Cómo viajar a lo grande sin destrozar el planeta

Lujo y exceso han dejado de ser dos caras de una misma moneda. Esta ruta por Chaouen, Tamouda Bay y Tetuán tendría el visto bueno de marqueses y activistas

El origen botánico del azul Chaouen es aún un misterio. Allá por el siglo XV, según cuentan los lugareños de esta ciudad al noreste de Marruecos de 35.000 habitantes, sus casas de piedra empezaron a teñirse de un azul casi psicodélico, intenso, como de cielo arrebatado. La causa se desconoce, aunque hay teorías para todos los gustos: ahuyentar a los mosquitos, identificar las moradas de los judíos, como simple guiño estético… En cualquier caso, hoy toda la ciudad luce ese color en sus edificios, hasta el punto de que existe un segundo alcalde en la urbe que vela por su correcta aplicación. “He...

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El origen botánico del azul Chaouen es aún un misterio. Allá por el siglo XV, según cuentan los lugareños de esta ciudad al noreste de Marruecos de 35.000 habitantes, sus casas de piedra empezaron a teñirse de un azul casi psicodélico, intenso, como de cielo arrebatado. La causa se desconoce, aunque hay teorías para todos los gustos: ahuyentar a los mosquitos, identificar las moradas de los judíos, como simple guiño estético… En cualquier caso, hoy toda la ciudad luce ese color en sus edificios, hasta el punto de que existe un segundo alcalde en la urbe que vela por su correcta aplicación. “Hemos intentado, con investigaciones en varias universidades, localizar la planta con la que hace seis siglos se lograba este color, pero ha sido imposible”, cuenta un guía turístico de la ciudad. El pigmento de aquella época se ha reproducido por procedimientos químicos, lo que confiere a la ciudad una apariencia de fábula.

Proyectos de cooperación con la Junta de Andalucía o la UE han permitido la llegada constante de subvenciones a Chaouen (también llamada Chefchaouen) con las que se ha protegido la arquitectura de su medina de una manera excepcional. Hippies de toda Europa desembarcan en la región atraídos por una vida artesana y calma, muy similar a la de los pueblos españoles antes de que todos nos mudáramos a Madrid, Barcelona o Zaragoza. Miguel Gilito es uno de ellos, propietario de uno de los 14 hoteles regentados por españoles que hay en la provincia. Este valenciano de 50 años emigró a Marruecos en 2011, cuando su empresa quebró. Hoy es propietario de Casa Miguel, de un rotundo color azul. “Era una oportunidad para ejercer mi gran pasión: restaurar casas antiguas”, explica: “De mi vida en Chaouen me quedo con la hospitalidad de la gente y su riqueza natural”. El Parque Nacional de Talassemtane permite diversas rutas senderistas, y de especial belleza son las cascadas de Akchour. La gastronomía típica abarca el tayín de cordero, cuscús o sopa de tomate, elaborados a partir de las materias primas que venden los prósperos campesinos de la región. Sí, hemos dicho “prósperos”: las montañas del Rif, en cuyas estribaciones se sitúa la urbe, están salpicadas por innumerables granjas de marihuana, como delataban los datos del Observatorio Geopolítico de las Drogas (OGD).

“Para que un hotel sea sostenible, no basta con ser medioambiental; hay que demostrar un compromiso con la comunidad local y aunar sus intereses con las necesidades de empleados y huéspedes” (Erika Albert, licenciada en Política Urbana y Medioambiental)

No muy lejos de este ajetreo con tintes de leyenda árabe, y a 15 kilómetros de Tetuán y su aeropuerto, se encuentra otra zona en auge de naturaleza bien distinta, Tamouda Bay, una bahía mediterránea de gran infraestructura hotelera que recrea un estilo de vida más cercano al lujo de Marbella y la Riviera francesa que a la tradición del pueblo bereber (etnia milenaria que convive con los árabes en el norte de África). De hecho, es el lugar de veraneo del rey Mohamed VI, que se ha implicado personalmente en la promoción urbanística de la zona. Dos hoteles de alto nivel acaban de abrir en la región, y se prevé que para 2017 hagan lo mismo cuatro más, Ritz Carlton y Four Seasons, entre ellos. O lo que es lo mismo: de cinco estrellas para arriba.

