El auge de las carreras universitarias que mejoran o salvan la vida de los pacientes... y que no son Medicina
Solo uno de cada 13 solicitantes logra entrar en el grado estrella, pero no paran de surgir nuevos títulos vinculados a la ciencia y la tecnología sanitaria
Apenas uno de cada 13 solicitantes de la carrera de Medicina logró la plaza en el curso 2022/2023 en una universidad pública y aunque este año el Gobierno ha aumentado algo más de un 10% las plazas ―ha financiado 706 puestos extra para cubrir las vacantes venideras de doctores―, lo cierto es que miles de personas se quedan fuera. Y optar por las privadas no está al alcance de cualquier bolsillo, pues puede costar hasta 21.000 euros al año y son seis. Pero los campus ―que desde 2010 pueden crear sus propios títulos fuera de un catálogo fijado por la Administración― no paran de inaugurar nuevos grados para profesionales que trabajan codo con codo con los doctores y que pueden resultar atractivos también a aspirantes a Medicina que no han logrado entrar. Aunque, ojo, estas titulaciones suelen requerir una nota de corte elevada y la guerra por la milésima está servida.
La competencia en el acceso a Medicina siempre fue altísima, pero la pandemia puso de manifiesto la importancia de los servicios sanitarios y la demanda ha subido desde entonces un 76%. Otras carreras de asistencia sanitaria ―enfermeras, psicólogos o fisioterapeutas― también tienen muchos interesados y se abre ahora la vía de la pura investigación.
“Como casi todo en este mundo, la salud es un tema cada vez más complejo. Hay una parte asistencial de la que se encarga sobre todo la medicina, pero hay también muchos componentes que permiten tener nuevos tratamientos y diagnósticos, el tener más conocimiento de las enfermedades. Lo vimos bastante claro con la pandemia”, sostiene Alfonso Mendoza, doctor en microbiología. “Las soluciones vinieron de la investigación biomédica, que es la que acaba desarrollando una vacuna y unos tratamientos que desarrollan diagnósticos. La investigación crea las herramientas necesarias para la asistencia”. Estos instrumentos clave para el sistema sanitario engloban muchas nuevas carreras ofertadas por el sistema español: Bioinformática, Ciencias Biomédicas, Bioingenierías, Genética, Bioquímica, Biotecnología o Neurociencia.
La Universidad Carlos III pretendía arrancar este septiembre dos grados en Getafe (Madrid), Neurociencia y Ciencias Biomédicas, pero un retraso en las obras le ha llevado a apostar solo por el primero. “Ni en España ni en la Europa continental hay uno igual. La Universidad de Maastricht [Países Bajos] tiene uno [llamado] Neurociencias, pero cuando entras en el programa no tiene mucho que ver”, explica Mendoza, coordinador del grado. “En Estados Unidos, Canadá y Australia hay mucha tradición”. Su facultad ha decidido hacer un “grado interdisciplinar” que aúne las tres formas anglosajonas de abordar la neurociencia ―la biología alrededor del funcionamiento del sistema nervioso, el comportamiento y el aprendizaje, y el desarrollo de modelos matemáticos que ayuden a entender mejor cómo funciona el cerebro― con la idea de que los estudiantes se especialicen luego con el máster. Ofertarán entre 35 y 40 plazas, la docencia será en inglés y no hay una nota de acceso orientativa al tratarse del primer año. Lo que sí han detectado es interés entre los bachilleres.
El campo de las Ciencias Biomédicas está más explorado. “Cabíamos en un taxi cuando creamos la asociación en 2018 y ahora necesitamos más que un microbús. Dos facultades acaban de solicitar el ingreso”, cuenta el cirujano Luis Capitán, decano de Medicina y presidente de la Asociación de decanos y decanas de Biomedicina, Ciencias Biomédicas y afines de España. Ya son 17. “La carrera combina los conocimientos de la medicina y la biología, con la idea de que los alumnos al final de la carrera puedan aplicar avances en biología celular y molecular al área médica. Es verdad que, a veces, la ciencia básica caminaba por otro sitio y no llegaba a la clínica”, reconoce Capitán, que subraya la buena empleabilidad de sus graduados. Entre el 70% y el 73% trabaja a los dos años de terminar. Suelen hacer el máster.
En 2009 la Universidad de Alcalá de Henares creó el grado de Biología Sanitaria desgajando en dos el de Biología y su decisión fue muy bien acogida por los estudiantes. La nueva titulación se posicionó como la tercera con una nota de acceso más alta de la UAH y hoy se sitúa la segunda, detrás de Medicina, cuenta Daniel Martín Vega, profesor de zoología y coordinador de la carrera. Fueron pioneros y ahora no tendrían inconveniente en cambiar su nombre por el de Ciencias Biomédicas, aunque por el momento mantienen el suyo. Sus titulados pueden optar, como los biomédicos, bioquímicos y biotecnólogos, al BIR ―como el MIR, pero para biólogos― para trabajar en organismos públicos, pero hay también trabajo para ellos en laboratorios biomédicos o clínicos o en clínicas de fertilidad.
La medicina no solo se vincula cada vez más a la ciencia sino a la tecnología y surgen grados como el de Bioingeniería o Ingeniería Biomédica. “Es una especie de fusión de biología e ingeniería [eléctrica y de comunicaciones]. Puedo poner un ejemplo. Cada vez tenemos una población más envejecida, es más normal que alguien lleve una prótesis, las de titanio son muy caras y es una responsabilidad. Los médicos eran antes los que decidían si una prótesis estaba bien hecha o no y ahora cada vez más se acude a los ingenieros, porque al final una prótesis es una pieza de un binario. El ingeniero puede hacer el diseño y comprobar, sobre todo comprobar, que la pieza final se ajusta al diseño inicial”, resume Mendoza, adscrito al departamento de Bioingeniería de la Carlos III. Estos alumnos reciben mucha formación en tratamiento computacional de la información, además de unos sólidos fundamentos en biología y medicina para trabajar con válvulas, diseño de software y algoritmos de aplicaciones bioinformáticas, imágenes de rayos X o resonancias.
En esa línea va la carrera de Bioinformática, que en septiembre se ofertará al menos en 10 universidades, entre ellas las cuatro públicas de Barcelona que comparten la titulación. En el CEU se ofrece sola o en un doble grado con genética. No tienen un tope de alumnos, pero creen que en el primer año se apuntarán unos 15. “En las noticias se habla de estudios experimentales, pero nunca de los autores de los análisis informáticos que permiten extraer conclusiones”, explica Osvaldo Graña, director del grado en Bioinformática y Datos Masivos. “La medicina personalizada o de precisión no se entiende sin la bioinformática”, sostiene. Por ejemplo, si un paciente no responde a un tratamiento, puede hacerse un estudio genético que quizás encuentre una mutación que explique lo que está pasando o el análisis puede prevenir enfermedades cambiando hábitos. Él es biólogo e ingeniero técnico informático, hasta ocho años de formación que no le parecen necesarios. En cuatro años, cree que los estudiantes serán capaces de responder a los interrogantes. También los graduados en esta nueva rama de otras titulaciones.
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