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Pedro Sánchez y Mariano Rajoy: las imágenes clave de la moción de censura Un guiño, un apretón de manos, un abrazo, un escaño vacío y unas notas. Las 48 horas en que el Gobierno de España cambió dejaron estos instantes que comentan las firmas de EL PAÍS Rubén Amón, Anabel Díez, Luz Sánchez Mellado, Javier Ayuso, Juan Cruz, Javier Casqueiro, Álvaro Nieto, José Ignacio Torreblanca y Teodoro León Gross Ahí lo tienen. Feliz. Pedro Sánchez Castejón, madrileño de 46 años. El hombre que consiguió lo que parecía imposible. Por un lado, derribar a Mariano Rajoy, un superviviente nato. Por otro, ganar por primera vez una moción de censura. Es la segunda resurrección de Sánchez, después de haber perdido el liderazgo del PSOE y lograr recuperarlo un año después. Cuando las encuestas auguraban el peor escenario para su partido, ha logrado dar un triple salto mortal y caer de pie. Por eso no extraña esa cara de felicidad ante los fotógrafos después de haber sido investido presidente del Gobierno. Uly Martín En la esquina superior del cuaderno de Sánchez se leen las palabras PP y corrupción. Si la crisis derrotó a los socialistas, la corrupción ha demolido al PP. Los socialistas pagaron su gestión de la crisis económica desencadenada en 2008 con una derrota estrepitosa y humillante en las elecciones de octubre de 2011. Pasaron de 11 a 7 millones votos y de 169 a 110 escaños. Y en 2015 volvieron a hundirse hasta los 5 millones de votos y los 90 escaños, que en 2016 se quedaron en 84. La indignación social a costa de la corrupción les ha devuelto al poder. Uly Martín El follón de fotógrafos, cámaras y periodistas se trasladó en la tarde noche del jueves del Congreso de los Diputados, donde se discutía la primera moción de censura que ha derribado a un presidente en la reciente historia democrática de España, a apenas 500 metros, a las puertas del restaurante Arahy, junto a la mítica Puerta de Alcalá de Madrid, donde sirven un atún rojo espectacular. El menú degustación cuesta 60 euros: pez mantequilla trufado, croquetas cremosas de boletus y exquisiteces como el ceviche, sashimi, tataki y vaca rubia gallega. Allí, en un reservado, se refugió Mariano Rajoy ocho horas, escoltado por los ministros Dolores de Cospedal, Íñigo de la Serna y Fátima Báñez, y otros colaboradores. Tras constatar la traición del PNV, que respaldó la iniciativa del socialista Pedro Sánchez, Rajoy abandonó la Cámara baja a las dos de la tarde para almorzar, perderse todo el debate y salir del restaurante pasadas las diez de la noche. Su escaño del Congreso lo ocupó toda esa tarde un bolsón negro y grande de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Claudio Álvarez Hay algo tribal en la moción: el tam-tam de Ferraz ha convocado a las tribus de la izquierda y los territorios del norte para tomar el poder. Los vascos, entre todas las tribus, dirimen el resultado. En ese instante, ahí, se escenifica una contradicción maravillosa: todos aguardan el veredicto del Euskadi Buru Batzar, el consejo jeltzale, como catorce druidas en Stongenhe o catorce sabios en el Oráculo de Delfos… pero la voz de este órgano de resonancias primitivas se transmite a través de un iPhone, mediante whatsapp. Parece una metáfora del PNV, depositario de las esencias tradicionalistas, vicarios de la modernidad. Las gradas están expectantes; y Aitor Esteban parece preparado, como en el Circo Romano, para subir o bajar el pulgar… Rajoy debe morir. Uly Martín Todo ha terminado. Pedro Sánchez había conseguido tumbar a Mariano Rajoy en la primera moción de censura que triunfa en la España democrática. Los presidentes saliente y entrante se dan la mano con gestos muy diferentes. El líder del PP, que se despidió con grandeza desde la tribuna de oradores (después de desaparecer durante horas del Congreso), felicita el secretario general socialista, con más educación que entusiasmo, y en seguida le retira