El expolio como crimen de guerra

Los conflictos bélicos ponen en peligro la historia de países como Irak y Siria, donde se saquean sin control importantes yacimientos

Eric Lafforge (Corbis)

Son las siete de la mañana y el sol comienza a inundar un enterramiento del Antiguo Egipto en Abusir el-Malek. Monica Hanna, una reconocida egiptóloga, topografía los restos del desastre: los saqueadores han aprovechado la noche para despojar el yacimiento. En el recorrido tiene que sortear decenas de huesos de momias desmembradas. Eso no interesa a los ladrones. “Nunca sabremos la historia de estas personas, cómo vivieron, cómo murieron; cuáles eran sus creencias. Es historia perdida”, se lamenta Hanna.

La voz resulta débil frente al poder de las mafias, que han creado un negocio sobre...

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Son las siete de la mañana y el sol comienza a inundar un enterramiento del Antiguo Egipto en Abusir el-Malek. Monica Hanna, una reconocida egiptóloga, topografía los restos del desastre: los saqueadores han aprovechado la noche para despojar el yacimiento. En el recorrido tiene que sortear decenas de huesos de momias desmembradas. Eso no interesa a los ladrones. “Nunca sabremos la historia de estas personas, cómo vivieron, cómo murieron; cuáles eran sus creencias. Es historia perdida”, se lamenta Hanna.

La voz resulta débil frente al poder de las mafias, que han creado un negocio sobre destrucción. La Unesco estima en 6.000 millones de dólares el dinero que mueve al año el tráfico ilícito de antigüedades en el mundo. En el desvarío, el Estado islámico cobra un impuesto a los expoliadores en Irak y Siria. En el primer país existen más de 4.000 yacimientos cerca de ser controlados por extremistas armados. Peligran capitales míticas del Imperio asirio como Assur, Nimrud, Khorsabad o Nínive. “El patrimonio iraquí enfrenta una nueva ola de destrucción”, advierte Amir Abdulamir al Hamdani, arqueólogo formado en la Universidad de Bagdad.

En la otra cara del planeta, Sarah Parcak, de la Universidad de Alabama (Estados Unidos), observa en su despacho excavaciones ilegales que capta su ordenador vía satélite. Lo peor es que no se puede hacer mucho más además de observar y denunciar. Existen yacimientos a los que las milicias impiden el acceso. Se pierden ciudades sirias donde el ser humano aprendió a ser, y no solo a vivir, como Dura-Europos, Palmira o Apamea. Unas 2.500 personas (arqueólogos, ingenieros, guardas) intentan proteger su patrimonio; algunos, relata Maamoun Abdulkarim, director general de Antigüedades y Museos de Siria, “dando sus vidas en aras del deber”.

¿Pero quién puede proteger estos pedazos de nuestra historia? No se puede exigir a los sirios, ni a los egipcios, ni a los iraquís que sean héroes. Las guerras empujan a situaciones extremas. “Hay civiles desesperados que desentierran antigüedades para comprar productos básicos o escapar del país”, matiza Sam Hardy, cuya web Conflict Antiquities alerta del expolio en Siria.

En Occidente la reacción se debate entre la incomprensible ignorancia y las denuncias. En el número 19 de Crown Passage abre su galería Rupert Wace, uno de los principales marchantes de antigüedades de Londres. “Ha sido una sorpresa agradable ver que no han entrado piezas de zonas en conflicto”, afirma. No es así. Rosario Pintaudi —experta en papiros—comenta cómo algunos objetos robados en Antinoopolis (Egipto) aparecieron en la casa de pujas Bonhams. El expolio perdura para que un coleccionista pueda tener un tesoro en su estantería.

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