Este concepto de lujo, sin embargo, busca diferenciarse de la opulencia por la opulencia, como indica Christian Langlade, director de Banyan Tree Tamouda Bay, un complejo de 92 espectaculares villas que abrió sus puertas el pasado 1 de septiembre. Es lo que se conoce como lujo sostenible. Estudiosos del sector, como Erika Albert, licenciada en Política Urbana y Medioambiental y autora de la tesis doctoral Hoteles sostenibles, cómo la industria está yendo más allá de lo verde, lo resume así: lujo y exceso han dejado de ser dos caras de la misma moneda. “Hay que desarrollar estrategias que limiten el desperdicio sin sacrificar la experiencia del cliente”, detalla. Pero hay más: “Para que un hotel sea verdaderamente sostenible no basta con una conciencia medioambiental, sino que también hay que demostrar un compromiso con la comunidad local”.

En consecuencia, el lujo en Tamouda Bay, pese a encajar con estándares europeos, no da la espalda a su zona, sino que se nutre de ella. Lo explica Langlade: “El 60% de nuestros trabajadores proviene de un radio de 60 kilómetros; la mayoría de los lácteos los compramos en Chaouen; el pescado, en cooperativas locales; impartimos cursos sobre turismo sostenible en la Universidad de Tetuán y todo el café que servimos lo produce una compañía de comercio justo de la región”. En opinión de Albert, este es el único camino digno: “Los hoteles sostenibles deben alinear las necesidades de empleados, huéspedes y comunidades locales sin impedir que las próximas generaciones hagan lo mismo en el futuro”.

“En este hotel no hay gorros de ducha”

Como ocurre en el mundo de la moda, son muchos los sellos que garantizan el carácter sostenible de un hotel y se echa en falta más unidad. En Banyan Tree, por ejemplo, trabajan con EarthCheck, un sello de la compañía EC3 Global que garantiza el compromiso de los complejos hoteleros en siete campos: implementación de una política de desarrollo sustentable; cuidado del agua; consumo de energía; manejo de desperdicios; consumo de papel; uso de pesticidas; empleo de productos de limpieza e higiene y compromisos con la comunidad local. Otro de los más populares es LEED, presente sobre todo en EE UU y otorgado por el Consejo de

la Construcción Ecológica del país. En este caso, se incentiva una construcción sostenible, lo menos contaminante posible. Según Eirka Albert, experta en lujo sostenible, este sello es difícil de conseguir porque requiere de unas innovaciones tecnológicas caras, “pero desde LEED aseguran que, como mucho, el coste de la construcción subirá un 5%. Al final, compensa”. La UE promuebe el sello Ecolabel, que desvela al viajero algunas verdades sobre el hotel: al menos el 50% de la electricidad proviene de fuentes renovables, la ducha expulsa un máximo de 9 litros de agua por minuto y no se usan productos desechables como gorros de baño para evitar acumular desperdicios. Otros sellos similares son Green Key o Energy Star.

Entre las medidas medioambientales, reducir un par de grados la temperatura del agua (en Banyan Tree no exceden de los 60º, “suficiente para matar la bacteria legionella”) y trabajar con sistemas de luz regulables, que permiten estancias semiluminadas, se han mostrado altamente eficaces. Para hacernos una idea, en EE UU el sector hotelero es la quinta industria que más emisiones de CO2 expulsa en todo el proceso que va desde la construcción del complejo hasta su actividad diaria, según la Oficina de Prevención Medioambiental Americana. En Banyan Tree reducen a la mínima expresión los deportes acuáticos de motor por respeto a los océanos.

Busque su tesoro en el zoco de Tetuán

Enfrentase a nuevos sonidos, olores, lenguas o sabores en un viaje fomenta la creatividad en las personas a su vuelta al país de origen, según ha investigado Adam Galinsky, profesor de Columbia Business School, en numerosos estudios. Así las cosas, aunque cueste, conviene escaparse durante unas horas del placentero ecolujo para continuar este periplo por el norte del Rif, que solo puede acabar en Tetuán.

Con una medina que es Patrimonio de la Humanidad desde 1997, y que sobresale en el norte marroquí, despliega en su interior un zoco indispensable, destartalado y bullicioso (olvídese de los estándares de higiene del cinco estrellas). Perderse en sus callejuelas es una experiencia casi mística. Y comer por tres euros, también. Procure echar un vistazo en alguno de sus herbolarios donde el boticario dispensa productos cosméticos (ni se preocupe por el idioma: Tetuán fue capital del protectorado español hasta 1956) como el aceite de argán, originario de las cooperativas de mujeres de Marrakech y Essaouira (de cada cinco kilos del fruto se extrae un litro de aceite). Si Chaouen era cuento, Tetuán es barrio puro, un olor intenso a cilantro y hierbabuena que se agarra a la ropa y ya no sale. Mientras tanto, en Tamouda Bay, la piscina de su villa privada no tiene planes de irse. Libre como un mochilero, pero sin dolor de espalda.

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