La responsabilidad sale a cuenta
Infinidad de trabajos revelan que es igual de rentable que la inversión tradicional, pero el ahorrador final todavía se mueve entre la desconfianza y el desconocimiento
Si España compartiese frontera con Rusia, ¿sería ético invertir en armas? La contestación asusta porque la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) es una ciencia inexacta. Convive con sus paradojas. Algunas recuerdan a la filosofía clásica: “¿Hace ruido un árbol al caer si nadie está ahí para escucharlo?” Otras remiten al pensamiento de Anton Zeilinger, premio Nobel de Física: “No podemos demostrar que la Luna siga en el cielo cuando nadie la mira”. Pero las finanzas siempre han dialogado con los desafíos y las dudas.
El famoso texto publicado en The New York Times, el 13 de octubre de 1970, en el que el economista Milton Friedman dictaba que “la principal responsabilidad social de cualquier empresa es maximizar los beneficios”, ha muerto. Este criticable pensamiento lo hirió de muerte el crac financiero de 2008 y aquel bituminoso lema de los años ochenta de Wall Street: “La codicia es buena”. Su hundimiento (veremos si definitivo) llegó cuando BlackRock —la mayor gestora de fondos del mundo, que maneja unos 9,1 billones de dólares en activos— advirtió en 2020 a las compañías y sus consejeros delegados que o sus organizaciones tenían propósito y eran sostenibles o las quitarían de sus carteras de inversión. Esa amenaza ponía en riesgo miles de millones de euros. Sin quererlo, desenterró una pregunta: ¿qué significa ser una empresa en el siglo XXI?
Según estudios de la Escuela de Negocios de Harvard y de la Universidad de Hamburgo, las empresas comprometidas con la sostenibilidad baten en sus resultados a la competencia
El pantano había roto las esclusas, el agua desbordó los ríos y la corriente regaba los campos antes secos por la codicia. Esta era la esperanzada imagen de la RSC. Junto a estas siglas, los criterios ESG (medioambiente, sostenibilidad y gobernanza, en su traducción española) se encargarían de que las finanzas siguieran el cauce correcto. Existen, como veremos, excepciones, pero los surcos son bastante visibles. “El interés y las expectativas de los inversores han crecido con fuerza en la pasada década. De hecho, la industria ESG gestiona en Europa tres billones de euros”, estima Luke Sussams, responsable de estas siglas en la casa de Bolsa Jefferies. Casi la mitad de los productos financieros domiciliados en el Viejo Continente tienen en cuenta la taxonomía ESG. Y la financiación sostenible alcanzó el año pasado (según el Observatorio Español destinado a su medición, OFISO) el récord de 60.134 millones. Los bancos —cuya confianza social salió magullada del crac de 2008— son los primeros en montar la ola.
En unos días en los que resulta imposible extraer poemas de las noticias, CaixaBank movilizará 64.000 millones en finanzas sostenibles entre 2022 y 2024. Al igual que un niño que jugase a la rana en un estanque, genera ondas. “Se ha evolucionado mucho”, resume Antoni Ballabriga, director global de Negocio Responsable de BBVA y uno de los referentes en España de este espacio. “Hemos pasado de una narrativa de RSC a un relato centrado en la sostenibilidad y las finanzas sostenibles. Un enfoque dirigido a generar un impacto positivo en la vida de las personas, las empresas y la sociedad”. Esas tres siglas mejoran la percepción de la marca y retienen a los profesionales, con una organización más atractiva para los inversores.
Incertidumbre mundial
De improviso suena, al fondo, una música. “Todo es de color” / “Todo es de color”/ cantaban por bulerías Lole y Manuel. ¿De verdad? Los números iluminan (ver Responsabilidad: ¿crisis en un mundo fragmentado?) la incertidumbre que rodea al planeta. La emisión de bonos sostenibles —según la firma de análisis Environmental Finance— cayó en 2022 el 23%. Un porcentaje alto. La suma total cerró en 820.000 millones de euros. A pesar de vivir en un tiempo bastante hostil, lo que justificaría ese descenso, algo va estructuralmente mal. “Los ahorradores incorporan la RSC como una forma de disminuir el riesgo, no porque tenga un impacto positivo”, critica Guillermo Casasnovas, investigador de Esade Center for Social Impact. Y agrega: “El objetivo nunca deben ser los beneficios”. Las cifras rasgan y no, precisamente, la guitarra. Exigir más. Las finanzas, en su acepción más pura, de impacto, destinaron 1.208 millones de euros en España a solucionar problemas sociales o del medio ambiente. Podrían comprometerse más cuando las arcas estén repletas. El sector financiero intermedió el año pasado en el mundo 400 billones de dólares (380 billones de euros) en activos y generó unos ingresos de 6,8 billones. Ambas cifras —detalla un informe de la consultora McKinsey— jamás se habían visto. ¿Qué fue de BlackRock? Cambió su criterio al asegurar hace unos meses que continuará invirtiendo en energías fósiles “porque es una demanda de los clientes”.
