Colombia y las paradojas del castrochavismo

El fantasma de los regímenes autoritarios se ha instalado en la conversación pública

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos conversa con el máximo líder de las FARC, Rodrigo Londoño, alias Timochenko. MAURICIO DUEÑAS CASTAÑEDA / EFE

En la opinión pública de Colombia se ha instalado un epíteto que, aplicado a la realidad de ese país, refleja algunas de las paradojas a las que se enfrenta su clase política cuando falta menos de un año para las elecciones presidenciales de 2018. Esa palabra, repetida cada día en los medios, en las redes sociales y en distintos foros de debate, es castrochavista y hace referencia a Fidel Castro y al expresidente venezolano Hugo Chávez. ¿Qué tiene que ver el modelo defendido por esos dos gobernantes con la tradición de un Estado que presume de su condición de democracia liberal? Todo ...

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En la opinión pública de Colombia se ha instalado un epíteto que, aplicado a la realidad de ese país, refleja algunas de las paradojas a las que se enfrenta su clase política cuando falta menos de un año para las elecciones presidenciales de 2018. Esa palabra, repetida cada día en los medios, en las redes sociales y en distintos foros de debate, es castrochavista y hace referencia a Fidel Castro y al expresidente venezolano Hugo Chávez. ¿Qué tiene que ver el modelo defendido por esos dos gobernantes con la tradición de un Estado que presume de su condición de democracia liberal? Todo es fruto de la guerra con las FARC.

Colombia acaba de salir de un conflicto armado de más de 50 años tras firmar, el año pasado, unos acuerdos con la guerrilla que la oposición encabezada por el exmandatario Álvaro Uribe considera inaceptables. El actual jefe del Gobierno, Juan Manuel Santos, con una popularidad en caída libre en los últimos meses, es un político de ideología moderada. Fue, de hecho, quien combatió a la insurgencia marxista como ministro de Defensa de Uribe. Aun así, la negociación de la paz y unas concesiones que los conservadores no están dispuestos a admitir, sobre todo en materia de política carcelaria, han hecho aflorar en la conversación pública el fantasma del castrochavismo.

Esa acusación encierra una contradicción, pero tiene una explicación. Choca, por ejemplo, con los insultos que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, dirige casi a diario contra Santos, a quien tachó recientemente de “hipócrita” y “fracasado”. Sin embargo, parte de la sociedad colombiana le ve como el responsable de que las FARC tengan, a partir de la próxima legislatura, representación parlamentaria garantizada. Y los líderes de la guerrilla, que está a punto de convertirse en partido, no ocultan su admiración por el sistema político de Cuba o del país vecino, al que suelen citar como ejemplo.

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