Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

¿Qué aprendimos durante la plaga de Justiniano y la peste negra?

La humanidad se enfrenta a epidemias periódicamente, pero rara vez han representado oportunidades para repensar la planificación urbana. La población se lanza a vivir en cuanto acaba y olvida las lecciones

Viajeros en la línea Victoria del Transporte público de Londres usan PPE (equipos de protección personal) como medida de precaución contra la COVID-19. TOLGA AKMEN (AFP)
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El mundo tiene la oportunidad de modificar la planificación urbana con la pandemia de covid-19, estableciendo estrategias territoriales de acuerdo a las escalas, aplicando acciones contextuales para el barrio, la ciudad y las metrópolis, que integren competitividad, resiliencia, salud y sostenibilidad.

Sufrimos las consecuencias de la peor pandemia, no la de covid-19, sino la famosa gripe española —aunque no era española— que asoló el mundo hace un siglo. Esa pandemia mató a 50 millones de personas. La primera guerra mundial ‘solo’ acabó con la vida de 40 millones. Esa contienda cambió al mundo en sus estructuras económicas, sociales, territoriales y de gobernanza. La gripe no produjo efectos de adaptación significativos en ninguno de esos órdenes, ni modificó radicalmente la planificación urbana.

Desde tiempos de Roma, con la Plaga de Justiniano entre los años 541 al 543, Europa ha sufrido pandemias periódicas. La peste negra, transmitida por las ratas, era recurrente. En algunos casos esas pandemias mataron hasta el 30% de su población.

La respuesta urbana en todas ella fue prácticamente inexistente. Durante esas pandemias el que podía abandonaba la ciudad o evitaba los contactos. Los ricos pagaban para que otros hicieran el trabajo peligroso. En ocasiones, el encierro tuvo algunos efectos positivos. Shakespeare produjo Macbeth, Antonio y Cleopatra, Cuento de invierno y La Tempestad, durante las plagas de Londres. Boccaccio escribió el Decamerón, himno al optimismo.

Tras la pandemia la gente volvía. La vida era la ciudad. La población se centraba en la recuperación económica y postergaba, u olvidaba, las enseñanzas del pasado pandémico. La neurociencia sabe hoy en día explicar muy bien estas prioridades de olvido cognitivo. En la dicotomía, entre maximización de la eficacia inmediata e introducción de medidas de seguridad a largo plazo, esta última perdía siempre la batalla.

¿Podemos aprender? ¿Como puede el territorio contribuir a afrontar las pandemias y colaborar en su control? La ciudad tal vez no cambie su estructura, a pesar del deseo de profesionales y ciudadanos. La ciudad, y en sentido más amplio, el territorio, está organizado como una máquina de producción y distribución económica. Por mucho que, a algunos o a los más, pueda disgustarles. Si se posterga este objetivo económico, inmediatamente esa ciudad pasará a ser menos eficaz y competitiva. Consecuentemente, otras metrópolis avanzarán económicamente y la nuestra se convertirá en subsidiaria de esas dentro de la distribución de rangos y dependencias internacionales. Eso se paga en términos de PIB per cápita, de reparto de riqueza y servicios sociales.

¿Qué se puede hacer para no perder eficacia y, sin embargo, introducir resiliencia hacia las pandemias? La ciudad tiene que ser como es, mejorándola, pero no es posible cambiar el paradigma urbano determinado por procesos de producción y distribución. Si se puede, sin embargo, tenerla preparada para adaptarse al momento de la pandemia. Algo que no hemos sabido hacer con esta última.

Esa respuesta consiste en:

  1. aislar la infección en unidades estancas; y
  2. tratarla diferencialmente en cada una de esas unidades.

Una estrategia similar a la que se tiene para hacer frente a los incidentes en los submarinos. El diseño busca la máxima eficacia. Sin él, el submarino no sería competitivo. Pero se establece una segmentación física temporal en caso de incidentes. Y en cada uno de los segmentos afectados se trata cada problema específicamente. La ciudad debe ser como una cadena de valor para que no se hunda.

La ciudad debe ser como una cadena de valor para que no se hunda

El territorio está compuesto de diversas escalas: la escala arquitectónica (aprox. 1/50), la escala de barrio (1/500), la escala de ciudad (1/5.000), metropolitana (1/50.000), nacional (1/500.000), continental (1/5.000.000) y global (1/50.000.000). Hoy en día, solo hemos podido responder segmentando ese territorio en dos escalas: la escala nacional, cerrando las fronteras, y la escala arquitectónica, encerrando a las familias en sus viviendas. No hemos sido capaces de aislar los restantes niveles de escala. No las tenemos preparadas para su segmentación.

El barrio es la esencia de esa segmentación de identidad. Las identidades de barrio son la unidad, tal y como plantea la teoría metropolitana del Archipiélago o, ahora, de la ciudad de los 15 minutos. Estas unidades deben ser fluidas e integradas. Es la escala de barrio (1/500) de las ‘supermanzanas’ de Le Corbusier y otros, recuperadas hoy por Barcelona. Pero esa escala no es suficiente. Esa estrategia de segmentación invisible y dialogante debe realizarse a cada una de las escalas. No solo en las escalas nacional y familiar, como en esta pandemia. Faltan la escala urbana, y la metropolitana.

Hoy en día, solo hemos podido responder segmentando ese territorio en dos escalas: la escala nacional, cerrando las fronteras, y la escala arquitectónica, encerrando a las familias en sus viviendas

Después de décadas de práctica metropolitana, sabemos que la metrópolis no debe ser una conurbación que crece informalmente como mancha de aceite hasta el infinito. Las metrópolis deben ser el conjunto de unidades urbanas que comparten diariamente un número significativo de conmutaciones como ciudades intermedias independientes que forman un conjunto. Tienen que evitar su conurbación en un continuo consolidado, y permitir la integración medioambiental e urbano-rural continua y sostenible.

Es muy pronto para establecer una relación causal más definitiva y multi-causal entre la densidad y la pandemia. Según una anécdota, Albert Einstein preparó un examen a sus alumnos de física; uno de sus estudiantes le dijo que había un error porque eran las mismas preguntas del año anterior, Einstein respondió: "Las preguntas son las mismas pero este año las respuestas son diferentes". Hay que mantener la mente alerta para pensar en la ciudad post-pandemia que con el conocimiento actual y mejor comprensión del contexto y sus escalas nos permita minimizar los riesgos que la humanidad va a seguir enfrentando en este mundo del futuro.

Marco Kamiya es economista senior de la División de Conocimiento e Innovación de ONU-Habitat.

Pedro Ortiz es profesor y consultor internacional, fue alto cargo de la ciudad de Madrid.

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