la cara y baja la mirada al suelo. El líder del PSOE le mira satisfecho de lo que ha conseguido, aunque su sonrisa destila un poco de pena ante el perdedor. Sabe que algún día le tocará a él. Así es la política. Uly Martín Esta es una imagen que demuestra lo contrario de lo que pretende. El apretón de manos es fuerte y plantea la escena la superioridad jerárquica del nuevo presidente, pero Aitor Esteban expone con la mirada todos sus recelos y escepticismo. Se diría que Sánchez trata de confortarlo. Y que la bóveda del Parlamento solemniza el besamanos, pero la fotografía aloja una inquietante tensión. Si pudiera recurrirse al bocadillo de un cómic, Sánchez estaría diciendo que va a cumplir las tres promesas -Presupuestos, retraso electoral y apoyo al Gobierno de Euskadi- pero en realidad la parte más débil y menos fiable es la palabra sin palabra del PNV, tantas veces subordinada al oportunismo y a la traición. Víctor J Blanco (Gtres) Hay afecto en esa mano. Pero si no funcionara también el gesto de esos labios en los que se lee el deseo de la buena suerte, todo se quedaría en la expresión propia de los encuentros casuales. Y aquí existe una química hecha a base de secretos, donde se arbitra lo que de veras une a la gente también cuando se abraza para despedirse. Soraya no es aquí ya la segunda de Rajoy, es su sustento, la que le resolvía las últimas preguntas. Diego Crespo (EFE) Las horas pasaban y la vicepresidenta del gobierno, ahora en funciones, continuaba sola en su escaño. El asiento del presidente, Mariano Rajoy, permaneció vacio desde la una de la tarde del viernes. Solo el bolso de la vicepresidenta reposaba en el principal escaño del banco azul a la espera de que su titular lo ocupara. Rajoy había salido a almorzar con algunos ministros pero se esperaba que volviera al Congreso para continuar con la segunda parte de la moción de censura. Pero no llegó. En solitario, la vicepresidenta, escuchó hora tras hora reproches infinitos hacia el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, de todos los portavoces que subieron a la tribuna. Tanto los que iban a apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez, como los que la iban a rechazar. El concernido no los escuchó. Francisco Seco (AP) Esta la despedida de un político clásico, de los de floridos discursos e ingeniosas réplicas desde el escaño, de los de traje, corbata y portafolios. Alguien de otro tiempo ante un mundo que ha cambiado. Dice de él uno de los grandes líderes políticos de la democracia española que "es el único ser que sin moverse, avanza". Ese avanzar lento, cauteloso, aletargado se refleja en esta foto, una despedida a su bancada y al parlamento, en el que entró en 1986. Se va el aún presidente consciente de que su tiempo ha acabado, de que le quedan horas. No está en su naturaleza la estridencia, por eso le deseará, a pesar de todo, suerte a Sánchez e instantes después, aún en Moncloa, le pedirá a sus personas más cercanas que comiencen a empaquetar. Viene, como él diría, "un lío", unos días de cambios y turbulencias y ni siquiera cuarenta años en política parecen haberle preparado para ello, a tenor del gesto abatido y la sonrisa amarga. Dani Gago Tanta hecatombe, tanto acabose y tanto apocalipsis y resulta que estaba todo escrito y cantado hace décadas. Pedro Navaja, perdón, Sánchez, irrumpió en política con el tumbao que llevan los guapos al caminar. Se batió a muerte con propio y ajenos y, en parte por sobrestima propia, en parte por subestima ajena, ha muerto y resucitado y ascendido a los cielos y, de momento, esta noche duerme en La Moncloa. “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios. Cuando lo manda el destino, no lo cambia ni el más bravo. Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”. La canción de Rubén Blades acaba de malísima manera. “Quien a hierro mata, a hierro termina”. Pero mientras llega o no llega, que le quiten lo bailao al figura. Claudio Álvarez