El pacto de los guardianes del Mediterráneo

Los pescadores artesanales de las islas Egadas de Sicilia participan en la gestión de la mayor área marina protegida de Europa para asegurar su supervivencia

Rosario Ritunno (izquierda) y su compañero, Paolo Sinagra (derecha), faenando. En vídeo, el pacto de los pescadores de las islas Egadas.Vídeo: B. Martín / Carlos Martínez

“Ha sido un día regular”, dice Rosario Ritunno mientras deshace los nudos de la red de medio kilómetro de largo apilada en una esquina de su barco. “Lo mejor que hemos pescado es el vino del supermercado”, bromea. Ritunno, de 42 años, es uno de los 40 pescadores artesanales de las islas Egadas, situadas en la costa oeste de Sicilia. Aunque faena a diario en la mayor área marina protegida (AMP) del Mediterráneo —540 kilómetros cuadrados de mar paradisíaco— esto no le ha protegido de la contaminación del agua, la competencia de la pesca industrial, las frecuentes incursiones de los delfines a sus redes y la restricción legal a su actividad. Ritunno y sus compañeros están en una situación crítica, pero no luchan contracorriente. Donde otros protestarían, los pescadores de las Egadas han tomado las riendas de la reserva marina, convirtiéndose en unos de los primeros pescadores del Mediterráneo en participar en la gestión de un área protegida para asegurar su supervivencia.

Junto al barco del pescador, un navío más grande lleno de turistas se mece en las olas de una cala esmeralda. Los visitantes a bordo, que suman unas 15 personas, vienen del puerto de Favignana, la mayor de las islas Egadas, y han pagado por una experiencia de pesca-turismo. Aplauden y sacan fotos con el móvil cuando un pulpo sale de la red. En menos de una hora, podrán degustarlo en la propia cocinilla del barco. “En las últimas décadas el mar ha ofrecido cada vez menos, por eso hemos tenido que dar un poco de espacio al turismo para sobrevivir”, dice Ritunno. “Pescamos y cocinamos el pescado a bordo: kilómetro cero, del mar a la sartén. En verano trabajamos con los turistas y conseguimos ahorrar algo para sobrevivir en invierno”, explica.

Rosario Ritunno con dos pulpos recién pescados.Bruno Martín

No solo son pescadores, cocineros y guías turísticos. Son basureros del océano que participan en la recogida de plásticos de las zonas más inaccesibles del archipiélago. Son guardas medioambientales que denuncian la actividad ilegal en el mar. De hecho, las tareas de estos pescadores sicilianos nunca han sido más diversas. Como parte de su nuevo acuerdo con las autoridades locales, formalizado la semana pasada con la firma de un Código de Conducta voluntario, también se han convertido en técnicos de investigación. El área marina protegida acoge animales amenazados como la tortuga boba (Caretta caretta), la foca monje (Monachus monachus) y varias especies de cetáceos. Cada vez que los pescadores avistan un ejemplar, rellenan una tabla de datos que luego envían a los biólogos marinos de la reserva. Cuando un animal está en apuros, lo llevan a un centro de recuperación. Reconocen que el futuro de la pesca depende de la sostenibilidad ambiental en las islas.

No siempre fue así, recuerda Ilaria Rinaudo, colaboradora técnico-científica del área marina protegida y una de las encargadas de coordinar la gestión compartida de la reserva con los pescadores. “Cuando se creó el área marina protegida [en 1991], los pescadores la percibieron como un límite, un obstáculo para su propia actividad”, explica. Ahora, el área marina protegida de las Egadas se ha convertido en uno de los 11 laboratorios naturales donde se está estrenando el proyecto europeo FishMPABlue 2 bajo la tutela de varias organizaciones ecologistas, incluidas IUCN y WWF. El piloto pretende identificar las mejores formas de colaboración entre pescadores artesanales y gestores medioambientales del Mediterráneo, con la intención de acabar fomentando estas prácticas en todas las regiones costeras para garantizar la explotación sostenible del mar.

