de todas esas piezas, junto a textos de los artistas, el comisario Jérôme Sans y la propia Blázquez. El título describe bien la relación que aquí se produce entre los creadores y el entorno, que opera al mismo tiempo como contexto, fuente de inspiración y cantera de sus trabajos. “Me gusta aclarar que no nos corresponde la etiqueta ‘parque de esculturas’ que a veces nos aplican”, dice Jimena Blázquez. “Para empezar, no es un parque sino un bosque de tipo mediterráneo, con la naturaleza a lo bestia: el viento, el salitre, el sol, la humedad, los desniveles. Y, luego, los artistas con los que trabajamos no son escultores tradicionales. El medio que utilicen es indiferente. Instalación, foto, lo que sea”. La única condición es que realicen proyectos específicos para el lugar.
Otro factor determinante según Jimena Blázquez es la cercanía con el continente africano. Mientras caminamos, dejando atrás la obra de Abdessemed, formula una declaración de principios: “Estamos en un punto fronterizo y de inmigración. Lo ha sido siempre, desde los tiempos de fenicios y cartagineses. Con casi todos nuestros artistas, incluido Adel, hemos cruzado el Estrecho en algún momento. Por eso muchas de las piezas han recibido esta influencia”.
Y, sin embargo, ella se encontraba muy lejos de este lugar fronterizo cuando decidió consagrar al arte contemporáneo una parte de la finca de su padre. Era 1998, y estaba cenando en la Brasserie Lipp, el célebre restaurante de París, junto al marchante Marc Blondeau, con el que acaba de colaborar en la organización de una subasta histórica de obra de la surrealista Dora Maar. Ante un lenguado meunière le disparó: “Ahora quiero trabajar con artistas de mi generación. Tengo el lugar. Lo único que no sé es cómo hacerlo”. Para averiguarlo pasó el año siguiente recorriendo museos al aire libre de todo el mundo: “Hasta que vi una fundación llamada Wanås Konst, en Suecia. Ahí entendí de verdad cómo es un lugar abierto al público con las obras integradas en la naturaleza. Ese era el modelo”.
Con las ideas más claras, se dedicó a escribir a los artistas que componían su lista de deseos. Picó alto: Sol LeWitt, Maurizio Cattelan, Susana Solano, Roxy Paine… Entonces le sorprendió que todos aceptaran, pero hoy entiende que realizar una pieza casi sin restricciones es un reto que pocos artistas rechazarían, por estelares que sean. La primera en presentarse aquí fue Marina Abramović, y entre ellas hubo una conexión inmediata: la premio Princesa de Asturias de las Artes de 2021 no solo acabaría desarrollando dos piezas para la fundación, sino que se convirtió en una de sus mejores amigas.
Para muchos, participar en Montenmedio ha marcado un antes y un después. En 2019, Jacobo Castellano (Jaén, 46 años), uno de los artistas contemporáneos españoles más prestigiosos, construyó aquí Viga madre, monumental instalación de madera y otros materiales que sirve como área de descanso para las aves migratorias que cada año sobrevuelan la dehesa —el canto de los pájaros es un fondo sonoro constante— y que ilustra la portada del libro. Su proyecto fue evolucionando hasta adquirir una escala con la que hasta entonces Castellano nunca se había atrevido. Fue Jimena Blázquez quien le insufló la seguridad necesaria, guiándolo de manera sutil. “Ella me enseñó muchas cosas desde el silencio y la humildad”, cuenta el artista por teléfono. “Conmigo hizo un acto de fe, pero al mismo tiempo me vigilaba mucho más de lo que yo pensaba. Como esos profesores del instituto que quizá no apreciábamos entonces, pero que muchos años después descubrimos cuánto nos enseñaron”.
Algo parecido ocurrió con el danés Olafur Eliasson, autor de un muro de ladrillos dodecaédricos y espejos que es una de las piezas más admiradas de la colección. En este caso, Blázquez quería a toda costa que intervinieran manos locales: “Olafur decía que para los ladrillos tenía en Berlín unos técnicos buenísimos, pero yo le dije que era mejor involucrar a gente de aquí, y le ayudé a buscar un artesano de Conil. Aquel señor antes modelaba vasijas. ¡No había hecho un dodecaedro en su vida! Pero ha seguido trabajando con Eliasson después. Busco crear ese tipo de relaciones para que el proyecto arraigue. Queremos que los de aquí lo consideren en parte suyo, por eso organizamos también actividades como una yincana para familias, visitas gratuitas para la gente local o jornadas para profesores con alumnado”.
Asunción Molinos Gordo, creadora española que este año ha disfrutado de una residencia artística convocada por la fundación cuyos resultados podrán verse en una futura muestra en el museo CA2M de Móstoles, explica: “Trabajando aquí me di cuenta de que la fundación se ha hecho muy respetada en la zona”.
El sol empieza a caer. Es el momento ideal para apreciar Second Wind (2005), del estadounidense James Turrell. Entramos en esta compleja instalación arquitectónica, una construcción que a su vez contiene un foso con agua y un pasadizo que conduce al interior de una cúpula abierta al cielo por un óculo al estilo del Panteón romano. “Ahora mira hacia arriba”, indica Jimena Blázquez. Turrell se considera un escultor de la luz, y al activarse la pieza el término adquiere significado. Un sistema dinámico de ledes tiñe la estancia, pero también el cielo que se divisa a través del óculo, con una secuencia de colores vibrantes e irreales. Dura unos minutos, quizá ni eso. O puede que sea más. Aunque suene a cliché, hemos perdido la noción del tiempo.
Por su ambición técnica y formal, es un tipo de obra a la que el público no suele acceder a través del circuito habitual de museos. Se intuye que ponerla en pie —y mantenerla año tras año— debió de suponer un considerable esfuerzo económico, aunque Blázquez no detalla cifras: “Todo nuestro presupuesto va para las obras. No puedo ni tener una oficina de prensa, porque me dolería gastar ese dinero en promocionarnos antes que destinarlo al proyecto de un artista. Hay prioridades”.
Aparte de ella, otras siete personas componen el equipo humano. La fundación declara recibir cada año 50.000 visitas, cifra considerable para una institución privada de arte contemporáneo. Un 40% son nacionales (de la provincia de Cádiz, o bien de Sevilla, Málaga, Madrid y Barcelona), aunque, según apunta Blázquez, cada vez acuden más aficionados internacionales que se desvían de su ruta vacacional atraídos por algunas de sus piezas. “Llegan hasta de Japón para ver el turrell. Somos la periferia de la periferia, por estar lejos hasta de la propia ciudad de Cádiz, pero ahora eso juega a nuestro favor porque lo periférico se ha convertido en algo exótico, deseable. Muchos van corriendo la voz: ‘¿Pero no has estado? ¡Tienes que ir!’ Esto reafirma nuestro camino”.
Hacia dónde conduce ese camino es algo que ni ella sabe: “Nunca imaginé que llegaríamos a los 20 años. Mi mayor satisfacción es ver dónde están ahora todos estos artistas. Me gustaría trabajar con los que dentro de cinco o diez años serán el nuevo Eliasson, el nuevo Abdessemed. Es lo que quiero seguir haciendo”.