El comunista inglés que inventó la ‘newsletter’

Plataformas como Substack se presentan como una salvación para periodistas-marca. Pero el modelo tuvo su precedente en los años treinta

Claud Cockburn (izquierda), junto al comandante británico Fred Copeman, en Brunete en 1937.Gerda Taro (ICP / Magnum (Contacto))

Si en todo periódico hay firmas que nos gustan y otras que no, ¿por qué no pagar solo por las primeras? Esa es a grandes rasgos la lógica que sostiene Substack, la plataforma que permite a muchos periodistas fundar newsletters de pago para sus lectores/seguidores. Ya hay algunas historias de éxito, todas en Estados Unidos, que actúan como cantos de sirena para profesionales de los medios que han perdido sus trabajos en los últimos años o están a punto de hacerlo. Las de gente como ...

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Si en todo periódico hay firmas que nos gustan y otras que no, ¿por qué no pagar solo por las primeras? Esa es a grandes rasgos la lógica que sostiene Substack, la plataforma que permite a muchos periodistas fundar newsletters de pago para sus lectores/seguidores. Ya hay algunas historias de éxito, todas en Estados Unidos, que actúan como cantos de sirena para profesionales de los medios que han perdido sus trabajos en los últimos años o están a punto de hacerlo. Las de gente como el comentarista político Andrew Sullivan, el periodista especializado en tecnología Casey Newton o la analista cultural Anne Helen Petersen, que están consiguiendo ganar en torno a 100.000 dólares al año (unos 85.000 euros)cobrando a sus lectores 5 por recibir sus textos directamente en el correo electrónico. Hay también medios pequeños como The Dispatch, una revista conservadora alojada en Substack, que generó un millón de dólares en sus primeros seis meses.

Así que la newsletter, ese humilde producto del primer Internet, ha vuelto con entusiasmo. En realidad, los periódicos-de-una-persona (o de muy pocas) ya vivieron antes una época dorada, y no fue en los dos mil, sino en los años treinta del siglo pasado. Se cree que el creador de la primera newsletter fue Claud Cockburn, el clásico comunista inglés educado en Oxford que podría aparecer en una novela de Graham Greene —de hecho, ambos eran amigos—. Cockburn, que es abuelo de la actriz y directora Olivia Wilde, venía de una familia con pasado diplomático y llegó a ser corresponsal de The Times en Berlín y Washington, hasta que en 1932 dejó el periódico por divergencias ideológicas. En un par de meses, compró una máquina de mimeografía y lanzó The Week, un diario que definió como “sin duda, la cosa con el aspecto más asqueroso que haya rozado jamás la mesa del desayuno”. En una fantástica entrevista que dio en 1972 a la BBC y que está disponible en el archivo digital de la cadena británica, cuenta cómo envió 2.000 ejemplares del primer número esperando conseguir ahí unos 200 suscriptores. Le respondieron siete. Eso les sonará a muchos redactores entusiastas que se lanzan a Substack o Patreon, la plataforma en la que los fans sostienen a creadores de todo tipo, y descubren lo difícil que es lograr que la gente se separe de su dinero.

Sin embargo, el periodista, del que George Orwell habla fatal en Homenaje a Cataluña por considerarlo casi un esbirro de Stalin, sí logró convertir The Week en un artefacto influyente que sacó los colores en más de una ocasión a la prensa tradicional. Como cuando en junio de 1936 publicó que era muy probable que se diese un golpe militar fascista en España. De hecho, Cockburn estaba en España el 18 de julio, y cubrió la Guerra Civil para The Week y para el Daily Worker, el histórico órgano de los comunistas británicos, con el seudónimo de Frank Pitcairn. The Week dejó de publicarse en plena guerra mundial, en 1941, pero para entonces ya había ensuciado las mesas de desayuno de decenas de miles de lectores, incluidos Charles Chaplin y Eduardo VII, que eran suscriptores.

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