Un pescador firma el Código de Conducta voluntario del área marina protegida de las islas Egadas.Bruno Martín

Los pescadores no cobran por este nuevo papel, más allá de un incentivo “simbólico” al comienzo del programa. Una de las formas en que se ven inmediatamente beneficiados, explica Rinaudo, es en su molesta batalla contra los delfines. Hace años intentaron ahuyentarlos de sus barcos con equipos de sónar, pero con el tiempo, los animales aprendieron a seguir el ruido para encontrar la comida más rápidamente. Ahora, los pescadores confían en el Ayuntamiento de Favignana (que gestiona el área marina protegida por encargo del Ministerio de Medio Ambiente de Italia desde 2001) para encontrar solución al problema. Recogen vídeos y datos minuciosos sobre cada grupo de cetáceos para que los biólogos puedan encontrar remedios pacíficos y eficaces.

Tampoco era frecuente que los pescadores rescatasen tortugas, comentan los científicos. Estos reptiles pueden comer tanto plástico que quedan flotantes, incapaces de alimentarse o varados en las playas. Los pescadores evitaban subirlos a bordo de sus embarcaciones por temor a las leyes contra el tráfico de animales, pero ahora no dudan en llevarlos al centro de primeros auxilios para tortugas de Favignana. Algunos incluso vuelven de visita tras la jornada en el mar, interesándose por sus criaturas mientras éstas se recuperan en la isla.

Daniela Sammartano, bióloga de la reserva marina, atiende a la tortuga Albert por ingesta de plásticos en la clínica de Favignana.Carlos Martínez

Sin embargo, la esencia de lo recogido en el nuevo acuerdo no es nueva en absoluto, asegura Giuseppe Sieli, que también es colaborador técnico-científico de la reserva. “El Código de Conducta firmado por nuestros pescadores no ha sido otra cosa que dar carácter oficial a una actividad que en realidad ya realizaban antes por voluntad propia”, dice el biólogo marino. “Ellos saben perfectamente que son los verdaderos usuarios del mar y por eso automáticamente, sin que nadie les dijera nada, cuando veían plástico en el mar, lo recogían, lo cargaban a bordo y al llegar al puerto lo tiraban”, recuerda. Según su compañera Rianudo, el valor del documento es puramente simbólico, ya que representa el punto de encuentro entre la protección medioambiental y la pesca profesional, con el objetivo común de la sostenibilidad.

“Nosotros confiamos en esto que está haciendo el área marina protegida porque nosotros también vivimos del mar”, es el argumento del pescador Michele Ritunno, primo de Rosario. “Nosotros estamos 24 horas en él, nos levantamos de madrugada, salimos todos los días, hacemos lo que no hacen las autoridades, porque ellos tienen unas zonas de guardia y terminan”, explica. “Y también está la nueva generación: queremos transmitir a los jóvenes lo que es proteger el mar, el día de mañana hacerles entender a mis hijos que hay que eliminar los plásticos del mar”, añade. Michele Ritunno no ve un futuro fácil: “Nos convertiremos en un museo”, lamenta. “Por ahora existen estos proyectos, proyectillos… son una cosa buena para el pescador, pero hay que hacer algo más. Hay que restablecer las poblaciones [de pescado]” concluye, tajante.

Michele Ritunno (izquierda) con un grupo de clientes haciendo 'pesca-turismo'.Bruno Martín

Como varios de sus compañeros, Michele Ritunno ve un verdadero problema en la sobrepesca, a la que se ven obligados por las circunstancias. Otro pescador, Francesco Bevilacqua, recuerda practicar varios tipos de pesca con su padre. La rotación de una especie a otra permitía un tiempo de recuperación para las poblaciones de peces cada temporada. “Con la introducción de algunas leyes, ese tipo de pesca se extendió a todo el año, lo que no está bien, según como pienso yo porque he nacido en ese sistema que en mi opinión funcionaba”, explica Bevilacqua. Michele Ritunno sostiene que la única forma de regenerar las poblaciones será imponer una suspensión temporal a la pesca, o varias, y otorgar subvenciones para que los pescadores las puedan cumplir.

“Esperemos que algo se arregle, esperemos que la ayuda del área marina protegida nos eche una mano, porque si seguimos así no creo que haya un futuro con la pesca”, dice Rosario Ritunno: “Somos optimistas. Hay que ser optimistas. Porque sin pescado, ¿cómo podremos tomar vino? No se puede”.

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