Desde su creación, la RSC ha tenido que romper su particular techo de cristal del dinero, sobre todo respondiendo al debate académico y profesional acerca de si estas inversiones resultan más rentables o no que las tradicionales. Aquí encontramos literatura para lectores atentos. La consultora financiera Morningstar reveló que los fondos sostenibles superaban a sus semejantes durante 2019. Antes, incluso, en 2011, la escuela de negocios de Harvard estudió 180 empresas estadounidenses y concluyó que aquellas que tenían un compromiso firme con la sostenibilidad batían en un 4% anual en sus resultados a los de los competidores. Pero quizá el trabajo más convincente sea el de la Universidad de Hamburgo. Revisó 2.000 ensayos (papers, en la jerga científica) desde la década de los 70 y halló que la gran mayoría mostraba una relación positiva entre ESG y los beneficios de las compañías. No son un riesgo, son una oportunidad.
Empresas familiares
Tanto, que el Instituto de la Empresa Familiar (IEF) calcula que cerca de 1,1 millones de firmas tienen esta calificación y generan el 57% del PIB. Muchas son una reserva natural de valores, sobre todo si la saga familiar controla la propiedad. La filosofía traza una geometría paralela. Cuanto mejor les vaya a ellos, mejor les irá a sus empleados. “La riqueza de los accionistas está ligada al éxito duradero de la compañía”, observa Pablo Torralba, consejero delegado del banco Edmond de Rothschild España. “Mantienen un alto grado de implicación y suelen tener una sólida cultura del riesgo, ya que la reputación de la firma discurre anclada a la suya”. “Además” —añade— “se centran en el crecimiento sostenible a largo plazo, con el fin de crear valor para las generaciones futuras e invierten tanto en tiempos normales como difíciles”. Si fuera un péndulo, la visión de Claudia Antuña, socia de Analistas Financieros Internacionales (AFI), se detendría en el punto medio. “La inversión sostenible no es ni más ni menos rentable que la clásica. Medir este retorno resulta muy difícil. Pero nadie duda de los riesgos de ignorarla”, asevera. El tiempo físico y el meteorológico corren en idéntica dirección. “El coste, pensemos, de la inacción frente al cambio climático resulta mayor que actuar ahora. Además, existe una demanda real de los inversores”, sintetiza Luisina Berberian, directora de Finanzas Sostenibles de la agencia de calificación crediticia S&P Global Ratings. Aplica sus matemáticas. “La proporción de emisiones del mercado de bonos verdes, sociales, sostenibles, y vinculados a la sostenibilidad —sobre la totalidad de lanzamientos del mercado de bonos global— ha pasado del 5% en 2019 hasta un 16% [cálculo para este año]”. Las finanzas creen en la “S”. Aunque algún analista estadounidense la renombre con ironía y cinismo como Storytellers (cuentacuentos).
Es un espacio en el que hay que creer o no. Una gran parte apela al compromiso personal. “La ESG es algo absolutamente cotidiano”, defiende, en la revista Forbes, Jon Hale, responsable de investigación sostenible de Morningstar. “Forma parte del pensamiento de todas las grandes empresas de inversión porque, en esencia, es simplemente sentido común”.
Queda la esperanza; restan algunos números (Europa lidera —de acuerdo con S&P— la emisión de bonos verdes en el mundo, unos 250.000 millones de euros en el primer semestre del año) y ciertas palabras. “La pandemia y las disrupciones socioeconómicas que ha causado demuestran que las empresas, al igual que los gobiernos, están sometidas a un escrutinio más intenso que nunca para mitigar los riesgos medioambientales, sociales y de gobernanza”, reflexiona Pilar Vila, directora de marketing de la gestora Schroders.
“La pandemia y las disrupciones socioeconómicas que ha causado demuestran que las empresas, al igual que los gobiernos, están sometidas a un escrutinio más intenso que nunca para mitigar los riesgos medioambientales, sociales y de gobernanza”Pilar Vila, directora de marketing de la gestora Schroders.
