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Crítica:FOLCLOR | Ana Alcaide
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El rejuvenecido legado sefardí

Hace apenas cinco meses andaba Ana Alcaide muy atareada procurándole los primeros arrullos a su bebé recién nacido. Anoche, esta bióloga de temperamento irrenunciablemente inquieto tenía tiempo para presentar en la sala Galileo Galilei su inminente tercer disco, La cantiga del fuego, una nueva vuelta de tuerca a sus indagaciones sobre el legado de los sefardíes. Alcaide es una curiosa perseverante y ejerce una inequívoca militancia en pro de lo tradicional, pero jamás se muestra distante, inaccesible o sesuda. El folclor nos apega a la tierra y termina, venga de donde venga, haciéndonos cosquillas en el estómago.

Vestida de un rojo tan pasional como sus enseñanzas, esta toledana de 35 años fue desgranando un repertorio inédito que depara momentos muy alentadores. Su voz diáfana realza leyendas como El pozo amargo, sobre una muchacha que vierte mares de lágrimas a la muerte de su amado, pero también ofrece composiciones propias tan meritorias como la poética Baila donde el mar. O Mikdash, con los preciosos melismas vocales de Reza Sheyesteh, un iraní del que se amigó en Malmoe.

Alcaide ha perfeccionado durante años en Suecia su técnica con la nyckelharpa, un cacharro medieval delicioso que parece intersección de violas y zanfonas. Reconoce el legado escandinavo introduciendo en su repertorio una serie de polskas, pero por lo general prefiere recalar en el fascinante territorio de las tres culturas. Hasta seis músicos le acompañan en esta aventura autogestionada y valerosa. Entre ellos, al menos dos excepcionales: Jaime Muñoz (La Musgaña), a menudo moruno con su extensa colección de flautas y mucho más klezmer o jazzístico cuando sostiene el clarinete; y el neoyorquino Bill Cooley, infatigable al frente de un arsenal de oud, salterio, santur y demás hipnóticos instrumentos repiqueteantes. Añadamos el limpio soporte acústico que aporta el bajista Renzo Ruggiero y tendremos todas las claves de un sonido cristalino, embaucador, nada farragoso. Las estructuras de la música sefardí remiten a veces a los romanceros y tienen algo de reiterativas, pero Alcaide aporta una aproximación rejuvenecedora y edificante, ideal para oídos desprejuiciados.

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