Si piensa que la desigualdad habla solo de la diferencia de ingresos, se equivoca: así lo pudre todo

La inequidad suele presentarse como un problema de justicia social, pero también tiene efectos negativos sobre la innovación y la productividad

Elon Musk, fundador de Tesla, en la inauguración de una planta en Alemania.Christian Marquardt (Getty Images)

El problema de la desigualdad lleva tiempo de moda. Ya estaba presente en todos los análisis sobre el malestar social en Estados Unidos y Europa mucho antes de que Thomas Piketty publicara en 2013 El capital. Pero si su estudio sobre la historia moderna de la desigualdad lo convirtió en una estrella de rock de la economía fue por el rigor académico con que aportó datos y posibles soluciones a una cuestión que explicaba, en parte, el resurgir de fórmulas políticas poco democráticas. La relevancia del tema no termina ahí. Y es que como dice Lucas Chancel, es muy posible que la desigualdad...

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El problema de la desigualdad lleva tiempo de moda. Ya estaba presente en todos los análisis sobre el malestar social en Estados Unidos y Europa mucho antes de que Thomas Piketty publicara en 2013 El capital. Pero si su estudio sobre la historia moderna de la desigualdad lo convirtió en una estrella de rock de la economía fue por el rigor académico con que aportó datos y posibles soluciones a una cuestión que explicaba, en parte, el resurgir de fórmulas políticas poco democráticas. La relevancia del tema no termina ahí. Y es que como dice Lucas Chancel, es muy posible que la desigualdad excesiva ni siquiera sea buena para la productividad de una economía. Desde el World Inequality Lab, que Chancel codirige junto a Piketty, Gabriel Zucman, Emmanuel Saez y Facundo Alvaredo, están recopilando datos de distribución de ingresos y riqueza en prácticamente todos los países del mundo para investigar cómo se relacionan con el desempeño macroeconómico.

En contra de los que consideran a la desigualdad como síntoma de un capitalismo dinámico que premia a sus innovadores y empresarios, el ejemplo de los países escandinavos y los datos de Chancel hablan de economías y sociedades muy innovadoras, con muy buen crecimiento económico, donde la desigualdad está en niveles comparativamente bajos. “Esto es claramente así y no solo cuando comparas hoy a los distintos países, sino cuando echas la vista atrás y ves cómo era cada país hace 15, 30 o 70 años, cuando en la mayor parte del mundo desarrollado la desigualdad en ingresos y en patrimonio era mucho menor que hoy”, dice. Según sus estimaciones, los ingresos de un 1% de los estadounidenses pasaron de representar una décima parte del PIB del país hace 40 años a representar una quinta parte hoy. “Y los datos de crecimiento actuales en EE UU son menores que los de los años sesenta, los setenta o los ochenta”, explica.

Para entender cómo es posible que la desigualdad afecte a la productividad, Chancel cita los resultados de un experimento que se llevó a cabo con jóvenes estudiantes que vendían suscripciones a ONG. Sin explicarles el motivo, a unos les bajaron el sueldo y a otros se lo subieron en el mismo porcentaje. “Los que mejoraron su salario no aumentaron su productividad, pero los que empeoraron sí tuvieron una clara caída en el número de suscripciones vendidas porque no les gustaba ser tratados injustamente”, dice.

Recompensas

¿Y el argumento de la innovación? ¿No es la desigualdad el subproducto inevitable de un mecanismo de incentivos que premia a los innovadores por sus aportes a la sociedad? La respuesta de Chancel, una vez más, es no. “Muchas innovaciones cruciales se produjeron antes de la llegada de estos gigantescos supermultibillonarios de ahora, los inventores se beneficiaban por sus innovaciones, sí, pero no necesitaban que la recompensa fuera tan alta”, dice. Como demuestran los grandes desarrollos de los siglos XIX y XX, “las personas innovadoras van a querer seguir avanzando en lo suyo, no necesitan la perspectiva de hacerse supermultibillonarios”.

Según él, para fomentar la innovación es mucho más importante usar mecanismos clásicos de reducción de desigualdad (salud universal y un buen sistema de educacion pública) que otorgan a las personas con ese talento la posibilidad de desarrollarlo. Por no hablar de la inversión estatal en infraestructura y en investigación básica. “Sin los miles de millones de dólares invertidos por el Gobierno de EE UU en el desarrollo de infraestructuras y de internet, no tendrías a Bill Gates ni a Mark Zuckerberg, una obviedad que estos emprendedores tecnológicos olvidan muy fácilmente”, dice.

El problema es que una concentración excesiva de ganancias en los de arriba reduce la porción disponible para los de abajo. No solo por las mayores facilidades que tienen para eludir sus impuestos, sino por la presión que ejercen sobre la opinión pública para reducirlos aún más, insiste Chancel. En su opinión, si los gobiernos tienen cada vez más dificultades para recaudar el dinero necesario para invertir en infraestructuras, salud y educación, también se debe a eso: “Los que tienen dinero lo usan comprando centros de estudios y poder mediático para decirle a la gente que estaría mucho mejor sin impuestos, que eso es lo mejor para la innovación y para el crecimiento”.

Para el premio Nobel de Economía Angus Deaton, el problema de la desigualdad extrema es tan grave como para poner en riesgo todo el sistema, “porque la gente se enfada y puede rebelarse hasta contra la democracia”.

A los que le dicen que los economistas solo tienen que preocuparse por la pobreza (una variable en la que gran parte del mundo está notablemente mejor que hace cien años), y que gracias a la desigualdad tenemos innovadores y empresarios, Deaton responde con una parábola sobre la desigualdad buena y la mala, no tan separadas una de la otra como podría parecer. La buena, dice, es la que se genera cuando la persona que ha creado algo como Tesla o como Amazon se vuelve millonaria porque ha aportado valor a toda la sociedad. “Pero cuando los ricos empiezan a contratar a miles de lobistas para que sean sus intereses los que se escuchan en los parlamentos o para conseguir favores especiales de los gobiernos y empiezan a dejar fuera de las decisiones políticas al resto de la población, también están generando desigualdad económica, solo que de la mala y peligrosa”, dice.

Según Deaton, incluso los que empezaron con una desigualdad buena suelen terminar produciendo de la mala. “Google tenía en su página aquel lema de ‘no hacer el mal’, y decían que no contrataban a lobistas en Washington porque no lo necesitaban, eran una buena empresa y les bastaba con vender su producto… Ahora son algo así como los lobistas número uno de Washington y ya han quitado de su página lo de no hacer el mal”.

Inseguridad

La inseguridad económica es un campo de investigación relacionado con la desigualdad porque se soluciona con el mismo mecanismo de ingresos y prestaciones previsto en el Estado de bienestar. Según Olga Cantó, de la Universidad de Alcalá de Henares, su definición más aceptada es “creer que alguna parte del bienestar económico va a tener una evolución futura negativa”. De acuerdo con sus mediciones, España es uno de los países europeos donde la inseguridad económica se ha extendido más desde la clase baja hasta la clase media. “La inseguridad lastra el crecimiento porque actúa de la misma manera que la desigualdad y que la pobreza”, dice. “Es una variable relevante porque las caídas de renta afectan muy seriamente al bienestar de las personas, deja huellas mucho mayores que un aumento de renta del mismo tamaño”, explica Cantó. “Por eso siempre digo que los impuestos no sirven solo para redistribuir sino para estabilizar las rentas de personas que pueden necesitarlo en momentos puntuales”.

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