Pese a todas las bondades, este planeta, adicto a los conflictos, choca contra la derecha americana, que lo encajona en su enemigo de moda: el capitalismo woke. Un compromiso basado en estar atentos y practicar el activismo contra las injusticias. Desigualdad racial, negacionismo climático, inequidad. Ese enfrentamiento nunca sería un casus belli sin los estrechos vínculos republicanos con las grandes petroleras. Compañías como Exxon y Chevron, revela The New York Times, se han enriquecido a medida que se interrumpió el suministro mundial de energía por la invasión rusa de Ucrania. En principio, el índice S&P 500 cayó un 18% en 2022. Sin embargo, la energía fue el único sector que subió, con un rendimiento del 67%. Por eso, muchos republicanos ven en los criterios ESG un caballo de Troya liberal que ataca el libre mercado. Tienen práctica en mirar hacia otra parte. “El problema no es tener una compañía contaminante en tu cartera, sino carecer de un plan para dejar de serlo en los próximos años”, resume Gonzalo Rengifo, director general de la gestora Pictet AM en Iberia y América Latina.
Y ahí, quizá, la tendencia más importante mundial de inversión chirría contra la desconfianza de cómo se elaboran y cumplen los criterios ESG. Una taxonomía que mide las emisiones de carbono, la contaminación, la seguridad de los datos o la diversidad de los consejos de administración. Todo en busca de conseguir una sociedad y un medio ambiente mejor.
Pero algunos analistas, por ejemplo Hans Taparia, profesor en la escuela de negocios de la Universidad Stern (Nueva York), cree que el sistema ESG que ha diseñado Wall Street tiene como objetivo maximizar los beneficios de los accionistas y “confundir” a los inversores, que piensan que su dinero está mejorando el mundo. El principal problema —avisa— es la industria de los ratings. “Para construir fondos ESG, los gestores de inversiones [Vanguard, Fidelity o BlackRock] dependen de agencias de calificación, como Sustainalytics, S&P y MCI, que crean índices que agrupan conjuntos de empresas que deben ser buenos ciudadanos corporativos.
Intereses cruzados
Algunos ejemplos son el índice mundial de sostenibilidad Dow Jones y el índice universal MSCI ESG. “Esas agencias califican también a firmas con criterios ESG y venden los ratings a las compañías de inversión”, describe Taparia en el rotativo neoyorkino. Tienen intereses cruzados y su independencia recuerda a la de las llamadas Big Four (KPMG, EY, PwC y Deloitte) cuando auditaban a sus propios clientes. Algo que terminó prohibiendo el regulador. Existe réplica. “En este mundo joven estamos desarrollando métricas cada vez más precisas y mejores aprovechando las nuevas tecnologías de análisis de datos”, detalla Luis Solís, director asociado en Finanzas Sostenibles para EMEA de S&P Global. El 95% de las compañías del Ibex 35 tiene incentivos ligados al principio de responsabilidad. ¡Y ojo con incumplir! “Porque pueden llevar a litigios contra los consejos de administración”, advierte Luisina Berberian.
Desde luego, el Gobierno español sabe que la normativa ESG posee gateras. Porque si algo aterra a las finanzas es imponerle cualquier regulación. Aunque den igual sus quejas. España y Europa están elaborando una serie de reglas. Más allá de la famosa Ley de Cambio Climático y Transición Energética que obliga a las cotizadas —indica Gonzalo Rengifo— a informar a la CNMV de los impactos de los riesgos por la emergencia climática, el 1 de enero de 2024 se aplicará la directiva de Informes de Sostenibilidad Corporativa (CSRD, según sus siglas en inglés). Va a afectar a grandes compañías y extracomunitarias cotizadas en la Unión Europea con más de 500 empleados. En 2025 se ampliará a 250 trabajadores o más, durante 2026 a pymes en Bolsa y, finalmente, en 2028, a organizaciones matrices que no pertenezcan a la Unión.
La amenaza del ‘greenwashing’
Si existen personas y empresas capaces de entrar en una habitación y con su sola presencia marchitar un cactus, en el mundo de la RSC eso se llama greenwashing. Transmitir a la sociedad que una compañía cumple con los criterios ESG cuando es un engaño. Pero el cerco de púas se cierra. “Cada vez resultará más difícil que las empresas no sean conscientes entre lo que dicen que hacen y lo que realmente hacen”, prevé Antoni Ballabriga. La sociedad sitúa las líneas rojas. Las organizaciones no gubernamentales Surfrider Foundation Europe, ClientEarth y Zero Waste denunciaron en los tribunales a principios de año a Danone por el uso de plástico. ClientEarth afirma que la empresa francesa emplea 74 veces el peso de la Torre Eiffel en ese material. Durante 2021 —sostiene la organización— utilizó 750.000 toneladas, más de las 716.500 del año anterior. La multinacional ha respondido que está comprometida a que en 2025 sus envases sean reusados y reciclables. Hasta ahora, algunas compañías vivían atrincheradas en la dispersión de los criterios ESG para ganar tiempo.
