Dios en los Ayuntamientos
Al parecer, Dios ha ganado estas elecciones. Lo deduzco por la presencia de crucifijos en las tomas de posesión, las alusiones a la Biblia o las sentidas invocaciones marianas que se han deslizado en los primeros discursos de los flamantes alcaldes.
La entrada de Dios en los organismos oficiales cumple unas normas similares a las del principio de Arquímedes: su ascenso es directamente proporcional al desalojo de las políticas públicas, la supresión de los organismos de igualdad de las mujeres y la privatización de la enseñanza. No me pregunten por qué, ya que mis conocimientos de teología son muy escasos, pero a este Dios no le gustan ni mijita los servicios públicos, las políticas de igualdad y las escuelas públicas. Muestra, sin embargo, una enorme complacencia con los empresarios privados, con los papeles tradicionales de las mujeres y con las escuelas de élite, especialmente si las administra el Opus Dei.
En Sevilla, sin ir más lejos, ha desaparecido misteriosamente la delegación de la mujer. No se persigue el ahorro o la simplificación administrativa. Su contenido ha pasado a una nueva delegación dedicada a la familia, mucho más acorde con los planteamientos marianos de los nuevos tiempos. Citando las palabras textuales del Foro de la Familia "es hora de acabar con la ideología de género y con el homosexualismo de las instituciones".
Pero a Dios, sobre todo, le preocupa la enseñanza, el alfa y omega de la organización social. Precisamente por eso, ha abierto las puertas del consistorio sevillano a los representantes más conspicuos de la enseñanza privada. Son las organizaciones que vienen dando la batalla contra la educación por la ciudadanía, contra la ley de igualdad de trato y por la segregación en las aulas. Gestionan los colegios de élite de la comunidad y, aunque abominan de la ideología, practican el ideario del Opus Dei que, como todos ustedes saben, es absolutamente libre y plural. Ante ellos, el flamante alcalde de Sevilla ha afirmado que se compromete a "facilitar las condiciones para la instalación de colegios de iniciativa privada". Aunque se lamenta de las escasas competencias municipales para fomentar este tipo de enseñanza hará un ímprobo esfuerzo para apoyar las inversiones privadas en esta área.
El objetivo de esta patronal de la enseñanza, compartido por los nuevos gobiernos populares, es conseguir que el 50% del sistema educativo en Andalucía sea privado y, a ser posible, religioso. Eso sí, convenientemente subvencionado por el dinero público. Una redistribución a la inversa según la cual el albañil paga parte de la factura educativa de sus élites. Su ideal es la comunidad de Madrid donde se han dejado de construir centros públicos y la concertación con la privada llega al 70% en la enseñanza primaria. La escuela pública ocuparía un papel residual, destinada a los que nada tienen, a los problemáticos del sistema social mientras que en la enseñanza privada se cultivarán los nuevos talentos de nuestro país, convenientemente adoctrinados.
El problema es que ante esta ofensiva la sociedad está inerme y mal informada. Se ha popularizado el mensaje de que la enseñanza pública es un desastre, las aulas problemáticas y el fracaso escolar una amenaza. De esta forma, incluso padres que no comparten estos idearios religiosos, sueñan con alejar a sus hijos de esas "amenazas". Por eso ha llegado el momento de prestigiar la escuela pública y destacar sus infinitos logros, conseguidos más sobre las espaldas de los docentes que sobre la atención institucional. Un sistema educativo que debe ser mejorado y revisado, pero que ha amortiguado muchas fracturas sociales y sacado adelante miles de talentos.
Los nuevos gobernantes de la marea azul no tienen competencias sobre la educación. Todavía. Pero su proyecto educativo asoma la patita tras los crucifijos de las tomas de posesión y las encomiendas a la Biblia.
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