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OPINIÓN
Columna
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El malestado

Juan Cruz

Estamos en mal estado; y como veníamos del Estado de bienestar, estamos en el malestado de bienestar, o, directamente, en el Estado de malestar. A este país le pasó (hace rato) lo mismo que a las películas cuando las paran: de pronto parece que no sucede nada, que se paraliza la máquina de pensar, y por tanto, la de sufrir. Y luego arranca otra vez la máquina que desprende belleza u horror, ánimo o psicosis. Estamos en la fase de arranque, y esta es quizá la que más chirría. Y la máquina no desprende belleza, sino horror. Qué horror. Qué psicosis.

Entre todo lo que ha chirriado estos días ensombrecidos me pareció particularmente horrísono el sentido de las palabras de la ministra Fátima Báñez, de Empleo, cuando dijo ante sus fieles en Huelva que nos habían dejado el país hecho una ruina. "Una ruina política y social". Hombre, pues eso lo hemos hecho entre todos, y ahora, como bien dijo el nuevo presidente, Mariano Rajoy, habrá que remar juntos. Remar para que reme Valencia, para que reme Madrid, para que reme Guadalajara y para que reme Telde, por ejemplo.

En esa misma línea de pensamiento se produjo, poco después, el ministro de Agricultura, para quien la ruina le parecía evidente y culposa. Y cuando aquí se dice culpa ya se sabe por dónde viene Sigmund Freud aplicando las recetas. Después de apelar a la ruina, la ministra Báñez aclaró que iniciábamos una época de optimismo, pero el ministro Miguel Arias Cañete todavía no nos ha instalado en esa nube.

En algún momento, entre tantas invocaciones a la ruina, me acordé del famoso chascarrillo sobre el tipo que quiere vender un caballo que a su vez le había sido vendido como el caballo más listo del mundo. ¿Listo, si no sabe hacer nada? "Pues sigue hablando así del caballo y ya verás cómo lo vendes".

A este país le hace falta ahora una dosis de autoestima, alguna palabra que lo saque del bloqueo mental en el que estamos. Algunos invocan a Roosevelt o a Keynes, que hicieron o dijeron lo contrario de lo que aquí hacemos los europeos ceñudos. Pero, aparte de economías y otros aprendizajes, lo interesante sería que ahora los políticos (unos y otros) empezaran a estudiar cómo decir lo que pasa sin que pareciera, todo el rato, que estamos bajo un chaparrón de fuego, que llegó el fin del mundo y que cada uno tiene que pagar lo que ha malgastado. ¿Estamos mal? Claro que estamos mal, si ya eso parece que forma parte del escudo. ¿Es preciso que nos lo digan como nos dicen el tiempo meteorológico? A las coletillas de la radio (una hora menos en Canarias, nieve en los Pirineos) se ha sumado desde hace tiempo el índice, habitual, horario, de la Bolsa; y a la Bolsa le han sumado (más en la época de Zapatero, es cierto, que ahora) el estado de zozobra de la prima de riesgo. Y la población vive en un inmenso sobresalto. ¿Qué dirán luego? ¿Qué herida he producido, de qué tengo la culpa?

Este sobresalto necesita una cura. Al malestar se le ha sumado el malestado, el malencaramiento. La apelación al sacrificio, que ahora es como es el recuerdo de que en Canarias es una hora menos, es un atosigante latiguillo, una horca. La resaca es dura. Y la medicina es amarga como los altramuces. -

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