El 1 de enero de 2024 se aplicará la directiva de Informes de Sostenibilidad Corporativa, que afectará a compañías cotizadas con más de 500 empleados
España se ha convertido en un país de contradicciones que mezcla el recogimiento de la cuaresma y la alegría del carnaval. “En los últimos meses se han frenado un poco las inversiones, pero las finanzas continúan incorporando cada vez más esas siglas en sus análisis”, sostiene Antonio González, economista de la firma de Bolsa Renta 4. Pero quizá el cierre más apasionante de estas letras y criterios pasa por fijarse en los extremos de la inversión. Repsol ha amenazado con recortar sus inversiones en España y trasladar proyectos a Portugal de convertirse en permanente el Gravamen Temporal Energético (GTE) que se aprobó el año pasado en el Congreso. El desafío (en una empresa que defiende su estrategia RSC) semeja a Sísifo cargando la roca. Un consejero de Repsol —que solicita el anonimato— critica que “el discurso ideológico [del Gobierno] incide en rentas altas, grandes patrimonios y empresas porque es su camino, al lograr dos objetivos: votos y recursos. Pero lo que no explica” —alerta— “es que a medio y largo plazo supone menos inversiones y menores atractivos como país de cara a los inversores nacionales e internacionales”. ¿Alguien se acuerda? “En 2019 y 2020 Repsol perdió 7.100 millones de euros. Ahora se pone el foco en sus beneficios [2.785 millones en los nueve primeros meses] y se olvidan de esos números rojos”. ¿El objetivo? “Trasladar una idea de enriquecimiento sin fin”. ¿Qué hay detrás? “La Administración necesita ingresos, en un contexto de desaceleración económica para mantener el nivel de gastos y cumplir con Bruselas”, defiende el alto directivo. Resulta indudable. Pero la “E” de medioambiente, en su traducción al español, se congela al saber que Repsol (según el Informe de gestión de 2022) participa —al menos— en 46 bloques de exploración en Alaska. Aristóteles escribió que la filosofía nace del asombro.
Levantar la voz y las palabras
Esta es la imagen en la que muchos se reflejan, se reconocen. Son algunas de las voces de un tiempo de espinas. Escritores, abogados, periodistas, políticos. Voces llenas de razones frente a una pregunta. ¿La Responsabilidad Social Corporativa (RSC) es un relato que cuenta?
Antonio Garrigues Walker, jurista. “Todas las personas, físicas o jurídicas, tienen que sentirse y ser responsables en su sentido más profundo. Ello implica que, además de ocuparse de sus propios intereses, deben asumir la obligación de mejorar los ambientes en los que trabajan”.
Martin Wolf, analista de Financial Times. “Un enfoque voluntario apenas cambiará el comportamiento. Solo funcionará cuando las empresas vean un coste comercial bajo y algún beneficio”.
Leila Guerriero, periodista argentina. “Hay excepciones, porque si no, la regla no se cumple, pero en general la responsabilidad empresarial corporativa parece una suerte de lavado de cara. Como las compañías mineras, que se quedan con toda el agua en kilómetros a la redonda, contaminan el suelo, pero a la vez pavimentan la entrada al pueblo, colocan alumbrado público o construyen una escuela. Juegan a ser el Estado, dividen las opiniones y la posible protesta de los habitantes queda desarticulada”.
Brenda Navarro, escritora mexicana. “Los estados de bienestar se están desmantelando por el control excesivo que tienen las empresas y las relaciones de corrupción dentro de los gobiernos. No espero nada de responsabilidad social por su parte, espero una exigencia ciudadana que les recuerde su lugar en el mundo. Son las compañías las que acaban con los recursos naturales y las que invierten en armas. ¿Qué clase de responsabilidad social es esa?”
Carlos Martín, diputado por Sumar. “En Europa, son las grandes empresas las que se están librando de la inflación. Están subiendo los costes y los trasladan al consumidor. Es la forma salvaje. La manera civilizada es repartir el esfuerzo como ha hecho el Gobierno con el mercado eléctrico”.