_
_
_
_
Análisis:MUNDIAL DE CLUBES | Barcelona-Santos, la final
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Yo vi jugar al Santos de Pelé

En junio de 1961, llegué a San José dos Campos con mi mujer y con Emili, mi hijo mayor, en busca de una vida mejor para nosotros. Era un viernes.

"Tú tienes que ser del Corinthians", me dijeron nada más saber que me gustaba el fútbol. Era así de simple: los emigrantes españoles eran del Corinthians; los italianos, del Palmeiras; los portugueses, claro, de la Portuguesa... Así, el domingo me llevaron por vez primera a ver un partido de fútbol, un São Paulo-Santos. A mí, la verdad, me daba igual el Corinthians; yo lo que quería era ir al fútbol y ver jugar a Pelé.

A la media hora, el Santos de Pelé perdía por 3-0. En la segunda parte, aquel tipo con el número 10 marcó cuatro goles y su equipo ganó. No olvidaré jamás aquel partido. Procopio, el central que marcaba a Pelé, tampoco. No puedo explicar las cosas que le vi hacer a Pelé aquella tarde, ni lo que a partir de ese día disfruté tantas veces en Vila Belmira, normalmente en Pacaembú y también en Maracaná.

Dominaba el balón con el cuerpo, de la cabeza a los pies, y era como una gacela, hermoso y rotundo

Yo vi jugar al Santos de Pelé y sé que jamás veré nada parecido, porque había que ver dónde jugaba aquel equipo, en campos secos, llenos de baches, para entender lo buenos que eran. La historia lo recuerda como el Santos de Pelé, pero era también de Gilmar, un portero que contagiaba calma; de Mauro, un central poderoso y elegante; de Dalmo, de Lima, de Zito, un jugador que me encantaba. Zito era clave en ese equipo, porque era el que lo dirigía. Cuando se lesionó, trataron de poner a Pelé en su sitio, pero no pudo hacer jugar al equipo como lo hacía Zito, el verdadero líder de aquel equipo. A su lado estaba Mengalivio y jugaba también Dorval, un interior rápido y preciso. Y jugaba, claro, Coutinho, un futbolista increíble; en España no sabemos lo bueno que era. Era casi tan bueno como Pelé. Un día les vi hacer tres paredes seguidas con la cabeza para terminar la jugada con un gol de Pelé. Le creció demasiado pronto la barriga, pero era buenísimo, tremendamente coordinado si se tiene en cuenta su fortaleza. El extremo izquierdo era Pepe. Pepe era demoledor, rapidísimo, y marcaba goles con una facilidad que no he visto nunca en un extremo.

Eran tan buenos que les llamaron el Bolshoi blanco, porque les contrataban para giras, como al ballet del mítico teatro de Moscú. Y en cierta forma, danzaban: nunca he visto tanta plasticidad en el juego y, por supuesto, en un futbolista. Pelé parecía antinatural, porque hacía cosas poco comunes, gracias a su magnífica elasticidad. Dominaba la pelota con el cuerpo, de la cabeza a los pies, y era como una gacela, hermoso y rotundo en los movimientos. ¡Qué cosas hacía! Saltaba y se quedaba parado en el aire, jugaba con la cabeza como si tuviera un pie y en el pecho, un colchón o un cañón, según el momento.

No miento si digo que ver jugar a aquel Santos, al que vi ganar dos Libertadores, cuatro Ligas y las dos Intercontinentales, es una de las grandes alegrías que me ha dado la vida. Íbamos en familia, con mi esposa, con mi hijo Emili, con mis vecinos, Milton e Ivonne Cateli, con los amigos... En autobús o en coche, y al llegar nos tomábamos un schop, una caña de cerveza, bien fresquita, antes de entrar. Había quien prefería el Rabo di Galo, una mezcla de schop con Palinha, una especie de coñac. De esos, no todos llegaban al campo... y la gente escuchaba el partido en el Tijolo, una radio portátil, porque los narradores eran tan buenos como los jugadores, no como ahora que hablan de todo menos del partido. Ir a ver al Santos de Pelé era maravilloso; Pelé era maravilloso.

Aquellos años en Brasil marcaron mi manera de entender el fútbol de forma definitiva. Aquí hablaban de Kubala y a mí -disculpen- me parecía que tenía movimientos propios de un elefante comparado con aquel Santos.

En 1966 volvimos a Barcelona, en barco. Durante la travesía escuchábamos los partidos, y queríamos que Brasil ganara el tri [tercer Mundial]. Ya en tierra, vi por la televisión el partido contra Portugal y vi a Colunha lesionar a Pelé.

Soy del Santos, que nadie lo dude, pero aunque sea difícil de entender, hoy quiero que pierda. Pensé que jamás desearía ver perder al Santos, porque llevo a ese equipo en el corazón, pero hay cosas que pueden más que aquellos años en Brasil y aquellos partidos en Vila Belmido viendo jugar al Santos de Pelé. El Barça, por ejemplo.

Francesc Ricart es entrenador de fútbol y padre de Emili Ricart, fisioterapeuta del Barça.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_